Crónicas desde Mongolia (2). Los demonios beben "vodka".

En un “arranque” de profesionalidad he estado intentando esbozar varios artículos que pudiesen resultar interesantes. La verdad es que me agobié ante la cantidad de información que podía y deseo transmitir, así que he tomado una decisión: “¡Que fluya la magia!”.
Me explicaré. En el ámbito antropológico existen ciertos términos que se consideran tabú, conceptos como “exótico”, “raro”, “primitivo” y similares. Por esta vez voy a tratar de ser realista y no académica.
¿Qué tal si ponemos un poco de humor en este artículo? Desde mi punto de vista occidental fueron muchas las situaciones que me dejaron “frapee” y como vienen a cuento con el tema del blog allá van algunas anécdotas.
Mongolia es un país donde el invierno es de lo más crudo; un país en el que hace realmente frío, frío de verdad. Paradójicamente hoy la población nómada no está en absoluto preparada para combatirlo. ¿Solución? El Vodka. Sí, sí, a las 7 de la mañana desayunábamos nuestro “copazo” de vodka --marca Gengis Khan, alcohol puro, purísimo-- y con nosotros el chófer y el traductor.
Nada tendría de raro, pero... Observamos que antes de beber mojaban los dedos en el vaso y lanzaban gotitas hacia arriba. Lógicamente preguntamos. La respuesta vino acompañada de una expresión de sorpresa en sus rostros algo así como “qué raritos estos blancos”:
--Nadie se atrevería a beber vodka sin ofrecer antes su parte al demonio
--¿ Perdón? ¿De qué demonio nos hablan?
Pues sí, es sabido que cada región tiene su demonio particular y sus propias exigencias. En contraposición, nadie sabía nada sobre la existencia de algún dios “bueno”.
Esta creencia marca la vida del pueblo mongol hasta límites que a nuestros ojos pueden parecernos “absurdos”. Y eso tratando de respetar siempre sus creencias.
También nos sorprendió que el chófer a veces daba varias vueltas alrededor de un árbol o que de repente abandonábamos la carretera dando la vuelta sin explicación.
--Muy sencillo --nos explicaron--, no podemos circular por esta región. El demonio de estos lugares no está de buen humor.
Por lo tanto, lo de dar vueltas era un acto de sumisión, por aquello de pedir permiso.
¿Algo más sobre la realidad de estas gentes? Mongolia es un país con una extensión casi cuatro veces España pero con una población muy escasa, solo 2.5 millones de habitantes de los cuales 1.5 millones son nómadas.
País atrasado donde los haya, sólo cuentan con 1.500 Km de carreteras asfaltadas. En algunos tramos existe algo parecido a nuestros “peajes”: cada vez que cruzábamos un rio por un puente, debíamos pagar una tasa, que al cambio sería de unos 50 céntimos de euro.

Pero es aquí donde tengo que recurrir al tópico aquel de “¡Con la iglesia hemos dado, Sancho!”: unos cuantos lamas, aburridos quizá de tanto meditar, tuvieron una genial idea. Genial para ellos, claro.
No dudo que conozcáis algo de la cultura mongol. Entre otras cosas, sabemos que los nómadas viven en unas “tiendas” con estructura de madera que cubren con pieles de animales. Estas tiendas se llaman “ger”. Son de forma redonda. Resulta chocante que el mobiliario sea de clara procedencia rusa.
¿Por qué he hecho este apartado hablando de las carreteras?. Veréis, nuestros “amigos” lamas, en su idea genial, decidieron montar sus propios y particulares “gers” en carreteras secundarias con un objetivo que nada tiene de “místico”. Lo primero que hicieron saber a las gentes fue algo que ellos sabían, a saber, que los demonios propios de esa región habían maldecido las vías asfaltadas --¡pobres, para tres que tienen!--. Además, les dijeron que era una ofensa a Dios --¿a cuál de los 500?-- el pagar un peaje.
En consecuencia cada lama acomodó su “campamento base” al inicio de cada carretera para obviar ambas escollos. Ellos bendicen, el viajero paga (es la voluntad, pero se paga) y... ¡feliz viaje!. Eso sí, a las puertas de sus precarios “gers” pudimos ver placas solares y antenas parabólicas. Puede parecernos exótico: aquí lo llamaríamos extorsión.
Otra curiosidad: en nuestro viaje por Mongolia quedamos sorprendidos por la gran cantidad de montones de piedras a modo de pirámides que se encuentran en los arcenes de las carreteras.
Conocido el origen de tal fenómeno, mereció todo nuestro respeto como hecho cultural. Veréis, cuando los guerreros de Gengis Khan partían a una batalla cada uno depositaba una piedra de modo que se iban formando verdaderos montontes. A la vuelta cada guerrero tomaba una piedra y las que quedaban... ya os podéis imaginar.
Pues bien, nuestros ya mentados “amigos” lamas, en un acto de aculturación, declararon estos montones como lugares sagrados. Por esta razón era obligado dejar dinero como donativo. El sempiterno “money, money”.
En la próxima crónica prometo relataros la historia de cómo un falo gigante de piedra salva a los monjes novicios de toda tentación.
Por hoy... “los demonios beben vodka” ¿Fuerte, no?
Almudena GARCÍA PRIETO.