Dios como segundo "yo": el valor de la oración y la meditación.

La palabra, la verbalización de sentimientos y emociones, tiene un efecto benéfico sobre la persona. La oración y la meditación siempre son vehículo de la palabra. Dicho esto, que es una obviedad, el asunto medular está en el objeto y sujeto de la palabra: ¿Dios y su corte celestial? ¿Sí?

• ¿Sirve la religión para buscar remedio a las dificultades?
• ¿Es Dios fuente de seguridad ante futuros inciertos?
• ¿Alivia confiar los asuntos de la vida a Dios?

Sí. Desde luego que sí...

La oración y la meditación son ejercicios muy saludables. Deberían ser ejercicios frecuentes para calmar ansiedades, animarse ante las adversidades, buscar soluciones a los problemas... ...pero entendiendo a Dios como lo entendería cualquier persona que pensara un poco en la "realidad Dios" objeto de oración.

Ese Dios al que se habla, al que se confía todo, en quien se dejan los asuntos para que él, con su infinita providencia los solucione, no es sino un desdoblamiento del propio YO. Sólo es una forma de encontrar refugio, de aletargar la razón, de soslayar las dificultades, en el fondo, de huir ¡hablando uno mismo al "sí mismo"!

Dios se convierte en “interlocutor” que "siempre está ahí"; es ese segundo yo “seguro” –-el psicoanálisis diría Superyo-- al que se interpela, al que se manifiestan las dificultades, al que se confían los deseos.

Viene a ser una forma, oculta para el individuo, de reflexionar y dialogar con uno mismo. Y éste es ni más ni menos el lado positivo de la meditación, de la oración y del diálogo con Dios.

Con toda seguridad la persona que no tiene "ese" dios y no está habituada a meditar/reflexionar no hará este ejercicio reflejo, con lo que pasará la vida sin preguntarse ni los porqué ni el cómo de las cosas y podrá generar dentro de sí mismo un trasfondo o un subconsciente de inseguridad que minará poco a poco sus fuerzas mentales. Consecuencia: se dejará arrastrar por lo que el charlatán convincente de turno le diga, sean de la Iglesia o de Iglesias, sacerdotes o políticos.

Dios, en este contexto, se convierte en un “dios catárquico”, en un “dios reflexiocéntrico”. El "alter ego" necesario.

De ahí deriva que la famosa “gracia”, incluso la fe que Dios siempre concede al que la pide, no es sino ese plus de seguridad que ha desarrollado la razón al elucidar las dificultades, al reflexionar sobre los hechos venideros, al encontrar por esa misma reflexión, las vías posibles de escape. Esa y no otra es la “gracia”. De ahí las expresiones que se oyen del bien que produce una visita mañanera a la iglesia.

Esto se manifiesta con más evidencia en los individuos solitarios, aislados, a menudo solteros, misántropos... Al no tener a nadie con quien dialogar, generan una especie de esquizofrenia religiosa lúcida que “les sirve”.

Pero no caen en la cuenta, ¡ni quieren!, de que con quien están hablando esas personas es consigo mismas. A fuerza de dialogar con “ese Otro” que nos socorre siempre, que nos alivia en todo momento, que nos escucha lo quiera él o no, que necesariamente está siempre con nosotros... a fuerza de “corporeizar” el segundo yo dialogante, lo convierten en “persona”.

Crist es
veces imagen y semejanza del propio yo; otras veces un yo idealizado –el inseguro sabe que tiene un “dios fuerte” a su lado- y amoroso; otras un yo justiciero –el que sufre injusticias habla con ese dios que dará a cada uno lo suyo— y siempre un yo que no es otro que Cristo, o viceversa.
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