Escarceos bíblicos (6) La singularidad del Libro de Samuel.

Destaca como fondo histórico la rivalidad permanente entre dos pueblos enfrentados a muerte por un territorio en disputa. Dos pueblos, Israel y filisteos, un solo territorio, Canaán. No era posible el diálogo y ni trato alguno. Y merced a disputas, litigios permanentes y matanzas, el odio fue el clima en que crecieron sucesivas generaciones. Esa “vivencia” humana la sublimaron en sus textos sagrados como lucha entre dioses: lógicamente el verdadero era Yahvé, entre otras cosas porque vence.
Mientras Saúl, el primer rey, se sometió a los designios de Yahvé (que hablaba por boca del montaraz Sumo Sacerdote Samuel) sin dejarse llevar por sentimientos o criterios humanos, todo fue bien. Así logró Saúl la victoria en Gilgal (I S 13), siempre con la necesaria presencia de Samuel (13.8) y la destrucción del pueblo Amelec, que había ocasionado tantas muertes sobre Israel desde su salida de Egipto.
Habría que preguntar a los mezquinos israelitas por qué en tiempo de paz buscaban como posesos a Ashtarté o Baal dando la espalda a Yahvé, dios verdadero, dios espiritual, “dios de nuestros padres”… que les lleva a la victoria y a años luz de esos dioses de madera (I S 12.10).
Varios son los desencuentros de Saúl con Samuel-Yahvé. Apreciamos en Saúl un cierto sentido humanitario (I S 15.9) y, por supuesto su sumisión a Yahvé, a la par que la intransigencia del fanático Samuel (I S 13.13). El momento que marca la ruptura de Samuel-Yahvé con Saúl se dio por la orden recibida: “Mata a hombres, mujeres, niños de teta, vacas, ovejas, camellos y asnos” (15.3). Difícil entender esta orden genocida, que ni siquiera los sionistas de hoy han llevado a efecto. Para entenderlo habrá que acudir a los teólogos… o a los comentaristas de este blog. ¿Está la obediencia a Yahvé por encima del perdón y amor a los enemigos? Significativo el diálogo/ruptura de Samuel con Saúl en I S 15.19. Al tiempo que despotrica Samuel contra la desobediencia “ad pedem literae”, lo hace también contra la adivinación y el culto a los terafim. No valen ni las excusas ni el arrepentimiento de Saúl: la decisión estaba tomada, Saúl será sustituido por David.
Es curioso o desconcertante ver cómo Yahvé accede a las peticiones del pueblo exigiendo un rey (Yahvé manifiesta su protesta con rayos y truenos), pero no admite que el pueblo le pida a Saúl el que preserve de la hecatombe el botín posible o se compadezca de Agag. La democracia para Yahvé es de quita y pon. Con el sonsonete varias veces repetido: “…habiéndose Yahvé arrepentido de haber constituido a Saúl rey de Israel” (15.35). ¿Cómo se explica esto?
Cuando Samuel toma una decisión ni el mismo Yahvé puede hacerle cambiar. Cometido el horrendo pecado de desobediencia, la decisión está tomada: hay que nombrar a otro rey, que, lógicamente se hace de la forma más democrática, escuchando a Yahvé.
Es Samuel el que recibe la consigna de ir en busca del nuevo rey, pero éste no puede por menos de replicar: “¿Cómo he de ir? Lo oirá Saúl y me matará”. ¡Tremenda división social! A la hora de elegir a David, dice Yahvé: “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura…” (recuerdo de Saúl). Parece que lo prefiere de otro aspecto: “Era rubio, de hermosos ojos y grato aspecto” (16.12), “diestro en tañer, valiente, guerreador, perito en el decir y de gallarda figura” (16.18).
Un dato importante para corroborar profecías futuras: Jesé, padre de David, residía en Belén y tenía siete hijos… más uno. Miqueas, a finales del s. VIII (Miq.5.1) proclamará aquel profético “Y tú, Belén Efratha, aunque pequeña… de ti me saldrá quien ha de ser dominador de Israel…”. O sea el Mesías cristiano. ¿Y qué piensan de ello los irredentos judíos, que todavía siguen esperando? Porque hay una pega, que la Belén actual, con sus más de 25 mil habitantes está bajo dominación palestina y no cuadra un palestino como Mesías. Ni siquiera el Targum/Miqueas aclara esta supuesta profecía, menos a favor de los cristianos.
Otro asunto, éste sin importancia, es el tormento que sufría Saúl, que la música de David apaciguaba: “…le agitó un mal espíritu suscitado por Yahvé”. ¿Yahvé atormentado a Saúl? ¿El demonio? Un nuevo asunto para los estudiosos de la Biblia.
Lo que sí debiera haber aprendido la Historia de la humanidad es lo que sucedió ante el reto filisteo (siempre los filisteos por todas partes, un pueblo que no hubiera existido de no aparecer en la Biblia), el duelo entre el fanfarrón Goliath y el pastor David. Bush, el David de Occidente, con sus mejores armas, debiera haberse batido en duelo con el gigante Saddam. O Stalin contra Hitler. Hoy el mundo sería otra cosa.
Saúl empieza a mosquearse con David. No sabe que ya ha sido ungido, pero sí que ha vencido a Goliath y las mozas del pueblo cantan su nombre. Rara esa mutua relación de Saúl con David. Saúl se había retirado a casa de sus padres en Gibá, en los dominios de Benjamín, y David vivía en Belén, cercanos entre sí, aunque… ¿cómo contrata todo un rey a un pastor? Por otra parte, lo aprecia: tras entregar David como dote 200 prepucios filisteos, Saúl le concede su hija Mical en matrimonio.
Suceden luego cosas extrañas, como la matanza por orden de Saúl de 85 sacerdotes de Yahvé y todos los habitantes, todos menos uno, de la “ciudad de los profetas”. Para ello se sirvió de los mercenarios idumeneos. El pretexto, las conspiraciones de David y su propio hijo Jesé para hacerse con el trono. Todo muy lógico, porque Saúl veía lo que cualquiera vería: una conspiración de David para destronarle, ayudado por la casta sacerdotal y por el mismísimo hijo de Saúl. La Guerra Civil española a lo bíblico.