La Historia, "Magistra vitae" (Cicerón) ¿Lo sigue siendo?

Gracias a la historia, como dijo alguien, "el pasado será futuro". La historia como ciencia dicen que tiene un componente ejemplarizante y, también, un componente predictor.

Cierto es que en algo tan "objetivo" como los hechos sucedidos, también se da la interpretación y, siendo ésta una ciencia, verdad es, asimismo, que no hay ciencia sin hipótesis ni teorías previas. Parecería, decimos, que no se puede aplicar esto a la ciencia histórica. Los hechos derivaron de condiciones: si tal consecuencia se ha dado siempre, habrá que deducir la elevada y fundada probabilidad de que, bajo determinados supuestos, ocurra lo mismo.

Juicio del pasado, instrucción del presente, visión del futuro. Pero ¿de qué sirve apelar a la experiencia histórica, si, deducidos los principios del devenir histórico, ni los pueblos ni los gobiernos aprendieron nada de ella?

Será que, de nuevo, nos encontramos con “aspectos” del sustrato humano que no siguen los supuestos de la ciencia, que “no aprenden” y por lo tanto no cambian.

Vuelta de nuevo a preguntarse por el “sentido” de la historia.

Añádase, para enturbiar más el asunto, el hecho de que, en la historia, se aplica con mucha frecuencia el juicio anacrónico: juzgar con criterios de presente el pasado perturbador. En este caso el juicio histórico podría parecer necesario, quizá, pero se torna inútil. Sólo los vivos aprenden, generalmente a su costa y por la cuenta que les tiene. Nada importa juzgar a los que pasaron y dejaron sus regueros de sangre, aun siendo el juicio condenatorio. El juicio se puede hacer sobre decisiones, equivocaciones o crímenes, pero nada de eso se puede torcer.

¿Es esto una justificación del "esplendoroso presente espiritual" que parece vivir la Iglesia? ¿Se salva así la esencia purificada de la Iglesia como "cuerpo místico"? ¿Regresa la Iglesia a la que fuera en sus inicios, comunidad de espíritus y comunidad de bienes?

Difícil contestar, porque cierto es que la Iglesia ya no detenta poder secular alguno... bien que esto se haya de tomar con la salvedad de que, siendo Reino de Dios, posee un Estado en la Tierra; o la salvedad de que diciendo su Fundador que no salieran a predicar con alforjas, la Iglesia las tiene repletas en cuentas bancarias, negocios, valores, empresas de todo tipo; dejando clara el Evangelio la separación entre poder temporal y espiritual, la Iglesia todavía busca con fervor la asociación con los poderes de la tierra. Y de hecho es considerada como poder temporal cuando sus dignatarios reciben tales dignidades.

Decir que la Iglesia es presente, que el pasado, aun el oscuro, no debe influir en el presente, es una escapatoria fácil, una añagaza de quien no quiere asumir lo que fue. De hecho la Iglesia tiene como pilar sustentador, a la par que el Evangelio, la Tradición. Llámese Tradición o Historia, para el caso es lo mismo. La Iglesia es también su historia, toda ella, no la que sus émulos, sus panegiristas, sus aduladores quieren presentar al mundo.

Y en el mundo privativo de la credulidad religiosa parece existir un miedo congénito a la historia, la propia. Y sucede, como en cualquier vivencia humana traumática, que funciona con excesiva fuerza constrictora el mecanismo psicológico de la represión: lo nefando, queda en el subconsciente. Lo lesivo, lo dañoso, lo perjudicial, lo que puede causar heridas en la evolución de la personalidad, se arrincona, se esconde, se silencia... y, acaso, se olvida.

Sin embargo, ahí queda. El inconsciente colectivo de que hablara Carlos Gustavo puede existir de muy diversas maneras, aunque en la mayor parte de los casos lo que prima es una malévola intención de ocultar al pueblo aquello que el pueblo, por su bien, no "debe" conocer.

¿Y qué se puede hacer, no con sino ante ese pasado "traumático"? Tal pasado escondido ya no lo es tanto: aquellos que no tienen débido alguno con tal "inconsciente colectivo" van expurgando y dejando en evidencia demasiadas cosas nefandas inherentes al rastro que la institución "Iglesia católica" ha dejado en la sociedad.

Hasta ahora, y también ahora, tal pasado apenas si se conoce, y lo que se conoce se ventila con cuatro despectivos "bah, la Iglesia está formada por hombres, pero ¿qué es eso comparado con todo el bien que ha hecho a la humanidad?".

He ahí el engaño en que viven aquellos que quieren esconder el pasado. Lo ético sería preguntarse, al menos, qué se puede hacer. Y lo mínimo sería pedir que aflorara para rectificar, no para peticiones de perdón al estilo de JP-2, que eran brindis al sol.

Pedir perdón por lo que hicieron sus ancestros es una estupidez histórica; podría interpretarse incluso como acto mágico: Ya que “ellos” no pueden hablar, pero yo les llevo dentro, lanzo un grito al mundo para ver si el eco retumba en el mismo pasado. Explicación psicológica de un anacronismo. No se puede juzgar con criterios que imperan en sociedades vivientes, a sociedades enterradas en sus propias atrocidades.

Hay otra deriva ante esa otra visión histórica: desligarse de esa sociedad que ha traído tanta calamidad al mundo en forma de muerte en todos sus aspectos posibles, guerras, falsificaciones, extorsiones, latrocinio, terrorismo, apropiación de bienes ajenos, persecución, destrucción, simonía... Lo decíamos el otro día: un cristiano que sumerge su razón en el pasado de la Iglesia, termina en no-cristiano. No puede pertenecer a una sociedad que ha traicionado de manera tran flagrante los principios que propiciaron su nacimiento.
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