"Una Iglesia pobre y para los pobres" . Reflexiones sobre pobreza y riqueza.

A fuerza de alejarse de la sociedad, de vivir pisando alfombras, de no gastar sus zapatos en callejear, de no ver más allá del cuello de sus fornidos guardaespaldas, los dignatarios de los países, del pueblo --las más de las veces populistas-- no saben cómo es el mundo que intentan gobernar y pretendidamente reformar y, a la postre, ni ven la necesidad de hacerlo.

Que aparezca un "alto personaje" con gran poder para concentrar sentires populares y carisma liderista a decir lo que dice, es hasta de agradecer. Dado que este dirigente "mediático" ha demostrado un talante muy cercano al pueblo, no puedo por menos de aplaudir todo lo que ha dicho y hecho y estoy de acuerdo plenamente con tal programa. ¿O estaría?

Es hora de que haya alguien que les recuerde a quienes jamás convivirán con los pobres, que éstos, primero, existen y, segundo, que son personas necesitadas de apoyo y de ayuda.

Pero surge la cuestión primera de "quiénes son pobres" y "quiénes forman el colectivo de pobres". Parece una perogrullada, pero no lo es. Pobre en una sociedad como la nuestra, la española, puede significar "rico" en Burkina Fasso. Y rico apropiándose del dinero destinado a las Obras Misionales Pontificias --fue hacia el 2001-- es ser un "pobre hombre".

Y quizá sea ésa una de las distinciones a hacer: hombre pobre y pobre hombre.

Pero hay quien presupone que todos sabemos quiénes son pobres y de ahí que reconozcamos como novedoso es otro talante primero, como decimos, del nuevo Papa. Ése parece ser el lema de Francisco (qué raro suena denominarlo así, como él quiere que lo llamen). Ésa es al frase que han destacado los comunicadores en estos primeros días de andadura papal. Y de nuevo la nueva duda: loable pensamiento y encomiable propósito... si se pudiera llevar a efecto.

Los pobres han existido siempre. Y han existido porque otros se han hecho ricos, porque el montante de riqueza creada, o por crear, ha ido a parar a determinadas manos y no equitativamente a todas. En determinados ámbitos sociales hay pobres que por más que trabajen, jamás saldrán del reducto de la miseria. A su lado, la sociedad del bienestar.

Digamos, por otra parte, que la pobreza las más de las veces es una actitud mental, una estructura psíquica, una mentalidad que se instala en el individuo. Siempre se ha hablado de aquellos que con sumas importantes de dinero en el banco, han nadado con la miseria. Casos extremos, desde luego, pero hay otra pobreza mental que jamás se sacia y busca con ahínco la riqueza, que siempre suele ser la de los demás.

Frente a una situación de pobreza, que siempre es un apartado de la injusticia, un triple actitud:
a) seguir esquilmándoles
b) pasar de lado como si no existieran
c) tratar de cambiar su "status".

El capitalismo, no lo dirá tan crudamente, se encuentra de pleno en el primer apartado. En el segundo, la inmensa mayoría de los ciudadanos, pletóricos de egoísmo y renqueantes de conmiseración. En el tercero se pueden encuadrar desde Luis Candelas y asimilados, como Robin Hood o Dick Turpin, hasta Marx y Engels pasando previamente por los movimientos obreristas ingleses del XIX.

Aún así, y dentro de cada uno de ellos, encontramos casos y casos. Amancio Ortega es el tercer hombre más rico ¡del mundo! Y merece el aprecio de todos. Es rico... ¡pero ha creado riqueza! Gracias a él miles de personas viven dignamente, algunos hasta han salido de la pobreza y pueden acceder a otros estados de vida más dignos. De la Rosa, Bárcenas, los Pujol... son ricos pero nadie se siente identificado con su proceder. ¡Verdaderamente son pobres hombres!

Otra cuestión diferente es la desproporción entre trabajo realizado y recompensa recibida: hay quienes, proporcionalmente al trabajo que realizan, reciben el 100.000% de la riqueza generada mientras otros han de contentarse con el 20%.

Pero volviendo al lema que hoy nos trae: ¿qué puede entrañar "Iglesia pobre"? ¿E "Iglesia para los pobres"? Iglesia pobre. Términos imposibles de conjugar. La Iglesia ni es pobre ni es rica: frente a las inmensas riquezas que acumulan el Vaticano o la Catedral de Toledo está el colectivo de curas que malviven con ochocientos o novecientos euros al mes.

Lo que decimos, una sociedad no puede ser pobre si quiere seguir existiendo. Y pretender que la Iglesia sea pobre, es punto menos que imposible. ¿Cómo habría de serlo? ¿Enajenando todos sus bienes? ¿Vendiendo lo que posee y repartiéndolo entre los que sí son "pobres de solemnidad"? Eso está bien para recitarlo en el Evangelio, pero no es factible porque, entre otras cosas, nada se conseguiría. Es la demagogia del populacho que manifiesta su inconformismo sin pensar lo que dice.

Ya en otro nivel, el del estamento eclesiástico acomodado, donde no cuentan las buenas intenciones, donde el hombre es hombre por más que se revista de púrpura y donde se hace abstracción de "consejas", ninguno de los apoltronados curiales estaría dispuesto a ello. ¿En qué situación quedarían los rectores vaticanos y episcopales? ¿Obligarles a vivir en chabolas? Tal revolución es impensable por muchísimas razones que están en el ánimo de cualquiera que piense un poco. En palabras llanas: una iglesia pobre en este sentido terminaría en Iglesia miserable.

La pobreza asumida es estímulo para salir de ella. La miseria se hunde más en su cenagal, del cual sólo la acción decidida de los demás puede sacar.

La Historia nos muestra con claridad el modo y la manera de cómo los pueblos han salido de la pobreza para acceder a un "cierto" estado de bienestar. A la España de los siglos XVI y XVII le venían las riquezas por todas partes. Pero sólo eran ricos los que formaban la élite gobernante (nobles como los de Alba o Medina Sidonia, prelados toledanos o santiagueses, etc) con el añadido del dispendio monumental de las guerras "en defensa de la fe". La Inglaterra de los siglos XVIII y XIX era una nación riquísima, pero ahí está Ch. Dickens para desmentirlo: la inmensa mayoría de los que constituían la clase obrera vivía en la miseria. Hoy se puede decir lo mismo de países que han pasado por el drama y el vendaval del comunismo, movimiento que pretendidamente quería cambiar las tornas de la clase obrera: Cuba, Corea del Norte, China... tienen una clase dirigente inmensamente rica, pero el país, o grandes masas de ciudadanos, es miserable.

¿Cómo ha sido posible el cambio en Occidente? ¿Gracias a las revoluciones comunistas? En modo alguno. ¿Gracias a la labor conmiserativa de la Iglesia? Tampoco. ¿Y cómo exportar su "modus operandi" a países o regiones del mundo devastadas por la miseria? Éste es el asunto.

"Iglesia para los pobres". Sólo se nos alcanza un modo: la palabra. Pero no la que vuela y se esfuma desde los ventanales vaticanos o hace rugir de gozo a los entusiasmados de Cuatro Vientos o el próximo Brasil, sino aquella que puede hacer mella directa en quienes tienen la capacidad de que cambie el país.

Francisco tiene poder suficiente, poder moral, para mirar a los ojos a cualquier Cristina Kirchner y preguntarle por la situación de "sus" pobres. Tiene suficiente autoridad moral para viajar a cualquier país africano no a hacer turismo liderístico sino para reunir a sus mandatarios y espetarles abiertamente que sus cuentas suizas podrían hacer mucho por el pueblo; o que entre comprar "otro" sistema de misiles o levantar escuelas y hospitales la opción es clara.

Iglesia pobre y para los pobres... o un gran reto o palabras vacías. A medio plazo, dentro de cuatro o cinco años, veremos en qué ha quedado tal propósito. Porque los gestos, las sonrisas, los besos a niños o tullidos... son flor de un día. Un dignatario no está para eso ni puede caer en tal demagogia, como si el "dejad que los niños se acerquen a mí" fuera para atusarles el cogote y no para instruirles o darles de comer.
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