Morales religiosas y Ética laica /5

Pensar la religión es el mejor antídoto contra el veneno integrista (Engenio Trías)
Si la muerte no existiese, no habría ninguna religión (Ludwig Feuerbach)

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El hecho de que las diversas religiones históricas, y especialmente los tres monoteísmos, formulasen códigos morales acordes con su sistema propio de creencias (el Decálogo es el más conocido), hace que muchos creyentes sean incapaces de distinguir moral y religión.

Durante siglos, el código de normas morales en los tres monoteísmos estuvo unido de forma sustancial a la fe religiosa, de modo que el código moral único (monismo moral) era inseparable del Dios único (monoteísmo). “Pero, en Occidente, el proceso de modernización supuso el retroceso de las imágenes religiosas del mundo y, en consecuencia, la moral fue independizándose paulatinamente de la religión, y tratando de buscar un fundamento racional, común a creyentes y no creyentes”, afirma Adela Cortina (El quehacer ético. Guía para la educación moral).

En efecto, desde la Ilustración la moral se hace autónoma e independiente de la religión y la moral religiosa es sustituida progresivamente por una ética laica o cívica, coherente con las sociedades pluralistas y democráticas, basada en un mínimo de valores compartidos (libertad, igualdad, solidaridad, justicia, paz…), válidos para cualquier persona, con independencia de su fe religiosa, su ateísmo o su agnosticismo. Como ya hemos indicado, El humanismo laico sostiene que el relativismo radical es humanamente insostenible.

Para comprometerse en la defensa de estos valores laicos no se necesita profesar ideas religiosas. Recuérdese el compromiso en la defensa de los derechos humanos de célebres ateos como Sartre o B. Russel, quien se definía como un “escéptico apasionado”. No hace falta la fe religiosa para rechazar la irracionalidad de la tortura, de la violencia de género, del trabajo esclavo o del racismo y la xenofobia, que a menudo es aporofobia (“America first”!!!).

Ello implica que las normas de convivencia en una sociedad pluralista han de establecerse sobre una base laica, no religiosa, como en los Estados confesionales. Las morales religiosas con su credo particular pasan al ámbito privado de la conciencia y de las diversas comunidades religiosas. La libertad no es “religiosa” ni atea, sino un simple valor laico, como la igualdad, la justicia o la solidaridad. Y la misma libertad “de religión” y “de conciencia” son modernas aportaciones laicas, pese a la fuerte oposición de los papas.

En 1832 el papa Gregorio XVI condenaba “aquella absurda y errónea opinión o más bien delirio, que se debe sostener y garantizar a todos la libertad de conciencia”. Y hubo que esperar al concilio Vaticano II para reconocer el regalo laico de la libertad de religión, con escándalo de muchos creyentes. En la misma línea antimoderna, Pío IX lanzó el anatema contra todos los valores y libertades del liberalismo y Pío X condenó el modernismo como compendio de todas las herejías en la persona del investigador bíblico Alfred Loisy.

La historia demuestra que la imposición a toda la sociedad de un único credo con un código moral único, sea la ley mosaica, la sharía o un régimen de cristiandad, lleva a una forma de lo que Hannah Arendt denominaba totalitarismo ideológico, que conduce a la intolerancia, al fanatismo y a la violencia. Todo ello derivado de la concepción absolutista de la verdad, revelada en un libro sagrado. El ejemplo actual más claro es el del yihadismo.

El teólogo católico Hans Küng afirma que “ningún otro problema en la historia de las iglesias y de las religiones hizo correr tanta sangre y lágrimas como la cuestión de la verdad. Un ciego fanatismo dio lugar, en todos los tiempos y en todas las iglesias y religiones, a una escalada de desastres y de muertes” (Hans Küng: Proyecto de una ética mundial). La pretensión antigua y actual de los tres monoteísmos de poseer la exclusiva de la verdad y el monopolio de los valores choca frontalmente con el pluralismo axiológico de la democracia.

Una ética cívica o laica no puede admitir el sofisma de Iván Karamazov, “si Dios no existe, todo está permitido”. Adela Cortina señala la dificultad que tiene la gente habituada al código moral único al pensar que, si no hay un fundamento en la fe religiosa, la vida moral termina en el caos del nihilismo. Para esas personas sólo existen dos bandos con dos opciones excluyentes: “los creyentes orientados por una moral religiosa, y los no creyentes totalmente carentes de moral, para los que todo vale, cualquier cosa está permitida” (Ética de la sociedad civil).

La pregunta es ¿qué aportan, entonces, las religiones? Al menos los tres monoteísmos aportan el afán y la promesa de salvación en otro mundo, la liberación del pecado y sobre todo aportan un sentido a la existencia y liberan del temor a la muerte. La convicción de fe aporta, ante todo, consuelo y un sentido trascendente a la existencia. Pero otras convicciones dan a la existencia humana un sentido inmanente o bien ningún sentido.

Para Kant, la moral es la respuesta a la pregunta ¿qué debo hacer?, mientras que la religión responde a la cuestión ¿qué me cabe esperar? Es decir su terreno es el de la esperanza trascendente, fundada en la fe. F. Savater en El valor de educar señala bien la diferencia entre ambas: “la ética se distingue de la religión en su objetivo (la primera quiere una vida mejor y la segunda algo mejor que la vida) y en su método (la primera se basa en la razón y la experiencia, la segunda en la revelación). Pero además es que la ética es cosa de todos, mientras que la religión es cosa de unos cuantos, por muchos que sean”.

La enseñanza de la ética laica con sus valores propios interesa a toda la ciudadanía. Sin embargo, la legislación la ha convertido en una alternativa a la religión confesional en los centros públicos estatales. Primero fue la religión católica y luego las demás confesiones.
Esta enseñanza confesional prolonga la catequesis, el adoctrinamiento y el proselitismo en los centros públicos, lo que choca con la naturaleza no confesional del Estado.

La enseñanza de un credo religioso pertenece al ámbito privado y ha de hacerse fuera de la escuela pública, en instituciones privadas. Otra cosa es el necesario conocimiento del fenómeno religioso, desde la filosofía o las ciencias de la religión, lo que es muy distinto de la transmisión de una determinada fe religiosa o desde la teología. El humanismo secular requiere un Estado laico.
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