La Religión dentro de la Fenomenología.

Aquellos años de pre y postguerra mundial fueron años de desintegración filosófica. Una sociedad, descompuesta y sin norte, la alemana, produjo movimientos filosóficos que condujeron a su propia destrucción física. Sin pretenderlo Kant, Fichte, Hegel, Schleiermacher, Schopenhauer, Brentano, Marx y tantos otros, crearon y luego se hicieron eco de un mundo putrefacto. Para bien y para mal nunca las ideas son inocuas.

Entre esos movimientos se encuentra la fenomenología, ciencia pretendidamente filosófica que tuvo su quid, su porqué, sus seguidores y su tiempo. Hoy, por lo que parece, no deja de ser un hito sin apenas repercusión en la ciencia del saber y Franz Brentano un filósofo a olvidar.

Como es lógico, resumir en un párrafo la fenomenología, es casi un insulto contra tales filósofos. El nombre "fenomenología" deriva del griego "fáinomai" (mostrarse, aparecer) y "logos" (pensamiento, discurso).
Un hecho, una pretendida verdad, un acontecimiento... se muestran a la mente; ésta los percibe de manera intuitiva (intuye que tal cosa puede ser esto o lo otro y que se debe a tales causas); a partir de esa intuición, la conciencia cognoscente intenta inferir sus rasgos constitutivos.

Para Husserl esa intuición supone una presencia eidética absolutamente cierta, de ahí que el conocimiento verdadero tenga que partir de dicha intuición (algo así como le pasó a Descartes con su intuición "pienso, luego existo") o a Anselmo con su intuición de que Dios es lo más grande que se puede concebir.

¿Y qué tiene que ver esto con "la creencia"?

En realidad y como realidad, nada, pero sí mucho con los continuos "discursos fenomenológicos" en que se fundamenta. La creencia es una sempiterna fenomenología. A base de intuir fenómenos, el buen creyente llega a creerse él mismo --ahora en el más puro sentido vulgar--un "fenómeno". Y no digamos nada si su discurso de pedrada de honda, encuentra eco en las ondas.

Como tales cosas existen --el Vaticano, los curas, las imágenes, los ritos y sacramentos sociales, las fiestas locales religiosas, las visitas del Papa, las herencias y legados, las ermitas abandonadas, los monasterios, los fondos de inversión, los hospitales inmaculados...--, parten de tales hechos para sustentar y deducir que están en la verdad. Existen, luego son. Y si existen y son han de tener un fundamento de realidad.

Aunque cueste creerlo, éste es uno de los grandes argumentos que les justifica: la presencia social de todo eso. Y también la existencia de tantos mártires, la buena voluntad de sus misioneros, los grandes tesoros de saber y arte acumulados; o la hermosura de sus ritos y palacios nupciales(¿?), la prestancia de sus jerarcas mitrados, la prepotencia social de la gran masa estulta que cree; las peregrinaciones anuales a tal ermita, donde el cura ermitaño de turno se convierte en "dios por un día"; los artículos pontificales en tal revista; o el coloquio de altos vuelos en tal emisora...

Nada más tópico, propio de un conocimiento vulgar y vulgarizado, que quedarse en el "fenómeno". Fenomenología de bolsillo. O conocimiento de cáscara. O el cagajón en estuche de marfil con pedrería. Un regalo de aire envuelto en paquetes y lazos del Corte Inglés.

Para ellos todo epifenómeno que brilla(fainómenon) es sol, es "imago Dei", sustancia divina, esencia y presencia que lleva dentro el Espíritu. Si hay flores por las calles, colgaduras, estandartes, altares portátiles, custodias de oro y pedrería, no puede ser sino Dios que pasa, Corpus Christi lucero de nuestros amaneceres. Con la venia cacofónica: El mito creó el rito y, en nuestros días, el rito sustenta el mito.

Bueno, en realidad ni lo piensan: están, luego son.


No, no llegan ni a pensarlo: lo dan por presupuesto. Y cuando alguien pone solfa a su discurso, o insultan ellos o dicen que son insultados.

Cuando se encuentran en su propia salsa, todo lo presuponen. No introducen el punzón en el "fenómeno": lo aceptan tal cual. Que el Papa B16 viene a Valencia y a Madrid: es el representante de Dios que quiere habitar entre nosotros; les da igual la superchería de tal autoproclamación deificada. Que una oblea se eleva sobre la cabeza, recibe incienso, se adora, se pasea por las calles: dicen que es Cristo y es verdad. Les da igual el sentido mágico de sus ritos y creencias: "me pasa esto porque soy malo", "me siento alegre porque confío en Jesús", "sólo María puede provocar en mí estos sentimientos".Les da igual el caudillismo al que se entregan; les da igual la superchería a la altura de cualquier horóscopo; les da igual el origen putrefacto del papado; les da igual el pretérito genocida dentro de su historia...

Y esto lo encontramos en todos los niveles y situaciones: ¡El Papa viene: todos a su encuentro! ¡Rouco no está ronco y sigue mintiendo: qué profundidad doctrinal la suya! ¡Cañizares, tú que puedes, haz honor a tu apellido: mete caña!¡Y ya que tenemos tantos colegios, tenemos derecho a lavar el cerebro a los niños con cuentos! ¡Que esta catedral se cae: pueblo fiel, arréglala!

Y se creen con derecho a juzgar lo humano como sojuzgan lo divino; y porque les escuchan millones de moscas, siguen siendo moscardones; y porque siguen creyendo los cuentos, ya se creen herederos de los cielos como niños que son; y porque les gusta darse puñadas en el "yo pecador", se creen con derecho a ser puñeteros; en fin, porque viven henchidos de viento, en cualquier momento expelen ventosidades doctrinales.

Y siguen y siguen y siguen hurgando, revolviendo, propugnando, defendiendo superficies cascariles. Sin ser tan filosófico, el pueblo llano ya se lo advirtió: "Vosotos seguid discutiendo si aquellos que corren y ladran son galgos o podencos".

¡Qué fenómenos! ¡Es todo tan fenomenal!

Volver arriba