El Verbo se hizo carne y la verdad trizas.

A la vez que esto terminaba, veía al muy honorable y reverendo obispo de Alcalá de Henares, Sr. Reig Pla, exponiendo verdades gruesas desde el altavoz de TV2. Con razón algunos pretenden suprimir este especio, porque la mayor parte de lo que se dice son fábulas expuestas como si de verdades se tratara. No soy de esa opinión, que conste: también se incita al bien y tales cuentos consuelan a mucha gente. Pero sí es cierto que lo que se oye, oído desde la otra parte, son verdaderas burradas si se toman "stricto sensu", como que una mujer normal y corriente, dice Monseñor, parió a Dios.

Porque así lo dicen, así lo repito: la Navidad afirma una verdad, cual es que Dios se ha hecho hombre entre nosotros en Cristo. ¿Una verdad? Pues ya tenemos la controversia sobre tal verdad: ¿verdad simbólica? ¿verdad histórica? ¿verdad a creer? ¿verdad refutable? ¿verdad inescrutable? ¿verdad mítica? ¿verdad revelada? ¿verdad con qué consistencia real?

Y lo grave es que de la elucidación de tal verdad se ha derivado una lucha titánica durante siglos entre los que quieren imponer su "verdad de fe" como "verdad histórica" y aquéllos que sonríen ante tales pretensiones pero que, o bien han sufrido o sufren por el disenso o bien se espantan por tener que contender contra hechos inmateriales y por tener que bajar al mundo de la sinrazón con las armas de la razón.

Las verdades de fe nacen por “argumento de no discusión”.

Tal argumento suele venir avalado por la doble vía de la inconcreción de las verdades, desfiguradas o disueltas “en la noche de los tiempos” y, sobre todo, por el marchamo de autoridad.

Quien predica tiene razón, sólo por ser quien es (desde papa a sochantre).

Es enormemente turbador percibir cómo una persona de ideales nobles, de acendrada virtud, con don de atraer a las gentes, que está dispuesta a defender su verdad con la vida... pueda estar basando su predicación, su trabajo y su hacer vital en lo que para otros son engaños. Y a veces, alguno de esos a sabiendas de que engañan, aunque la mayoría creída de estar difundiendo la verdad.

A esta primera vía de asentamiento de la verdad --la prédica de una autoridad-- se añade el hecho social de que, quien contradiga las afirmaciones del santón, se verá tildado de necio o de malvado, por parte del predicador o de sus acólitos.

Es una forma blanda de eliminar a la competencia o al contradictor. Han existido métodos más contundentes para ello, pero no "pega" traerlos a colación en estos días navideños, aunque el tiempo de Navidad es propicio para hacer ejercicios de empatía. Al recordar el devenir de los miserables albigenses o cátaros, al leer una y otra vez frases de "fueron enviados a la hoguera", uno no puede por menos de sentir demasiadas cosas a la vez. ¿Cómo se puede condenar a otro a tal suplicio? ¿Qué sentiría en ese momento el ajusticiado? ¿Qué retorcimiento vital y fanático puede conducir a provocar tanto daño? ¿Tendrían después la conciencia tranquila estos prestes homicidas? Y cada vez se puede perdonar menos a esa Iglesia que produjo tales monstruos durante muchos siglos (siglos llenos de años y de días).


A partir de la eliminación del enemigo, el camino está expedito para dominar el sector de sociedad que corresponda. Tal ha sucedido con los credos; también con los “nobles ideales” patrióticos.

Esto que es tan simple de entender, ¿por qué no se aplica en todo su rigor a los credos milenarios? ¡No son más verdad que cualquiera de las mentiras o mitos sociales!

Se suele decir que las verdades pueden ser científicas o metacientíficas. Las primeras deben ser demostradas, las segundas pertenecen al reino de la opinión.

Esto puede inducir a confusión, como si ambas fuesen de igual rango, lo cual no es así. Una verdad o afirmación metacientífica no es sino un juicio de valor, sujeto a la inconsistencia de lo opinable, sin posibilidad de establecer verdad o falsedad en él. La única verdad que encierra es “que se da”.

La inteligencia emite juicios de verdad o falsedad sólo sobre verdades científicas, o más exactamente, racionales: entiéndase por científico todo lo que responde al sentido común, desde la trayectoria elipsoidal de los satélites artificiales a la compra del mejor pollo de la carnicería.

Las otras sólo son objeto de “valoración”. La gravedad del asunto sobre estas "verdades metacientíficas" que inciden en la credulidad religiosa, es que los juicios sobre religión han de ser de “verdad” o “falsedad” sólo por el hecho de que regulan la vida de las personas, por el hecho de que hay vidas o haciendas que dependen de ellas, por el hecho de que suponen una determinada y prefijada ordenación social.

El hecho de creer o no creer, tal cual y a fin de cuentas, es indiferente por sí solo.
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