Verdades eternas sin carne en el tiempo.


Retrocedamos sesenta o setenta años atrás, todavía el cristianismo católico fuerte en Europa. La doctrina teológica era: Extra Ecclesiam, nulla salus , que puesto en positivo quiere decir Sólo dentro de la Iglesia hay salvación.

Ya de por sí huele raro, si no mal, eso de salvación, y más si se refiere a la eterna: tal como 'ellos' la entienden, es un presupuesto falso e inexistente por indemostrado. Sucede que no por mucho desear una cosa, esa cosa tiene que existir. Los deseos no son fuente indubitada de verdad.

Extra Ecclessiam... O res ridicula, que diría Catulo. Sentencia tan descaradamente falsa, hoy la edulcoran diciendo que “dentro” se está de tres formas, por bautismo, por deseo o, implícitamente, por buenas obras... ¡Pues viva la globalización!

Páginas y páginas tratando de justificar aserto tan fatuo y pedante para terminar diciendo que en cualquier sitio está la salvación, o sea, siendo persona buena: todos salvados. En palabras llanas, "el que mucho abarca poco aprieta".

Cuando la organización se tambalea, el ecumenismo también es teológico y doctrinal. Hoy transitan hacia el ecologismo. Y vendrá un Santo Tomás de Allí-no que hará teología ecológica. Bueno, ya ha venido en forma de Encíclica "franciscana".

Lo mismo que con determinados considerandos filosóficos, llegarán hasta la “unión de los contrarios” y en ello también habrá teología.

Primero fue la sentencia, sentencia dogmática y secularmente necesaria. Y durante siglos quisieron salvar a todos a la fuerza. Viene luego la imposible justificación de la sentencia; finalmente se deja de lado, se arrincona, se la hace desaparecer por inviable... pero que quizá sirva para más tarde.

Porque, aún concediendo que habrá salvación eterna, ¿de qué género es el qué y el cómo de ese "reino de salvación"?

Habida cuenta de la grosería mágica de ciertas concepciones vulgares y extendidas de la salvación, cierto es que muchos cristianos aspiran a una salvación de tintes espirituales... y aquí: salvación de sus miedos, de sus fobias, de su malhumor.

Por más que Dios haya revelado todo, por más que sepamos todo lo humanamente posible sobre su Hijo, que conozcamos a fondo su doctrina... de lo que más nos importa, nuestra vida futura en ese “reino de salvación”, ¿qué sabemos?

¿Cómo es ese paraíso que nos espera? ¿Qué es estar eternamente inactivos contemplando el rostro de Dios? ¿Qué lugar tienen los cuerpos resucitados en tal menester? ¿Cómo gozará el cuerpo humano, el físico, el material?

Sí, tienen respuestas, pero las mismas no llenan en modo alguno la voracidad inquisitiva de las mentes crédulas. Quieren saber más, no lo tienen claro, no convence, no llena...

Y regresan a la sempiterna respuesta: es un misterio más del “plan de salvación”.

Al menos hoy ya no se oyen las groserías pseudoteológicas de hace cincuenta años, que eran, más que promesas gratificantes, un verdadero insulto a la razón.
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