La Virgen María o “simplemente María”.

El libro se divide en cuatro partes. En la primera, “Vida de María”, recoge todos los datos que aparecen en el Nuevo Testamento adobándolos con otros conocidos del ambiente histórico imperante en Palestina en los albores del siglo I. Esta parte no deja de ser una novelesca aportación edulcorada de hechos supuestamente reales (continuamente dice y desdice, aporta datos aunque sean de fuente no fiable, como evangelios apócrifos, presupone situaciones…). Se nota que a tal fraile le mueve un afán piadoso, para conmover sentimentalmente a lectores ya predispuestos a dar crédito a lo que sea.
Para un creyente algo versado en cultura teológica, más importancia tiene el resto de la obra, especialmente la II Parte, toda ella de contenido teológico, dividida en 11 capítulos. Las dos partes restantes responden a preocupaciones pastorales, “Ejemplaridad de María” y “La devoción a María”, que pretenden mover a fervor y recogimiento ante una imagen olotina de María.
Nada habría que decir cuando de reflexiones teológicas habla: quien se lo quiera creer, que lo crea. Quien la haga madre de Dios (¿también de Dios Padre por aquello de la unicidad o unidad sustancial del dios cristiano?), por supuesto que estará de acuerdo con las mil deducciones consecuentes. Respecto a la biografía, es otro cantar. Son casi todo invenciones o deducciones sensibleras. ¿Cómo de unos pocos datos que aparecen en los evangelios –de los que hasta los profesionales dudan de su veracidad cuando de datos históricos se trata—se puede colegir tanto?
Por ejemplo. Por ser purísima, por sus comunicaciones con Dios, por no poder contar nada de eso…“de ahí que pasase su infancia y adolescencia en la más absoluta soledad interior”, afirma sin rubor el autor. Y se lanza a elucubrar y deducir. Afirma que había consagrado su virginidad a Dios (¡!) y presupone que también José. ¿Cómo leer con seriedad tal libro?
Lo cierto es que en cuanto Jesús se despide de su familia, los evangelios dan carpetazo a sus padres (a José ya lo habían arrinconado tras un velo de silencio [1]). Habla el autor Royo Marín del lugar de su nacimiento y deduce que debió ser Séforis, Nazareth (un pueblo jamás citado en la Biblia y, es lo más probable, inexistente), Belén o Jerusalén (por la “regia” estirpe de María, según afirma el autor).
Puestos a suponer, se puede decir lo que se quiera. Pero si uno se quiere ajustar a la realidad más verosímil, María, mujer de pueblo, no podría desdecir del resto. Lo más probable es que fuera de clase muy humilde; que fuera analfabeta, allí donde todos lo eran y más las mujeres; su dedicación principal serían las tareas del hogar… En este contexto las ocurrencias místicas o políticas poco acomodo tendrían. Todo eso que dice Royo Marín queda excesivamente lejos de una realidad verosímil. Parte de presupuestos creídos durante siglos para encastrarlos en realidades del momento en que María hubo de vivir. Y, teniendo que aceptar “normalidades”, nos quedamos con lo dicho.
Otro ejemplo de incongruencia deductiva está en el inicio de la “vida pública” de Jesús. Si escarbamos en los relatos evangélicos y deducimos otras cosas a las que Royo María recurre, hay indicios suficientes para sospechar que el hecho de que su hijo se lanzara a aventuras sectarias –seguidor del Bautista en un principio, por ejemplo—poca gracia le hizo a su madre, la Virgen María.
Sus expectativas respecto a él serían bien distintas: que fuera normalito, como los chicos de su pueblo; que siguiera el oficio de su padre, digno y productivo, y llegara a ser mejor carpintero, o albañil, que él; que se casara con una chica sana, sencilla y laboriosa para gozar en vida de innumerables nietos. ¿No es esto lo más probable? Pues sí, pero choca con la fe. Y la fe consigue deducir dando marcha atrás en la historia.
Si en vida María llevó una vida escondida y trivial, a su muerte, con asunción incluida, su figura desbordó fronteras. De un difunto siempre se dice lo que se quiere: no va a responder. Ya de hecho cambió de título y pasó a ser “asunta”, milagro mediante. Durante siglos hizo acto de presencia entre los humanos de las más diversas formas. En general siempre se ha aparecido a pastorcillos y monjas generalmente con trastornos neurovegetativos. El guión lo imponía.
Y tras estas apariciones sabemos detalles asombrosos y hasta emocionantes. Conocemos su indumentaria, siempre de blanco y azul. Todos dicen de ella que es una mujer asombrosamente guapa y muy dulce. Curiosamente se mantiene en una perpetua juventud, a pesar de su edad, porque dicen que murió entre los 60 y los 70 años.
Y ahora pasmémonos, sabemos hasta su tipo de sangre. Es 0 negativo. Aclaramos el dato: el doctor César Reyes, director que fue del Instituto Médico Legal de Santiago de Chile recogió una muestra de la sangre que lloraba una imagen venerada en el popular barrio de La Cisterna, en Santiago de Chile. Tras su análisis posterior comprobó que pertenecía a ese raro tipo, 0 negativo.
Sigamos leyendo al profesor A. Royo Marín que es fuente interesante de datos biográficos y, sobre todo, hagiográficos.
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(1) Resulta paradójico que sabiendo como sabían todos que José había muerto antes que María, no se dé culto a una Virgen Madre y Viuda. Esta devoción no ha calado en la tropa. El título de María viuda no aparece en ninguna letanía. Y de hecho lo fue. ¿O no? Seguro que si esto leyere el papa Francisco, pondría pronto remedio a tal olvido: ¡pues mira que no hay viudas entre el rebaño fiel!