¡Viva la unidad de los cristianos!

Es de suponer que si los cristianos rezan por tal unidad –que no es otra cosa que expresar deseos— es porque deben estar desunidos. ¿Lo están? No debería parecerlo. Serían los mismos perros con distintos collares. Católicos, protestantes, ortodoxos, monofisistas, nestorianistas, pentecostales...¡todos son cristianos! Luego no están desunidos. Luego… ¿para qué rezar por ello?
Por otra parte, ¿de qué unidad estamos hablando? ¿Obediencia a un papa único y común? Quizá los católicos, aunque sean los cristianos más numerosos, debieran ser menos pretenciosos. ¿Unidad doctrinal? Más o menos ya la hay. Todos creen en lo esencial: Dios, Cristo, redención, cielo. Con los ortodoxos hay diferencias de menor calado: eso de la señal de la cruz al revés, eso del primado, el celibato... son bagatelas. Es decir, ya están unidos. Respecto a los “hermanos protestones”, pues también. El Concilio Vaticano II vino a ser como una revolución luterana a destiempo: la aceptación de las tesis protestantes se produjo sin decirlo expresamente, o sea, de facto; se dio un acercamiento cualitativo entre dos posturas que en su día llevaron al desacato a la autoridad romana. Lutero tenía razón. Problema aparte, insoluble, son las derivas de la piedad protestante
En el fondo, hay menos diferencia entre un protestante de base y un católico del montón que la que hay entre un miembro del Opus y un focolar; o entre un cartujo y un “yarumal”. Y, por supuesto, dentro del protestantismo, ya me dirán. El Espíritu ha soplado donde ha querido, como dicen que sucede, y ha generado una infinita variedad de corrientes amorosas, o sea de Iglesias con su propia y más o menos boyante financiación, que por ahí va la cosa. Y también me dirán lo que tienen en común los luteranos con los mormones. Sucede lo mismo dentro de la Católica Romana: el Espíritu infunde su carisma en determinados fieles así llamados “carismáticos”, cuya fuerza y vitalidad arrastra a muchos otros a ser legionarios, catecúmenos de por vida o esclavos de los siete dolores de la Virgen.
Debe haber algo más de fondo, subterráneo, escondido… que impide la pretendida unidad. Mucho sospecho que es una rama de cristianos, concretamente los apostólico-romanos, la que raza por algo bien concreto, por que todos obedezcan a su romano pontífice. ¿O no?
Pues eso, a rezar por la unidad, que será siempre un deseo insatisfecho por inalcanzable. Unidad que jamás se dará porque “la pela es la pela”.
Una imagen de esa unidad desunida o de esa imposible unidad de lo que ya está unido nos la dan los “santos lugares”. Si se cae en la cuenta de la situación en que se encuentran las basílicas erigidas en Belén, en el Calvario y en todos los etcétera de “tierra santa”, uno no puede sentir otra cosa que repulsión si no es hilaridad. ¡Ahí tienen el primer escalón en la pretendida unidad!
Primero fue Santa Elena la que, trescientos años después de los sucesos –que ya son años— descubrió sin posible lugar a confusión, todos esos lugares sagrados… ¡Hay que ser verdaderamente crédulo para admitir que las cosas fueron así!
Fijémonos en la primera, la Basílica de la Natividad, en Belén. La actual basílica es la tercera que se edifica sobre los cimientos de las anteriores. La puerta es minúscula: así se impedía que los turcos, dueños de esas tierras hasta 1919, accedieran a caballo. Del interior, ortodoxos, católicos y cristianos armenios han hecho parcelas. Cada Iglesia, cristianas todas, tiene su propio campanario y sus párrocos, coadjutores, celadores y empleados varios, tratando de superarse mutuamente en esplendor, lujo… y piedad.
Bajamos por unas empinadas escaleras a la cripta, donde está el “santo” pesebre (¿qué implicará eso de “santo”?). El altar, con su estrella de plata que indica el lugar exacto del nacimiento, es propiedad de los ortodoxos; sin embargo la estrella es predio de los franciscanos; la imagen de la Virgen pertenece a los cristianos sirios; la imagen del Niño, junto al “santo” pesebre, está en litigio: se la disputan los cristianos armenios y el archimandrita ortodoxo (archimandrita = “jefe del redil de las ovejas”). Lo bueno de todo es que se llevan bien, cada uno participa del jugoso pastel pesebrista.
¿Y por qué ese prorrateo de algo que, si posible fuere, llevaría cada uno un trozo a sus sedes respectivas? Por el negocio que supone. Los prosélitos de Lutero llegaron tarde al reparto; además no creían en esas cosas. Sólo se aprecia piedad en los esquilmados turistas de la fe, siempre tan crédulos ellos, que pagan por un trampantojo (ya sé que alguno dirá que da igual que Jesús naciera o no precisamente allí, que lo importante es el hecho de que Dios se encarnó, el creer en ello… Pues bueno, así es todo en la fe. Basta con creer para que lo creído exista).
Pues a lo que vamos: ¡qué bonito es rezar por la unidad de los cristianos! Por una parte paz y amor y plegarias. Por la otra, como la pela es la pela, la Abadía de Westminster será anglicana por siempre, con sus reales tumbas y su millón y medio de visitantes anuales; en las rentas del Vaticano no pondrá sus manos Justin Welby, Arzobispo de Canterbury, faltaría más; y Bartolomé I que siga gozando de su Patriarcal de San Jorge, allá lejos, en Estambul; y si descendemos por la escala numérica de adscritos a esta o esotra confesión, ¿cómo se van a sentar en el coro de notables los seguidores de Joseph Smith agitando su “Libro del mormón”?
Échense las manos a la cabeza con este ENLACE: vean si es posible que todo ese conglomerado de “iglesias cristianas” pueda alguna vez sentirse uno. Más bien, por lo visto en el pasado, la disgregación seguirá aumentando.