La muy católica ira contra los judíos.

Algo tiene el agua cuando la bendicen, dice el refrán pío. Un cristiano también podría decir: algo tendrán los judíos cuando han sido tan perseguidos durante siglos y en tantas partes. Esto sólo lo podría decir un cristiano, desde luego, aunque el asunto no deja de tener su punto de cinismo, al considerar que han sido precisamente los cristianos y especialmente los católicos, los más fervorosos perseguidores de los judíos.
Algo podría haber, porque todavía en nuestro tiempo y en algunas regiones del mundo, los judíos no son bien vistos. Sin embargo ¿por qué tanta ira y tamaña represión contra los fieles de la religión judía? ¿Por qué tanto odio acumulado durante tanto tiempo?
[Una persona de nuestro círculo de amistades que trabaja como azafata de embarque en Iberia me comentaba hace un tiempo que le producían coraje los judíos, especialmente argentinos, por su prepotencia, por su falta de educación, por su aire de superioridad, por su carencia de modales… Sintomático].
La revista “Historia” de National Geographic de este mes trae un sobrecogedor artículo sobre los judíos en la Edad Media firmado por Mariano Gómez Aranda que a más de uno, sin ser judío, le causará irritación. No es que desconozcamos, por supuesto, pero siempre los detalles, los hechos singulares y particulares impactan más que las genralidades.
“La historia de los judíos de Europa entre los siglos XI y XV es la de la lenta asfixia de unas comunidades que fueron odiadas, atacadas y expulsadas por sus vecinos cristianos, tanto por razones religiosas como por la animadversión que generaba su actividad económica”.
Comentábamos hace días el contubernio, supuesto contubernio, habido entre Constantino y los escritores del segundo cristianismo, evangelistas, para exculpar a los romanos de la muerte de Jesús-Cristo cargando toda la culpa sobre los hombros de los judíos, los verdaderos asesinos de Jesús. Lo consiguieron: a partir de entonces, los responsables de su muerte fueron los judíos. Y no sólo ellos, también sus hijos y los hijos de sus hijos. Se asimiló la religión a las personas y ésas fueron las secuelas. Hoy nos parece terrible tal acusación, pero no otro fue el detonante de la violencia generada en los territorios cristianos contra ellos.
En esta caza de judíos, hay momentos señeros. El inicio podría estar en la predicación de la primera cruzada por un papa cristiano, Urbano III. Cruzada contra el infiel, donde entraban los judíos (1096), masacres en Ruán y valle del Rhin; suicidios colectivos en Maguncia o Worms; Concilio de Letrán (1215) prescribiendo que los judíos deben llevar una señal distintiva; expulsiones de Inglaterra (1290), Francia (1306 y 1394) y luego España (1492) donde antes, 1391, ya habían sufrido matanzas; predicación de dominicos y franciscanos, como Vicente Ferrer, 1411, inductor con sus predicaciones del despojo de bienes y fuentes de trabajo y, dicen, las matanzas habidas en Toledo; el famoso “arcediano de Écija” y sus encendidos sermones… En la actual Chequia destacó el franciscano Juan de Capistrano, siglo XV, por su ferviente prédica contra husitas y judíos.
En toda Europa los sermones de los fanáticos predicadores, especialmente dominicos, siempre incidían en acusaciones de felonías infamantes: crímenes rituales, sacrificio de niños, profanación de hostias, propagadores de la peste negra, envenenadores del agua…
En el retablo de Sigena, también en el retablo de la iglesia de Vallbona de les Monges, tenemos la reproducción pictórica de una fabulación extendida por toda Europa, la del judío prestamista y la cristiana traidora: ésta le proporciona una hostia consagrada y el judío la apuñala y la tira a una olla hirviendo. De la hostia mana sangre que tiñe el agua de la olla. ¡Hasta qué grado ascendía la credulidad de las gentes que narraciones como ésta encendían la ira del pueblo contra los judíos!
Cuando no era la ira del pueblo, eran los tribunales eclesiásticos. Todo ello implicaba detenciones, confiscación de bienes, cárcel, tortura y las más de las veces, la muerte. Y todo en defensa de la fe cristiana y católica.
Extrapolando un tanto los hechos y las creencias, deberemos decir con rotundidad que si no hubiera cristianos, judíos, musulmanes y demás, no habría motivos estrictamente religiosos para masacrarse mutuamente. Habría otros motivos, desde luego, pero no religiosos. Para matar, decía alguien, se necesita mucha fuerza mental: ésta sólo la puede dar el fanatismo religioso.