El dolor aprovechado que no sirve de nada.

Una más de las perversiones generadas por la creencia es la consideración del dolor y del sufrimiento como vía de salvación.

Para la persona normal, la que se guía por su sentido común o lo que es lo mismo, por su razón, el dolor sólo es síntoma de una disfunción, un aviso; para suprimirlo o aliviarlo, acude a la ciencia, a la medicina. Y cuando sabe el por qué, se resigna y lo soporta como puede.

Para el creyente el dolor tiene un fin en sí mismo, es algo, tiene entidad: aceptado, supone unión con el que sufrió tormento en la cruz, es viático para la gloria, es prenda de salvación...

Este concepto, retorcido hasta límites rayanos con la irracionalidad, lleva a la mismísima “producción” de dolor. Generando dolor en sí mismos, algunos creyentes que se creen superiores a los demás, creen participar en el dolor de Cristo para así caminar más rápidos a Dios. Y se entregan a sacrificios, se ciñen cilicios, se propinan azotes, se entregan ayunos, incluso buscan de manera voluntaria del martirio.

Y muchas de esas prácticas quedan fijadas en normas a cumplir, en las propias Constituciones Religiosas. ¿Alguien puede entender perversión mental más abyecta? Un paseo por las constituciones de “congregaciones” (que no dejan de ser "sectas" para muchos con mente más clara) desde el siglo XIV al XX puede dar idea tan grande descarrío.

Lo humano --el dolor es un hecho también de la naturaleza-- sólo se cura con remedios humanos. El crédulo, a fuer de humano, ante un dolor fuerte de muelas, no suplica a Dios que le cure: simplemente acude al dentista.

Sí, “ofrece” a Dios su dolor, ¿pero cura ese ofrecimiento el dolor de muelas?

Resulta curioso, sin embargo, que ante “dolores” mentales, como la angustia, el presentimiento, la ansiedad, el miedo, la turbación, el desasosiego, la “soledad interior”... el crédulo acude a todos los santos a su alcance, se encomienda a la Virgen de los Dolores, mira y remira al Cristo del Silencio... ¡y sigue tan dolorido como antes! No sabe que también hay remedios humanos para curar todo esto.

Para los creyentes Dios, en el dolor, sirve una veces pero otras no. Cuando tienen esperanza de cura, confían, sí, en la misericordia divina, pero miran con ansiedad al médico. Cuando el cáncer es terminal o cuando están ante el paredón --el caso de los judíos ante la cámara de gas-- Dios está allí lejos, en los bosques, acobardado, retraído, mohíno. No hay nada que hacer.
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