Entre la gloria y el descrédito

Dice la Iglesia de sí misma, lo ha dicho desde sus inicios que:

  • es la que representa a Dios en la Tierra, es decir, la que muestra y enseña al verdadero Dios y ejecuta sus planes;
  • es portadora de la verdad de Dios: es la más fiel depositaria de la verdad revelada
  • es infalible: es conclusión necesaria del carácter anterior
  • es santa, sin mancha alguna, sin pecado: por ser el “cuerpo de Cristo”
  • es ecuménica a fuer de católica: su designio es integrar a todos los hombres en la verdad
  • es la única verdadera: se desprende de las características anteriores
  • es madre espiritual: nutre, acoge, perdona, educa, guía… ama.
  • es dispensadora de la redención, por los sacramentos instituidos por Cristo.
  • es la que guía por la senda de la salvación, por lo tanto, la que protege

Demasiadas cosas para una sociedad de suspiros o multinacional del rezo. Y para muchos, una entelequia, como tal, indemostrada e indemostrable. Es el trampantojo que colocan los crédulos delante de cualquier objeción que dicte el sentido común, porque todo eso, tal como se presenta, pertenece a un ente que no se sabe lo que es, si una comunidad de espíritus o una logia de almas inmortales, frente a lo que todos piensan que es, una sociedadjerárquicamente constituida integrada por miembros rectores y fieles regidos.

Es el continuo encontronazo entre los creyentes y las personas normales, entre los que todo se lo creen y los que someten a juicio cualquier enunciado categórico. La Iglesia, lo que todos entienden por Iglesia, no es el Ente espiritual que sustenta esas nueve afirmaciones (y otras tantas más posibles) sino el Vaticano, los palacios arzobispales y los templos con sus correspondientes funcionarios.

Esa es la realidad que aparece… Y por el hecho de que, como toda sociedad, tiene su historia, reflexionar sobre ella produce sentimientos de lo más encontrado.

No somos tan romos como para no reconocer que ninguna otra sociedad ha hecho tanto por vanagloriarse con justicia de lo que es y ha sido, algo que cualquiera que reflexione, acepta: sus próceres han sido recordados durante siglos por todos los medios posibles, aunque sea con el san por delante; sus logros legislativos, educativos y organizativos han conformado la sociedad; sus construcciones son patrimonio de la humanidad. Añádanse las personas que han dado su vida sirviendo a los demás; la buena fe que anima a la mayor parte de sus integrantes… Repetimos, se reconoce.  

Pero afirmar y pretender que la gente normal crea que la Iglesia es todo lo dicho arriba,  detentadora de la verdad que salva, guía de la humanidad, infalible en dichos y hechos, ecuménica, la única verdadera… es pedir peras al olmo. Basta con mirar al otro lado del espejo para aquilatar su verdad.

La imagen que hoy se nos viene a la cabeza para entender algo de lo que es la Iglesia es la campana de Gauss: una masa central de fieles cumplidores y creyentes, genete normal; a la derecha un grupo no excesivamente grande de personas excelsas y, a la izquierda, otro grupo de personajes siniestros. Lo tremendo es que, en este último grupo, hay un excesivo número de altos dignatarios de la Colegio Apostólico con sede en Roma.

A puntos que expresan gloria y divinidad, los referidos arriba auto arrogados, se pueden contraponer estigmas y pura humanidad:

  • ha ejercido el mercantilismo más descarado con todo lo que le era propio, vendiendo humo para obtener carnaza, haciendo caja con los productos más perecederos que el mercado de la imaginación pueda concebir, como redenciones en la Tierra, bendiciones, salvación… aunque también puestos laborales y dignidades.
  • La Iglesia ha sido un cubil aleve, donde han germinado las más siniestras traiciones. Entre príncipes de la Iglesia, cardenales; entre obispos con sede; entre éstos y el papa; entre papas y príncipes temporales, siempre atisbando el mejor bando posible. La palabra de salvación sólo valía, y se vendía, para un presente breve y para la chusma.  
  • Mundanidad, de la que ya no pueden retraerse: viven, so pretexto de ensalzar las ideas en que creen, ostentando la mayor opulencia (catedrales, palacios, monasterios, etc.). Han aplicado a fondo la idea de que el dinero sirve de poco si no redunda en gloria, poder y ostentación.
  • Insidias: quizá el Vaticano y las sedes arzobispales, cada una en su medida, sean los antros donde más han crecido las zancadillas, las intrigas para obtener los puestos jerárquicos, todo por alcanzar un grado mayor en el escalafón.
  • Soberbia, algo que la misma experiencia de cualquiera ha experimentado a poco que haya tratado a personajes sacros, mayor cuanto más alto es el grado. No toleran la contestación, no soportan que les contradigan… Eso sí, embadurnándose de palabras de humildad y modestia.
  • Triunfalismo, desde la glorificación de las ‘hazañas’ de sus santos, muchas de ellas inventadas, hasta el modo de organizar sus festejos sacros; desde los ropajes de que se revisten hasta los centros donde realizan sus oraciones, imprecaciones y hasta conjuros.
  • Envidias y rivalidades, consecuencia de ese afán por quedar situados en la primera línea y por alcanzar los puestos de relumbrón. El que no lo consigue se convierte en un horno de murmuración, crítica ‘constructiva’ y reproche.
  • Coqueteo con los tiranos, servilismo, sumisión incluso. Ha sido uno de los medios históricos para subsistir. Es la más clamorosa bofetada que los grandes jerarcas han dado a los simples fieles, muchos de los cuales han sufrido la vesania de dichos tiranos, esos que no tienen más que confianza en que alguien les libere de tales monstruos.
  • Crímenes cometidos en los mismísimos recintos sagrados. ¡Han sido tantos! Es algo incomprensible para cualquier mente normal. Bajo un punto de vista humano y político, se entiende que en las cortes de los distintos reinos cristianos tal cosa fuera norma habitual, pero ¡en el Vaticano! ¡En una catedral! ¿El centro de la espiritualidad mundial? Asesinatos de papas; tortura y muerte de opositores; emboscadas dentro y fuera; uso generoso del veneno; uso y abuso del puñal o la espada.
  • Falta de espíritu evangélico en general. Basta releer los Evangelios y cotejar los hechos con las enseñanzas. Ni una sola resiste la comparación.

 Todo lo dicho tiene su base y fundamento en lo que muestra la historia, en denostada publicación, “historia criminal del cristianismo”. Y a pesar de lo que se les cuenta, a pesar de lo que ellos mismos saben, a pesar de que han sido incluso testigos y quizá víctimas, todavía hay cabezas dirigentes y fieles prosélitos que mantienen y siguen pensando y difundiendo que la Iglesia es algo espiritual y que es santa…  

 Basta un mínimo de inteligencia –y de uso de la misma— para percibirlo, un gramo de valentía para decirlo y bastantes dosis de sentido de la justicia para afirmar que de única y verdadera la Iglesia no tiene nada, que es una institución o una sociedad civil más, que ha sabido sacar partido de la credulidad, lo mismo que cualquier creador de artilugios saca provecho de un invento que la sociedad demanda, sea Manuel Jalón (inventor de la “fregona”) o Bill Gates (Microsoft) o Larry Page (Google).

Lo otro es ignorancia consentida o inducida; estupidez, si, conociendo los hechos, mantienen que su Iglesia es santa; asimismo, grandes dosis de cobardía por no rebelarse contra tales pretensiones, al menos para corregirlas.

Pero lo que más parece abundar en esas mentes rectoras es el cinismo: lo saben todo pero siguen predicando lo contrario para seguir manteniendo el tinglado.

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