La información frente a la seductora “fe ciega”.
| Pablo Heras Alonso.
Entre esas preguntas que el ser humano se hace casi desde que tiene uso de razón, más en la adolescencia y juventud, pero que muchos desisten de hacer cuando llegan a la madurez, está la relacionada con el origen del hombre. Ya sabemos lo que la fe nutrida por el Génesis dice: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.
Y llega el joven a la clase de Ciencias y se entera de cosas “raras” como la evolución, como que compartimos un 98€ de nuestros genes con los primates y minucias por el estilo. O cuando visitamos el Museo de la Evolución de Burgos y pasamos del Australopithecus (entre 4 y 2 millones de años) al Homo Hábilis (2,3 a 1,65 M años), de éste al Homo Antecessor de Atapuerca (entre 1,4 M y 800.000 años) y al Homo Sapiens (primeros restos encontrados en Marruecos hace 315.000 años).
Lógicamente, el joven se pregunta: “¿En qué momento creó Dios al hombre?”. No se responde pero desecha la “verdad” que el Génesis dice como “palabra de Dios”. Recojo la respuesta que en 1.650 el obispo anglicano de Irlanda del Norte James Usher ofreció en su libro “Los anales del mundo”. Estudió a fondo los datos que ofrece la Biblia, hizo estimaciones sobre generaciones y cálculos sobre la media de edad de aquellas gentes, teniendo como pilares de referencia, desde Adán y Eva hasta Jesucristo, a los patriarcas, profetas y demás personajes bíblicos. Y deduce: Dios creó el mundo y el hombre el 22 de octubre del año 4004 a. de C.
Sus estudios no se detenían ahí, porque también dedujo fechas importantes para la historia de la humanidad. La edad de Tierra era de unos 6.000 años, en consonancia con los 6 días de la Creación. Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso el lunes 10 de noviembre de 4.004; el Diluvio Universal finalizó el miércoles 5 de mayo de 2.348. El fin del mundo debería suceder el 26 de octubre de 1.996 a las 6 de la tarde. Ante deducciones tan estudiadas y precisas, siendo además un obispo, ¿quién iba a dudar de lo que decía? ¡Qué prestigio el de aquel obispo!
Caer en disparates tales nos parece hoy ridículo. No se conoce a nadie que en la Iglesia Católica haya desbarrado así, pero sin llegar a similares excentricidades, el origen o fundamento de tales desvaríos está en algo que los fieles recitan una y otra vez. Lo pongo en latín para que no suene tan bochornoso:
"Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium ómnium et invisibilium”.
¿A qué se referirá eso de que Dios creó también las cosas “invisibles”? Será por si a los padres de Nicea se les escapaba algo.
En otras religiones el modo como Dios creó al hombre es de lo más variopinto. Se puede consultar en Internet. No se trata de que discutamos más sobre el origen del hombre. Lo que resulta meridiano y claro es que las afirmaciones religiosas de la presencia del hombre en la Tierra son falsas. Y a partir de ahí, las deducciones subsiguientes son igualmente falsas: no estamos aquí para alabar a Dios, para “amarle”, para adorarle, para continuar su “proyecto” ni cosas por el estilo.
Después de que inmensa mayoría de la gente, incluidos los fieles creyentes, interpreten las palabras bíblicas no al pie de la letra sino de otra manera, quizá alegórica, nos encontramos con algo realmente extraño y difícilmente asumible. La afirmación genérica de que de Dios depende todo desde el hecho de que fue su Creador, es una afirmación dogmática, la primera del credo. Invalidarla por falsa debería conducir a una duda general. No es así. Tal error “se pasa por alto”, no tiene consecuencias, “es una manera de hablar”. Así, el creyente fiel sigue siendo un devoto fanático del “resto” de la historia de la salvación.
Todavía más, las dudas racionales sobre afirmaciones religiosas que la ciencia induce a poner en solfa, no suponen merma alguna en la insistencia que tienen los fieles en sostener lo importante que es la FE CIEGA. Es algo sostenido por el cristianismo y el catolicismo desde los Padres de la Iglesia, pasando por Santo Tomas y llegando hasta Escrivá de Balaguer. Es la afirmación de Anselmo de Canterbury, “Credo ut intélligam” (Proslogium, 1), que recoge aquello de San Agustín “crede ut intélligas, intéllige ut credas” (cree para que comprendas, comprende para creer). Así de simple, razón y fe no se contradicen en absoluto.
Puede resultar para el creyente hasta ofensivo, pero es preciso afirmar con toda la fuerza de la razón que Dios no creó nada de lo que afirman que creó. Todo lo que se dice sobre la creación son leyendas de pastores semi nómadas transmitidas de boca en boca y mantenidas hasta nuestros días por los rectores interesados de la fe.