Un mandamiento apodíctico.


Una de las mayores contradicciones en que incurre la “palabra de Dios” es la que hace relación al quinto mandamiento de la Iglesia (el sexto del Deuteronomio).

Recordemos el momento, ese momento sublime de la historia de la humanidad que se narra en Éxodo 19 y 20 y Deuteronomio 4 y 5. Dios con voz atronadora se aparece a un humano, Moisés, que ha subido a la montaña a entrevistarse con él. El porqué de la montaña se lo dejamos a Mircea Eliade, que es otro de los misterios comunes en toda credulidad que se precie.

En ese entorno de fuego, nubes o nubarrones –“Yahvé nos habló cara a cara sobre la montaña, en medio de fuego”-- le entrega unas lascas de piedra donde constan por escrito los diez mandamientos, aunque si se unen los diez que la Iglesia prescribe y los diez del Antiguo Testamento la compulsa llega a los doce.

Tres son los mandamientos más expeditivos, dos palabras nada más, el 6º, 7º y 8º de la lista del Deuteronomio: No matarás – no adulterarás – no robarás. Ironía del destino de un pueblo rebelde, la historia de Israel es un continuo transgredir y justificar la transgresión con palabras del mismísimo Yahvé (¿o era otro el dios que hizo alianza con un pueblo determinado, Israel?)

Nos fijamos en el “no matarás”. Hasta un infante de primaria entendería tal prescripción, no así los sesudos teólogos que luego interpretaron tal categórico precepto. No matar implica no asesinar y no disponer de la vida de nadie, sea vecino, enemigo o acaudalado. Y en sentido positivo, entraña la no violencia, la paz, el amor, el perdón, la bondad y la tolerancia. El “no matar” excluye la guerra, la violencia, los ejércitos, la pena de muerte, las Cruzadas, la Inquisición, el colonialismo, la bomba atómica...

Podríamos detener aquí cualquier elucubración posterior, porque en la mente de todos está lo que después vino. La primera reflexión se refiere a la propia historia del pueblo de Israel y luego al sucedáneo que surgió de la religión judía, el cristianismo, que tomó como suyas las palabras del Antiguo Testamento. Los secuaces de la Biblia, sin el mínimo pudor, han contradicho tan apodíctico mandamiento. Lo curioso es que si en el Cap. 5 del Deuteronomio aparece el Decálogo, en el 7 se dice lo que sigue:

Cuando Yahvé, tu Dios te introduzca en la tierra que vas a poseer y arroje delante de ti a muchos pueblos, a hititas, jeteos, guergueseos, amorreos, cananeos, fereceos, jeveos y jebuseos... y Yahvé tu Dios te las entregue y tú las derrotes, los exterminarás, no harás pactos con ellas, ni les harás gracia.


Y la nota del traductor bíblico que justifica tales actos no tiene desperdicio:

La destrucción de estos pueblos, que a primera vista puede parecer inhumana, se justifica en dos aspectos, fundados ambos en la crueldad e inmoralidad de las religiones de estos pueblos. Por ello los castiga Dios y toma por instrumento a Israel para destruirlos.


Dios mismo incita a expulsar a estos siete pueblos que ocupaban Palestina para quedarse Israel como dueño y señor de estos territorios. La historia que narra el Deuteronomio se volvió a repetir en 1947, justificada por la masacre ejercida contra los judíos de Europa. Aprovecharon el momento para repetir la historia.

Vistas las cosas superficialmente, ¿cómo creer y aceptar a tal dios que tales contradicciones comete? ¿Un Dios que hace tal acepción de personas? ¿Un Dios que supuestamente creó a todos los hombres y que debería proteger por igual a unos y a otros? ¿Un Dios tan parcial e injusto? ¿Un dios tan dramáticamente voluble?

Pero tal dios insiste e insiste. Aparte del genocidio, que es el delito mayor, Dios justifica el racismo –prohíbe el matrimonio mixto--, prohíbe los contratos con extranjeros, niega cualquier compasión hacia ellos, ordena la destrucción de todos sus elementos culturales y artísticos...

No hay razones políticas o razones de supervivencia: la única razón es que los judíos son el pueblo elegido por Yahvé (Deut. 7, 6), el pueblo preferido por Dios frente a los otros y a pesar de los demás. No sugiere negociación alguna ni la búsqueda de alianzas o tratados... Es más rápido y directo masacrar a esos pueblos.

De nuevo las contradicciones continuas que en la Biblia aparecen y que justifican cualquier masacre o genocidio. La historia de la cristiandad es copia del capítulo VII del Deuteronomio; la América española fue evangelizada según el mismo capítulo; y no digamos lo que sucedió en la ocupación del Oeste americano o la colonización de África por ingleses, belgas o alemanes. Pero esto ya es la historia criminal posterior del cristianismo.
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