A propósito de Santiago, un santo que nunca estuvo.

Vuelvo como todos los años a convivir con el famoso “camino”, hoy hollado y pateado por miles de turistas de lo sacro.

Caminos y peregrinaciones los ha habido siempre, anteriores al camino cristiano. En realidad cualquier calzada romana que conectara Galicia con el resto del Imperio podría denominarse “camino de Santiago” y de hecho varias hay. Aparte de la que conecta Puente la Reina con Santiago, la Vía de la Plata unía el Sur andaluz con Galicia pasando por Mérida.

En el sustrato cultural gallego se mantiene un pensamiento mágico que conecta con ritos y creencias ancestrales anteriores al cristianismo: meigas, lumias; la estadea o “santa compaña”; el mal de ojo; los negromantes y vedoiros… Una de esas creencias se refiere al camino iniciático que seguía la Vía Láctea hasta terminar en la Costa da Morte, buscando el fin de todo, el finis terrae (la muerte iniciática de todas las religiones mistéricas) para renacer de nuevo todos los días. Incluso hay constancia de tales creencias en la mitología griega. La barca de piedra Caronte o de Hermes fue en realidad la que trasladó el cuerpo de Santiago a este “finis terrae”.

Consta que entre las legiones romanas había un temor reverencial hacia esta costa al ver cómo el sol era engullido por el inmenso mar todos los días. De tal temor se aprovechó la Iglesia para reclutar los primeros prosélitos cristianos entre los soldados de la Legio VII acantonada en Galicia.

Con el invento de Santiago, se mataron muchos pájaros de un tiro: Teodomiro ligaba España al legado apostólico; se suplantaban creencias paganas; se eliminaban peregrinaciones conectadas con las creencias druidas; se daba una alternativa al impracticable viaje a Jerusalén…

Por otra parte, el rey Alfonso II poblaba tierras desertizadas y aseguraba los caminos de mayor interés político…

El apogeo peregrino santiaguero fue máximo durante los siglos XI y XII. A las gentes les animaba la fe y la devoción religiosa por uno de los apóstoles preferidos del Señor. Otros hacían el camino como acto penitencial o para dar cumplimiento a una promesa. Y al socaire del fenómeno surgió la figura de Diego Gelmírez; y la Orden del Temple; y los hospitales…

La decadencia de tal práctica peregrina comenzó con la “peste negra”. Desapareció en el XVI, engullida por otro tipo de religiosidad más urbana y a la par más espiritual.

Lo que resulta digno de ser analizado bajo muchísimos puntos de vista es por qué renació en las postrimerías del siglo XX. Coincide precisamente con una época de gran proliferación de sectas; de interés por lo escondido, con miles de libros sobre cátaros, templarios, etc.; asociaciones para descubrir los secretos de la vida…

Las preguntas y los porqués son lógicas. ¿Qué indica este fenómeno de masas? ¿A qué se debe el interés por seguir el camino de las estrellas? ¿El periodo de paz prolongada en Europa facilita las cosas? ¿Hay carencia de vivencias espirituales? ¿Se trata de un turismo relativamente barato? ¿Interés por la ecología? ¿Avidez por lo extraño, lo esotérico, lo cabalístico? ¿Propaganda de la propia Iglesia para captar adeptos? ¿Efecto contagio? ¿Búsqueda de la soledad y el aislamiento ante el agobio del bullicio urbanita? ¿Podemos pensar que a estos peregrinos les mueve la devoción a Santiago? ¿O quieren alcanzar el perdón de sus pecados con la indulgencia general consecuente? ¿O es que han formulado promesas a cumplir?

Quizá haya de todo un poco, aunque las fuerzas civiles se mueven por un derrotero bien claro: el negocio que todo este movimiento “religioso” procura. Los pueblos renacen; los municipios prosperan; se restauran monumentos; se invierten grandes sumas de dinero en instalaciones ad hoc; se organizan congresos, exposiciones y se multiplican las charlas…

Es de suponer que todos aquellos que tengan algo que ver con el negocio tendrán en cuenta las severas admoniciones del Papa Calixto (Códice Calixtino, Libro I, Cap. XVII) en referencia a las malas prácticas de quienes atienden a los caminantes.
Volver arriba