A vueltas con la redención... innecesaria.

ES sonsonete reiterado en la religión católica, “la nuestra”, la que está más cercana a nosotros y la que mejor conocemos, que Cristo, el Hijo de Dios, se encarnó para redimirnos y para salvarnos. Y por ser reiterada, machaconamente repetida, tal idea se acepta tal cual viene, sin pararse alguna vez a pensar qué diantre pueda decir y suponer todo eso.
Demasiadas cosas y demasiado importantes como para no volver una y otra vez sobre este asunto. ¡Si fuera verdad, nos iría en ello nuestra salvación! [¿Salvación? ¿De qué, cómo, para qué?]
Redimir tiene por sinónimos rescatar, recobrar, librar, salvar, liberar, perdonar… Referido al hombre y en su relación a Dios, es doctrina cristiana que el ser humano estaba perdido, sumido en un pecado muy grande, cual fue el apartamiento de Dios, sin posibilidad alguna de redimirse por sí mismo y sólo rescatable por el mismo Dios que lo creó. De ahí que tuviera que venir el mismo Dios a la tierra a rescatarlo.
Dicho así, de manera sencilla y quizá torpe, ¿no suena todo esto un tanto fabuloso? Lógicamente cualquier pensador, ignaro de tamaño “plan de salvación”, se debe preguntar por la causa de la perdición del hombre. ¿Por qué estaba perdido el hombre?
La contestación que la teología católica dicta es todavía más fabulosa y extraña: el hombre estaba perdido por culpa de un pecado original cometido por unos primeros padres. Afirma también la teología católica que ese pecado se transmitió a todos sus descendientes y mientras no se librasen de él no podrían nunca estar en buena amistad con Dios. La redención, pues, consistió en la venida del propio Hijo de Dios a este mundo para liberarnos de ese pecado.
¿Primero padres? ¿Un pecado al principio? ¿Transmitido? ¿Necesidad de librarse? ¿Necesario un hijo de Dios?
--¡Esto no puede ser cierto, no puedo creer lo que oigo!, se dirá el pensador imparcial.
--Quizá sea una explicación simbólica del hecho de que el hombre tenga inclinación al mal, dirá para sus adentros….
Para conocer de dónde surgen todas estas afirmaciones que son base y fundamento de una religión, preciso es acercarse al Génesis, Pentateuco, Antiguo Testamento, Torah para los judíos. Paraíso, Adán y Eva, comer del fruto prohibido (no habla de manzana alguna), serpiente, expulsión, etc.
Y el que tiene ciertas nociones de mitología comparada a la fuerza tendrá que decir:
--Ah, lo mismo que en los poemas mesopotámicos de Gilgamesh o Enuma Elish…
Y los que creen que la narración bíblica es “la verdad de nuestra fe” (de hecho es el fundamento de la redención), ¿por qué califican a los poemas sumerios y acadios de fabulaciones y mitos? Pues porque así lo dice la Iglesia. Y siguen rezando y cantando aquello del salmo 50 “en pecado me concibió mi madre…”
Insistimos: estos hechos que dicen que sucedieron “in principio”, son la base y el fundamento de la teología católica. Pero lo que para los crédulos es verdad salvadora, para la persona normal --la que piensa por su cuenta, la que hace crítica de lo que le dicen, la que indaga, la que compara…-- todos esos relatos son pura fabulación, propia de culturas primitivas que necesitaban explicación de todo lo que en su interior sentía el hombre, fuera cual fuera dicho esclarecimiento.
Y ver cómo los fieles cristianos tragan con esos relatos y sermones al uso, produce verdadero pasmo. Pasmo ante tanta insensatez y ante la enorme ingenuidad de los seres humanos que consideran reales semejantes mitos. No se olvide que son mito en nada diferentes a los que desprecian de otras religiones.
¿Cómo es posible que un hombre culto del siglo XXI sea capaz de admitir semejantes infantilidades? Nada de lo que aparece en los relatos bíblicos sobre la creación y el pecado del hombre puede ser tomado en serio. Ni Dios es un ser personal, ni tiene hijos, ni los ha mandado nunca a la Tierra, ni los seres humanos vienen de una sola pareja, ni ésta estuvo nunca en ningún paraíso, ni comió ningún fruto prohibido, ni los humanos vienen al mundo con ningún pecado, ni necesitan de redención ninguna porque nunca han estado perdidos, ni van a salvarse o a condenarse después de su muerte. Puras infantilidades. Puros mitos.
Por si a alguno le da por pensar, este sucinto texto de Jung (C. G. Jung. Simbología del espíritu. Ed. Fondo de cultura Económica) le puede sugerir algo:
El arquetipo del Dios Redentor y del primer hombre es antiquísimo. En realidad desconocemos cuan antigua sea esta idea. El Hijo, el Dios revelado, que voluntaria o involuntariamente se ofrenda en cuanto hombre, a fin de que pueda surgir un mundo, o a fin de que el mundo sea redimido del mal, se encuentra ya en la filosofía purusha de la India así como también en la imagen del 'protanthropos Gayomard en Persia. Gayomard, como hijo de Dios luminoso, es sacrificado a las tinieblas y debe ser nuevamente liberado de estas para redimir al mundo. Es el prototipo de las figuras gnosticas del Salvador y de la doctrina del Cristo Redentor de la humanidad.
La idea imaginaria de la redención viene de muy lejos, lo mismo que eso del «pecado original». A decir verdad ambas teorías se fundan en el psiquismo humano, sometido a pulsiones e instintos egoístas que chocan con lo que prescribe el hecho de pertenecer a una sociedad. Todas las religiones, de una forma u otra, ofrecen explicaciones al respecto. En el orfismo, por ejemplo, se dice: «el alma está encerrada en el cuerpo como en una prisión, como castigo a un pecado muy antiguo que cometieron los titanes, antecesores de los hombres».
A cualquiera le puede causar perplejidad el que, al encontrar creencias semejantes en otras religiones, los crédulos caigan en la cuenta de que se trata de mitos e invenciones de la mente humana; pero cuando se trata de las creencias propias, la cosa cambia, y las ven como hechos auténticamente reales, palabra revelada por Dios y por lo tanto digna de crédito. Lo de los otros es falso; lo suyo, a pesar de ser igual, es verdadero.