LA IGLESIA QUE NO SE DESNUDA

Pese a que nuestro Padre Dios mostrara su satisfacción bíblica al contemplar el mundo recién salido de sus manos, con mención especial para los cuerpos humanos en su mayor sublimidad, da la impresión de que en la Iglesia no perdura la alegría de tal noticia divina creadora.  Repetidamente y hasta con referencias ético-morales, dogmáticas y ascéticas, el desnudo, por desnudo, está proscrito en sus normas, juicios y comportamientos.

La culpa y explicación de contradicción tan grave, radica con seguridad en la manzana propinada por la mujer  -¡siempre culpable la mujer¡- , de nombre Eva,  de la serpiente diabólica  y del pobrecito  Adán,-”el hombre sucio  y descuidado en su aspecto externo”- que se dejó facilonamente convencer   con vanas promesas y engañosas aspiraciones. La higuera, humilde, pobre y solícita y con la caducidad de sus hojas anchas y frutos dulces, sirvió para paliar el problema, aun manteniendo Dios la palabra de expulsar a los dos - hombre y mujer -  de su Paraíso.  Dios es Dios y mantiene su palabra.

La Iglesia, heredera de Dios en algunas de las narraciones bíblicas -cantos, salmos y protagonistas-, mostró desde el principio acentuado rechazo al desnudo. Innúmeras condenas, en esta vida y en la otra, fueron dictadas por su jerarquía, contra los/ as nudistas. Multitud de obras de arte hubieron de desfigurar y profanar sus artífices a consecuencia de la negativa de sus promotores a su pago, ya terminadas.  Otras obras, ni siquiera pudieron iniciarse ante temores tan firmes y excéntricos.

La desnudez nunca fue del agrado de la Iglesia. Ni la desnudez externa, ni mucho menos, la interna.  Por lo que respecta a las del primer grupo, diríase que el estilo churrigueresco pudiera haber sido elegido por su jerarquía como el más religioso.  Y, por supuesto, el barroco, después de haber preterido el devoto y manso románico, suplantado por el invencible y avasallador gótico triunfal de la  mayoría de sus catedrales- edificios y de las que llevamos dentro.

En el mismo contexto de hábitos y normas litúrgicas, prevalecen criterios idénticos. Los ornamentos llamados “sagrados”, son fiables testimonios. Atiborrada de ellos la Iglesia, en función de los grados de supremacía, la imagen que de ella se ofrece al pueblo no puede ser ni aparecer más pagana ni menos evangélica y evangelizadora.  Son tristes expresiones de Iglesia pletórica de hipocresías y atiborrada “usque ad summum“-“¡hasta arriba¡”-, de  autoridad y poder  no solo religioso,  sino cívico, social  o del tipo que sea, con intención de que  se olviden y borren  las  escenas  del santo Evangelio relacionadas con la humildad, el servicio al prójimo y el lavatorio  de los pies a sus discípulos.

Es decir, con la práctica totalidad de sus páginas, pero con exaltación de los artículos del Código de Derecho Canónico y de las normas de la Sagrada Liturgia, en las que los miembros de la jerarquía y sus derechos alcanzan y sobrepasan los propios de los de Dios, que se complació al ver desnudos los cuerpos de Adán y Eva.

(Describen, proclaman y exaltan los historiadores eclesiásticos los hábitos y privilegios donados a la Iglesia en los imperiales tiempos post -constantinianos, que fueron integrados por ella con rechazo automático de los logros conseguidos o conquistados por el pueblo, tales como la democracia, el respeto a los Derechos Humanos, la igualdad ante la ley y tantos otros.)

A la Iglesia le favorecerá como corresponde, y avalará su existencia, desprenderse -desnudarse, hasta “quedar en pelota”-, la mayoría de elementos externos, como distingue, honra y enaltece a los miembros de la jerarquía, al igual que del   desprendimiento interno de argumentos de fe -teología y cánones- en los que tan frágilmente pretenden fundamentar su existencia y uso los “profesionales” de la Curia Romana y diocesanas.

La Iglesia precisa denudarse. La transparencia es -será- uno de sus distintivos. Su distinción. Su espejo, y lo que esencialmente proclama la pertenencia al grupo de salvación adscrito oficialmente a tal institución por “católica, apostólica y romana”.

En la desnudez –“falta de vestidos, de adorno, de cobertura de riquezas”- (RAE), ni es, ni será posible la Iglesia. Sus “adornos” –“lo que se pone para embellecer, realzar el atractivo o mejorar el aspecto” (RAE), explica, presagia y precipita toda decadencia, también la moral.

¿Qué pretenden representar, por ejemplo, los  Ilustrísimos Monseñores de la Rota Romana, revestidos  con los más crepitantes colores,  cuando sabemos que el historial de la institución apenas si aguantaría las dobleces del negro, negrísimo, tal y como pude constatar y contar en mi libro “Proceso a los Tribunales Eclesiásticos?

Volver arriba