Jesucristo Papable

El de los “papables” y “episcopables” es capítulo relevante en la Iglesia. Su historia y su teología se presentan ante propios y extraños como significativos, contradictorios e insondables. Y, a la vez, y como fruto y consecuencia de su realidad, definidos por espacios con abundantes lagunas de irreflexión e irreligiosidades. Los más simples planteamientos catequísticos hubieran exigido ya haber sido reconsiderados a la luz de la fe, dentro y en el extrarradio de la institución eclesiástica. Papas y obispos son referencias irrevocables en la misma, por lo que el nombramiento de unos y otros, frustrado o efectivo, es, -debería ser- asignatura de consideración obligada y de compromiso.

. La Iglesia, por constitución, es humana, y lo humano, como tal, ha de acondicionarse a circunstancias concretas de lugar y de tiempo. Por supuesto que en ellas no es siempre el servicio a la comunidad, y la sensibilidad a las inspiraciones de lo “Alto” lo que sugiere e impone los procedimientos a seguir en sintonía con las intenciones y ejemplos de su Fundador. Como además, y por razonamientos no todos ellos nítidamente teológicos, los formalismos democráticos no están vigentes, a la “teocracia” se les abren de par en par las puertas con ilimitada irresponsabilidad e indecencia, que hasta se llega a decir “religiosa”.

. Políticas “intra” y “extra” eclesiásticas decidieron nominar como “papables” y “episcopables” a determinados miembros de la jerarquía, en ocasiones, lánguidamente eclesiales, aún con oficiales limitaciones concordadas, ya periclitadas algunas.. Porque así interesaba, o había interesado a las partes firmantes, -Iglesia y Estado-, determinados miembros de esa jerarquía no podrían jamás ser designados Papas u obispos. Los tiempos “oficiales” cambiaron, pero no los verdaderos y reales. Una cosa es “predicar y otra distinta es dar –o no dar- trigo”, con sus correlativos fundamentos canónicos y bíblicos.

. Pero el hecho es que los términos “papalidad” y “episcopalidad” intitulan, explican y definen episodios y situaciones fundamentales en la historia y en la misma concepción de la Iglesia.

. Partiendo de esta realidad y práctica continuada, es de reseñar, sin excesivas sorpresas, por ejemplo, que Jesucristo jamás hubiera sido “papable”. Su divinal rebeldía e indocilidad se lo impediría. También se lo hubiera obstaculizado la identificación de su compromiso con el amor, con la humildad y la mansedumbre. Tampoco hubiera sido hoy “papable” San Pedro. Casado, infiel a la palabra dada al Maestro, con intenciones tan decididas de “judializar” la Iglesia a perpetuidad… no hubiera sido considerado aspirante a presidir la Iglesia, entonces naciente.

. “Episcopables” no se les ocurriría haber sido a la mayoría de los apóstoles, por casados y, por ejemplo, previas las gestiones maternales consiguientes, algunos firmemente dispuestos a tomar posesión de los cargos más pingües en el reino prometido por el Jefe. Las negaciones, las somnolencias y los miedos a la autoridad política, civil y religiosa establecida, constituirían flagrantes impedimentos para que los apóstoles aspiraran a ser los primeros obispos.

. Jugar a “papables” o “episcopables”, se acierte o no en el empeño, es indigno de quienes participan en el esparcimiento, sin descartar que fueron ellos mismos quienes lo sugirieron o lo suscitaron. El juego de “papables” y “episcopables” es pagano, a veces con gratuita invocación a la voluntad de Dios y a la presencia y actividad del Espíritu Santo.

. Una vez más, son siempre juegos los juegos, sueños los sueños, e intereses todos los personales o de grupos, por muy legítimos y hasta santos que se revistan y se manifiesten, si con toda nitidez no lo son al servicio del pueblo.

. Los criterios de Dios no tienen por qué coincidir siempre con los de los hombres, aunque estos se inclinen con frecuencia a “canonizarlos” sin faltarles ningún requisito litúrgico o para- litúrgico.
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