¿Echamos unas risas?

Después de meter todo el equipaje del Papa Benedicto XVI en la limusina, el chófer se da cuenta de que el Papa aún está parado al borde de la acera.
-Disculpe Su Santidad, le dice. ¿Podría por favor tomar asiento y así poder partir?
-Verás, hijo, dice el Papa, la verdad es que nunca me dejaron conducir en el vaticano cuando fui cardenal y realmente me gustaría hacerlo hoy.
-Lo siento, Santidad, no le puedo dejar conducier, perdería mi trabajo...¿Y si pasara algo?
-¿Quién va a saberlo? Además podría haber algo extra para ti, le dijo el Papa con una sonrisa.
Reacio el chófer se sienta atrás y el Papa al volante.
El chófer se arrepiente inmediatamente de su decisión cuando, nada más salir del Vaticano, el Pontífice pisa a fondo poniendo la limusina a 180 km.
-Por favor, Santidad, reduzca la velocidad, exclama el angustiado chófer.
Pero el Papa sigue acelerando hasta que se escucha una sirena de la policía.
-¡Dios mío!, voy a perder mi licencia y mi trabajo, se lamenta el pobre conductor.
El Papa se detiene, baja la ventanilla
y el policía, al llegar y verle, regresa a su motocicleta y llama por radio.
-¡Necesito hablar con el jefe!
El jefe se pone al aparato y el policía le dice que detuvo un coche que iba como una bala.
-Arréstales, dice el jefe.
-No creo que debamos, le responde el policía. Se trata de alguien verdaderamente importante.
Entonces el jefe le dice:
-Pues con mucha más razón. Así daremos ejemplo.
-Es que es demasiado importante, insiste el policía.
El jefe comienza a escamarse:
¡A quién tienes ahí? ¿Al alcalde?
-Mmn... Más importante
-¿A Berlusconi?
-Uhm... Peor.
-Mierda, dice el jefe, ¿quién es ese tipo?
-Creo que es Dios, le responde el policía.
-¿Y por qué piensas que es Dios?, le pregunta desconcertado el jefe.
-Pôrque lleva al Papa de chófer.