Los obispos de Badajoz en el siglo XIX (II).

(Continúa)

En 1834 es nombrado vicario mayor de la parroquia de las Santos Juanes, dando muestras de gran caridad en la epidemia de cólera morbo de ese año. En 1835 es nombrado secretario de cámara y gobierno del arzobispo de Valencia, López Sicilia, cargo que continuará desempeñando tras la pronta muerte del prelado hasta 1848 a satisfacción de todos, pese a las anómalas y difíciles circunstancias por las que atravesó la diócesis . En el concurso de curatos de 1849 obtiene la parroquia del Salvador de Valencia, opositando al año siguiente a la penitenciaría valentina que no consigue y el mismo fracaso logra en la oposición por la plaza de lectoral en 1857. Ese mismo año logra, al fin, la penitenciaría de su catedral valentina .
Tuvo la satisfacción de predicar en la solemne ceremonia de consagración del nuevo templo de su pueblo natal, realzada con la presencia del obispo de Segorbe, Canubio .
También como su antecesor, unos días antes de su traslado, promulga una adición a las constituciones de Alguacil para el Seminario, que, como hemos visto, ya había modificado Monserrat y Navarro .
Después de un brevísimo paso por la diócesis segobricense falleció el 18 de febrero de 1868 . Lloréns, en su episcopologio del Diccionario, dice que en febrero de 1868 .





8.-Fernando Ramírez Vázquez (1865-1890)



El siguiente obispo pacense tuvo ya un largo pontificado. Natural de la provincia, había nacido en Salvatierra de los Barros el 3 o el 6 de diciembre de 1807. Era hijo de pequeños propietarios agrícolas –de “familia modesta”, dice Cuenca -, y estudió en el seminario de San Atón de Badajoz y en la Universidad de Sevilla, donde se licenció en Teología . Tras una larga actividad sacerdotal en la diócesis, regentando diversas parroquias, ganó la canonjía lectoral de Badajoz , fue catedrático de Teología y Cánones en el seminario y García Gil, apreciando sus cualidades, le recomendó para el episcopado en 1858 . Muchos años transcurrieron hasta que se atendió aquella recomendación pues no fue preconizado obispo de Badajoz hasta el 25 de septiembre de 1865 . Será su antiguo obispo, ya metropolitano de Zaragoza, quien le consagrará en la Seo el 4 de febrero de 1866. También participó en la ceremonia, como asistente, el que asimismo había sido su obispo, Pantaleón Monserrat y Navarro, en esos días obispo de Barcelona. Se reunieron, pues, tres obispos de Badajoz aunque, naturalmente, en momentos distintos . El otro obispo asistente, sin duda por motivos de proximidad, fue el turiasonense Marrodán.
En 1867 acudió a Roma con motivo de las festividades del centenario del martirio de San Pedro y firmó el mensaje de adhesión a Pío IX, despojado de sus Estados, de los obispos que acudieron a aquellos actos . Hoy parece una nimiedad referir el viaje de un obispo a la capital de la cristiandad pero hace algo más de un siglo era casi una aventura de varios días de duración. Y eso que, en este caso, el Gobierno puso el buque San Quintin, como en otra ocasión había sido el Berenguer, a disposición de los obispos. Ramírez Vázquez lo utilizó en el viaje de ida, siendo uno de los 22 obispos que embarcaron en Barcelona el 11 de junio de 1867 pero debió volver por otros medios, bien porque prolongara o acortara su estancia en Roma o por otros motivos, pues no es uno de los 29 obispos que al llegar a la ciudad condal de regreso agradecen al Gobierno su atención de poner el buque a disposición de los prelados .
Asistió al Concilio Vaticano donde en la Congregación 25, celebrada el 14 de febrero de 1870, pronunció un discurso sobre disciplina, volviendo a hablar el 13 de junio en favor de la infalibilidad . Rubio dice que fueron "memorables" sus intervenciones . Por lo menos fueron dignas. Martín Tejedor y Pablo Maroto, en una inútil búsqueda de infalibilistas tibios entre los españoles pretenden adscribirlo a este partido , creemos que con escasa fortuna. Pecellín sostiene, en cambio, el rotundo infalibilismo del obispo . Fue uno de los obispos, once eran españoles, que firmaron la petición de que se anticiparan las discusiones sobre la infalibilidad . Su Pastoral con motivo del despojo a Pío IX de la capital de sus Estados fue entusiasta y vibrante .
Vio muy incrementada su diócesis por la bula Quo gravius de Pío IX (1873) al incorporarle los prioratos de las Ordenes militares de Magacela (Alcántara) y Llerena (Santiago). De ese modo aumentó la diócesis cinco veces su primitivo territorio en una ampliación verdaderamente espectacular pero que no dejó de atraerle conflictos.
Ramírez Vázquez escribió una Pastoral al clero y fieles del suprimido territorio de San Marcos de León (14-II-1874) que es un escrito de salutación y ofrecimiento, con un larguísimo exordio histórico y un canto a los antiguos caballeros . Curiosamente contiene una crítica al krausismo que sorprenderá a quien no sepa que aquel extraño movimiento intelectual tenía en Badajoz una de sus cabezas de puente con aquel pintoresco personaje, Tomás Romero de Castilla, que se quería krausista y católico, lo que tal vez, subjetivamente podía Romero conciliarlo, y no dudamos de su sinceridad, pero que, objetivamente, era imposible . Es notable el número de extremeños que alcanzaron renombre en la Institución Libre de Enseñanza. Junto con Romero de Castilla (Olivenza, 1833), además de otras personas de menor importancia, nos encontramos con Juan Uña Gómez (Maguilla, 1838), Joaquín Sama Vinagre (San Vicente de Alcántara, 1840) y Urbano González Serrano (Navalmoral de la Mata, 1848), entre las figuras destacadas de aquella organización
La medida pontificia de someter a la jurisdicción diocesana los territorios de las Ordenes, puramente eclesiástica, desencadenó una ofensiva más del ya moribundo regalismo que se volcó en apoyo de los clérigos antes sometidos a la jurisdicción de las Ordenes militares y que no quisieron aceptar la del que ahora era su legítimo pastor. La conducta de Cristino Martos, ministro de Gracia y Justicia, no desmereció nada de la del aquel Alonso, su antecesor en el cargo en los días de Espartero. Las actuaciones del cardenal Moreno, arzobispo de Valladolid, encargado por Pío IX de la ejecución de la bula, y del obispo de Badajoz fueron dignísimas y absolutamente eclesiales. Ramírez tuvo que recurrir a la excomunión del clérigo Francisco Maesso Durán, que con su disidencia, secundado por una minoría de eclesiásticos de los extinguidos prioratos, abría las puertas a un cisma que, afortunadamente y pese a la protección gubernamental, los extremeños no estaban dispuestos a seguir.
Ramírez Vázquez multiplicó exhortaciones y advertencias, recurriendo también a la autoridad y a las censuras cuando fue preciso. De todo ello ha quedado puntual referencia en La Cruz , fuente obligada para toda historia eclesiástica de la época y, concretamente, para conocer lo que fue uno de los últimos coletazos del regalismo hispano. Debemos hacer mención especial de la exposición del obispo al ministro de Gracia y Justicia, fechada el 23 de mayo de 1874 , que, solo ella bastaría para dignificar a un obispo. En la misma encontramos ecos de la mejor Iglesia de España que, afortunadamente, se vieron repetidos en España en numerosas ocasiones. Ramírez Vázquez era de la raza de los Quevedo Quintano, Arias Teijeiro, Delgado Moreno, Simón López, Rentería, Vélez, Castrillón, Francés, García Abella, Costa Borrás, Monescillo... y tantos otros que llenaron de dignidad la historia de la Iglesia hispana en el siglo que estudiamos. En el siglo XIX hubo en España excelentes obispos. Ramírez Vázquez fue uno de ellos.
Comienza el pacense denunciando el descarado apoyo del Gobierno a los escasos clérigos decididos a abrazar el cisma y concluye con estas valientes y admirables palabras: "Prescindo por completo, Excmo. Sr., de mi humilde persona, contra la cual se instruyen diligencias criminales en no sé cuantos juzgados. Obispo católico por la gracia de Dios, no temo tales procedimientos, porque, aparte de ser infundados, estoy dispuesto a sufrir sus consecuencias, si llegasen a tenerlas, antes que faltar a mi deber de obispo y de católico, y manchar mis canas, cuando quizá no se dilate mucho el día en que deba dar cuenta a Dios del rebaño confiado a mi custodia" .
El cisma de Llerena -dudoso honor católico de tal pueblo que, tras los alumbrados famosos, reverdecía a fines del siglo XIX afanes heterodoxos-, seguía su penosa marcha. Del 4 de marzo de 1874, estamos en pleno mandato de Serrano tras la caída de la primera República es el Edicto denunciando como excomulgado vitando al presbítero Don Francisco Maesso Durán, teniente de gobernador eclesiástico que fue del extinguido territorio de San Marcos de León . Unos días antes (26-II-1874), se había producido la protesta del clero fiel de Llerena contra la conducta de los cismáticos . Estos, amparados por la autoridad civil, destituyen a los párrocos fieles y a sus coadjutores que son llevados a prisión, los guardias impiden en misa la lectura de la excomunión episcopal, las iglesias son arrebatadas a sus legítimos pastores, el único convento que existía en Llerena es cerrado con candados... El poder se volcaba con los cismáticos y contra el obispo y el mal ejemplo producía sus frutos. El 4 de marzo Ramírez Vázquez desautoriza a un clérigo de Mérida que, siguiendo a Maesso, expulsó al párroco legítimo erigiéndose en su lugar . Del día siguiente es la Circular a los fieles católicos de Llerena, condenando la sustitución que hizo Maesso de los dos párrocos por dos clérigos que le secundaban y ordenando la obediencia a los expulsados . El 21 de marzo dirige otra Circular, esta vez a los sacerdotes de la diócesis, en la que transcribe el telegrama del ministro respaldando el cisma y la contestación del obispo . Del 28 del mismo mes es una nueva Circular a su clero en la que denuncia la protección del Gobierno al cisma y les comunica que ha sido desestimada la instancia al Papa de algunos priores de las Ordenes para que suspendiese la bula Quo gravius. También les advierte de que si Maesso les pide comparecer, no acudan y que si son llevados a la fuerza, sepan dar testimonio de su catolicismo .
Mientras tanto el Gobierno, que había suprimido el Tribunal de las Ordenes, lo que había dado ocasión al Papa para acabar con su citada bula con aquella anacrónica institución, comprendiendo lo insostenible de su posición al respaldar una jurisdicción que él mismo había suprimido, publica un decreto (14-IV-1874) restableciendo el Tribunal de las Ordenes . Lo que da origen a una demoledora y valentísima reclamación del arzobispo de Valladolid, cardenal Moreno (30-IV-1874), que era la persona encargada por la Santa Sede de ejecutar la bula .
Del 3 de mayo es la Pastoral dirigida a los fieles católicos de Azuaga prohibiendo la comunicación con el párroco y los que le siguen y nombrando a otro . Del día 23 es su Exposición al ministro de Gracia y Justicia , de la que hemos reproducido un notable párrafo. Si unos habían tomado abiertamente el camino del enfrentamiento con el pastor otros, como el exprior de Magacela, se proponían los mismos objetivos pero por sendas menos arriscadas. Pero bueno era el cardenal Moreno para dejarse engañar. Su contestación a Velarde Santisteban (26-IV-1874) no deja el menor resquicio a la ambigüedad mandándole cumplir la Quo gravius que era lo que solapadamente quería resistir .
Una nueva Circular a los párrocos de San Marcos de León (2-VI-1874) reclama obediencia y rechazo a Maesso . Pero ya el cisma tocaba a su fin. La Orden del gobernador civil (21-VI-1874) en favor del culto católico y de los fieles perseguidos por los curas cismáticos de Llerena, da claramente marcha atrás de sus anteriores disposiciones pues, aunque sigue encargando se respalde la autoridad de los cismáticos, manda se respete la libertad religiosa de los católicos "para abrir capillas u oratorios particulares y para recibir la administración de los sacramentos de los eclesiásticos que sean de su agrado" . ¡Hasta qué extremos había llegado el regalismo! ¡Y en 1874! Se había hecho una revolución para conquistar la libertad y los católicos no podían hacer lo que se le permitía a cualquier protestante. La energía del obispo había triunfado y los cismáticos, sin el apoyo del Estado, que era su única fuerza, se iban a disolver como un azucarillo. En apoyo del obispo vino también el acuerdo del Capítulo de los caballeros de Santiago celebrado en Madrid en un sentido totalmente católico y un nuevo manifiesto y protesta del clero fiel contra el escandaloso cisma de Llerena (11-VII-1874) . Pío IX estaba también con el obispo y confirmó la excomunión contra Maesso y sus secuaces mediante el Rescripto dirigido por Su Santidad al Ilmo. Sr. Obispo de Badajoz aprobando la conducta de este venerable Prelado contra los clérigos cismáticos del extinguido Priorato de San Marcos de León y condenando la rebelión de estos contra la Santa Sede . Comienzan las retractaciones y este desgraciado asunto, que tantas páginas llenó de La Cruz en 1874, prácticamente desaparece de la revista con el artículo “Conducta de los católicos en los pueblos afligidos por el cisma de Llerena. Contestación del obispo de Badajoz a la consulta de un católico de Llerena” .
Los más recalcitrantes, en la desesperación de la derrota, aun acometieron contra los sacerdotes fieles al obispo pero eran los últimos coletazos del cisma que agonizaba. El obispo podía ya, con tranquilidad, dedicarse a gobernar su tan incrementada diócesis.
Con obispos como estos el regalismo tenía sus días contados. Y la independencia y libertad de la Iglesia estaban conquistadas definitivamente.
Al producirse la revolución de 1868 no adoptó, desde el principio, una actitud conciliadora. Ya el 7 de noviembre de 1868 dirige una exposición al ministro de Gracia y Justicia abogando por el mantenimiento de la unidad católica y en protesta de las medidas contra la Iglesia que acababan de promulgarse el mes anterior . Pocos días después, en unión de su arzobispo y demás sufragáneos (24-XII-1868), firma la Representación al presidente del Gobierno provisional, el general Serrano, protestando decididamente contra la legislación revolucionaria (unidad católica, enseñanza, seminarios, vandalismo en iglesias y edificios eclesiásticos, congregaciones religiosas, fuero...) . Cuenca hace al documento unas críticas que nos parecen ucrónicas . Pese a ello, fue de los obispos felicitados por el Gobierno por su reacción ante el decreto del 5 de agosto de 1869 , al igual que los restantes sufragáneos de Sevilla, lo que no debió hacerles demasiado felices por cuanto "respondieron en un escrito conjunto en el que manifestaban como, pese a las apreciaciones de Ruíz Zorrilla sobre sus respectivos escritos, ellos se sentían unidos a todo el episcopado español, sin excepciones "ni aun de los sometidos a la acción de Supremo Tribunal de Justicia", que eran García Cuesta, Lagüera y Caixal . Fue también uno de los firmantes de la exposición de los obispos españoles que se encontraban en Roma contra el matrimonio civil (1-I-1870) y de la que meses después (26-IV-1870) enviaron los mismos, salvo los que ya habían fallecido y alguno que se ausentó, contra el juramento de la Constitución . Asimismo figura suscribiendo la protesta del metropolitano y sufragáneos de Sevilla contra las normas de provisión de deanatos (15-I-1872) . Igualmente se manifestó contra la agencia de preces y el pase regio el 2 de abril de ese año . Especial significado tiene su Comunicación a los fieles de la diócesis de 12 de junio de 1873 que es una durísima y valiente protesta por la tasación de las iglesias y una llamada a los católicos a la resistencia legal . Su carta pastoral sobre la causa de los males presentes y su remedio (8-IX-1873) reproduce la condena de Pío IX por la extinción de las Ordenes religiosas en Roma, reprueba las modernas filosofías que relegan a Cristo y a la Iglesia y se manifiesta contra el regalismo, la desamortización y la separación de la Iglesia y el Estado .
En 1872 asistió a la consagración del templo del Pilar, fruto de los trabajos de su gran amigo y antecesor en la diócesis pacense, García Gil . Los obispos allí reunidos con tan gozoso motivo dirigieron dos exposiciones a las Cortes, la primera contra el proyecto de ley de Montero Ríos fijando el presupuesto de obligaciones eclesiásticas y las relaciones económicas entre el clero y el Estado y la segunda reclamando contra el impago de las asignaciones al clero .
Producida la Restauración parece de simpatías integristas -Cristóbal Robles le tiene por "uno de los obispos más tradicionales" y para Cárcel era carlista, aunque no "furibundo" sino "de menor escala" . Si juzgamos por su apoyo a la peregrinación a Roma de 1876 cabe suscribir esas calificaciones. "Yo multiplico mis plegarias al cielo, dice este señor obispo, porque la expedición sea cumplidamente feliz en la santa empresa a que se ha dedicado.
Con toda la efusión de mi corazón otorgo a los peregrinos de Roma mi pastoral bendición como testimonio de mi buena voluntad y afecto que a todos profeso". Esto decía el prelado a El Siglo Futuro y todo parece convencernos de que lo expresaba con toda sinceridad.
Y, secundando la idea de Sardá y Salvany sobre la peregrinación espiritual de los que se quedaron en España, escribía a sus diocesanos: "Designado el 15 del corriente, festividad de la insigne doctora Santa Teresa de Jesús, para la presentación a Su Santidad de los peregrinos españoles que, en alas de su fe, han ido a la Ciudad Eterna a consolar al esclarecido mártir del Vaticano, y a ofrecerle, en nombre de todos los católicos de esta nuestra amada patria, el testimonio de amor y de adhesión inquebrantables, justo será que los que no hemos podido acompañarles personalmente, nos unamos a ellos en ese día, al menos en espíritu.
En su virtud, disponemos que en esa parroquia de su cargo, así como en las demás del obispado, y en el día referido, se celebre con toda solemnidad posible una misa cantada, que para este efecto podía servir la conventual, procurando V., por su parte, excitar a los fieles a que concurran a ella y eleven al cielo fervientes súplicas por las necesidades de la Iglesia y del Romano Pontífice, y las del Estado; haciendo también extensivas sus oraciones en favor de los peregrinos, a fin de que logren regresar felizmente a sus hogares" .
Fue gloria inmarcesible de Ramón Nocedal haber puesto a la Iglesia de España en movimiento como no se conocía desde la recogida de firmas en la Gloriosa contra la ruptura de la unidad católica. Porque no se movilizaron solo los ocho mil peregrinos que acudieron a Roma, lo que ya era muchísimo, sino que cientos de miles de españoles, con sus obispos al frente, se asociaron a ellos en un impresionante homenaje al Papa prisionero y como expresión de la fe de España. Qué después la jerarquía se fuera distanciando de Ramón Nocedal es ya otra cuestión a la que en estas páginas no podemos más que aludir ya que no cabe en ellas hacer una historia del integrismo español. Pero en el otoño de 1876 a aquel joven seglar bien se le podía calificar como el más bravo adalid de la Iglesia de aquellos días.
También fue entusiasta la respuesta de Ramírez Vázquez a la proyectada romería de los Nocedal en 1882 , llegándose a constituir en Badajoz la Junta organizadora de la peregrinación bajo la presidencia de honor del obispo, que era el modelo previsto y querido por los políticos integristas -cuando hablamos de integrismo, antes de la división carlista y de la formación de aquel partido, nos referimos al ala más ultramontana del tradicionalismo, que representaban entonces Cándido y Ramón Nocedal -. Y asimismo podemos atisbar inclinaciones carlistas en sus reticencias con Pidal y por haber ordenado transcribir elogiosamente la sentencia romana favorable a Sardá y Salvany y contraria a Pazos , en aquella tremenda polémica que sacudió al catolicismo español y que posiblemente fue el último triunfo del integrismo.
A partir de entonces, con León XIII decidido a cortar con los legitimismos y a apoyar las situaciones liberales, tanto en España como fuera, el maximalismo integrista fue perdiendo posiciones aceleradamente hasta reducirse a un pequeño núcleo irreductible pero absolutamente marginal. En el extranjero el brindis de Argel del cardenal Lavigerie, hombre de paja del Pontífice, que le hizo decir lo que el Papa quería que se dijera aunque él no quisiera decirlo, y el claro apoyo al Ralliement con la República francesa, más la desautorización al cardenal Pitra, marcan un cambio radical en la política pontificia que dejó de transcurrir por los cauces que había marcado Pío IX después de su aventura de Gaeta que le había hecho olvidar iniciales inclinaciones liberales.
En España se sucedieron las desautorizaciones que habían empezado con la Cum multa (8-XII-1882) , que tan escasos, por no decir nulos, frutos produjo en su propósito de acabar con las divisiones entre los católicos, pero que tuvo extraordinaria importancia porque aseguraba a los obispos opuestos a los Nocedal el apoyo vaticano. Y daba a los católicos pidalistas un claro respaldo. Inmediatamente anterior había sido la desautorización papal de la romería, nunca mejor dicho el nombre pues a Roma quería ir, que los Nocedal habían proyectado para renovar el éxito de la de 1876 y que previamente había autorizado el Pontífice. Ya había un importante núcleo de obispos que no querían a la Iglesia de España supeditada a unos laicos. Y donde el Papa había dicho digo, dijo diego. La peregrinación no debía tener connotaciones políticas –las de los Nocedal eran evidentes y carlistas-, y debía organizarse bajo la dirección de los obispos. Y, como estaba claro que estos no podían organizar una nacional, que sólo estaba al alcance de los Nocedal, se haría por provincias eclesiásticas o por diócesis. Pero ni aun así. La primera, y última, fue la de la archidiócesis primada que constituyó un espectacular fracaso. Retraídos los Nocedal no hubo masas de peregrinos. Ni que decir tiene que el fracaso de los pidalistas fue una victoria moral de los nocedalistas, cosa que todos se arrojaron a la cara. Pero ello apenas hizo más que hacer más abisal el foso que separaba a los católicos entre sí.
Ante el nulo efecto de la Cum multa , León XIII multiplicó insinuaciones y ánimos hasta que escribió su carta al obispo de Urgel, Casañas (20-III-1890) , de durísimo contenido antiintegrista y antijesuítico, dado el apoyo que la Compañía de Jesús prestaba a esa facción católica. Ya se había producido la ruptura entre Ramón Nocedal y la prensa que le seguía y Don Carlos, con lo que los católicos militaban ya políticamente en tres bandos irreconciliables entre sí. El integrista, el carlista y el dinástico. Y todos se entrecruzaban tremendas acusaciones. Los dinásticos, entre los que se encontraban figuras eclesiales tan importantes como los Pidal, Menéndez Pelayo, el marqués de Comillas, Vicente de la Fuente, José María Quadrado, el marqués de Cubas..., eran, para los otros, peligrosísimos enemigos del catolicismo. Por su liberalismo. Que hasta llegó a contaminar al mismísimo Don Carlos. Y, de ahí, la ruptura con él. Eran los mestizos. Don Carlos, que se encontró con el partido diezmado, y prácticamente con la parte analfabeta del partido pues la mayor parte de los periodistas y del clero se había pasado en masa a Ramón Nocedal, les juró odio eterno. Y, como otro gran periodista, Llauder, le permaneció fiel, pudo emprender una tremenda campaña antiintegrista. Y los mestizos no se quedaban a la zaga tachando de cismáticos y jansenistas a los íntegros. No cabe, en estas líneas, dedicadas a los obispos de Badajoz en el siglo XIX, hacer más precisiones sobre esta división de los católicos que condicionó de modo decisivo el catolicismo político del último cuarto del siglo XIX español. Pero creemos eran necesarias para explicar la ideología de Ramírez Vázquez.
No concluyeron con la carta a Casañas las divisiones. Aun hubo, en la primera decena del nuevo siglo una importantísima polémica con motivo del mal menor. Ya habían abandonado a Nocedal apoyos decisivos como eran los de Sardá y Salvany, tan próximo ideológicamente al obispo de Badajoz como hemos visto, Ortí y Lara y, lo que fue determinante, la Compañía de Jesús. La actuación de quien fue Prepósito general de la misma, el español Luis Martín, fue contundente. Sus Memorias , documento de la mayor importancia para dilucidar esta cuestión, parecen de lectura obligatoria aunque él no quede en ellas demasiado bien. Antes..., los Congresos Católicos de Zaragoza, Burgos y Santiago. Y, después, el nuevo Pontífice, San Pío X, tan distinto y tan distante de su predecesor, pero, también, respaldando el giro copernicano de los jesuitas representados por los padres Villada y Minteguiaga. Su carta Inter catholicos Hispaniae fue el golpe definitivo al integrismo porque las esperanzas de que otro Papa regresara a la política de Pío IX y se olvidara de la de León XIII, fracasada estrepitosamente en Francia, se disiparon por completo.
El rotundo fracaso de la política conciliadora de León XIII en Francia, con Waldeck-Rousseau y Combes como consecuencia, exceden ya con mucho lo que nos proponíamos apuntar. Y rebasan ampliamente el pontificado pacense de Ramírez Vázquez. No digamos ya lo que significó en el país vecino el resurgir tradicionalista de Maurras y la Action Française, condenados por Pío XI y levantada después la condena por Pío XII. No tiene nada todo ello que ver con nuestro obispo de Badajoz. Pero posiblemente quedaría coja su figura si no apuntáramos todo esto. Sólo añadiremos que muchos años después aun escocían las heridas. Citemos solamente, para demostrarlo, el muy parcial libro del célebre canónigo asturiano Maximiliano Arboleya .
Volviendo a los años en los que tocó vivir a nuestro obispo, fue Ramírez adverso a la participación de los obispos en el Senado, como quería Rampolla, pero este se valió de inteligentes habilidades y algún engaño para conseguir el respaldo a la dinastía y a lo que él creía que era bueno para la Iglesia . El 19 de marzo de 1877 escribía a Rampolla: "En la íntima convicción de que el actual parlamentarismo no producirá bienes a la Iglesia, ocasionándola en cambio profundos pesares, nadie se había ocupado por aquí de ese derecho que la nueva ley electoral otorga al clero catedral" .
Su respuesta a la carta que los promotores de la Unión Católica dirigieron a los obispos españoles (21-I-1881) fue favorable pero no entusiasta .
Figura, autorizando con los demás sufragáneos de Lluch, en la Exposición al rey contra la circular de Albareda (9-V-1881), que fue una de las más flojas que suscribieron los obispos españoles con tal motivo. Pero ello no era culpa de Ramírez Vázquez, que ya hemos visto como se las tenía con las autoridades cuando era preciso, sino de un arzobispo senil .
Seguramente en 1881, o quizá algún año antes, sostuvo otro conflicto con la autoridad civil. El juez de Fregenal exigió al párroco de Higuera la Real certificados de partidas sacramentales y el obispo consigue que la Audiencia territorial de Cáceres resuelva que, en adelante, tales documentos se pidan al obispo o a su provisor para que estos sean quienes las soliciten a los párrocos . Creemos que no se trataba de restar facultades a los rectores de las parroquias sino de protegerles ante las intromisiones civiles que encontrarían una resistencia mayor en el obispo, y más si era un obispo como Ramírez Vázquez, que en un pobre párroco de pueblo.
El telegrama a monseñor Pallotti, protestando del atentado contra los restos mortales de Pío IX , que los revolucionarios pretendieron arrojar al Tiber, entendemos que no fue un mero gesto de circunstancias sino algo muy profundamente sentido por el obispo. Más circunstancial, en cambio, pudo ser su firma en el mensaje de gratitud del episcopado español a León XIII por la encíclica Cum multa, que pretendía resolver, con más voluntad que acierto, el grave problema de la división de los católicos españoles. No porque el obispo no quisiera la unión, que la deseaban todos, ni porque su afecto al Papa ahora reinante fuera dudoso, que no lo era, sino porque tal vez sus preferencias estuvieran por una línea distinta de la de León XIII y Rampolla. Pero esto es solo una conjetura. Cárcel, en un trabajo de circunstancias y no muy afortunado, cuya crítica no procede hacer ahora, refleja, en cambio, bien, lo que supuso la encíclica leonina: “En su primer encuentro con el ministro de Estado, marqués de la Vega de Armijo, descubrió el nuevo nuncio (Rampolla) que la encíclica pontificia no había producido efecto alguno en España, aunque habían transcurrido ya más de dos meses desde su publicación. El cardenal Moreno, arzobispo de Toledo, tampoco ocultó al representante de la Santa Sede su pesimismo, porque la encíclica en vez de mitigar las tensiones había contribuido a intensificarlas” .
Fue absolutamente beligerante contra la prensa anticatólica. Parecía que se le había adelantado el prelado santanderino, Calvo Valero, en la condena de tres periódicos de la capital cántabra. Ramírez Vázquez le felicita (18-I-1882) y le adelanta sus propósitos: "Ocupado también por mi parte en lucha igual a la que Ud. ha venido sosteniendo contra el común enemigo de nuestra santa Religión, no me anticipé a felicitarle por su glorioso triunfo sobre los partidarios del error, hasta no tocar igualmente el término de mis tareas, mas hoy, que, gracias a Dios, he logrado sepultar en el silencio las dos publicaciones sometidas a la censura, y en actitud respetuosa los que de alguna manera tomaron parte en los acontecimientos, me cabe la satisfacción de enviarle la más cumplida enhorabuena con todo el Episcopado y católicos españoles por su elocuente y enérgica defensa de la verdad católica" .
Las fechas, y hasta tal vez los nombres, parecen no concordar. Da la impresión de que había dos publicaciones en su diócesis que traían desasosegado al obispo. Y que el problema parecía estar resuelto el 18 de enero de 1882. Debían ser El Autonomista Extremeño y El Magisterio Español (creemos que hay un error en el título), censurados el 11 de julio de 1881 por contener doctrinas heréticas y que, según informa La Cruz , en 1882 ya habían desaparecido. Sin embargo, el 25 de abril de ese año publica un edicto condenando los periódicos pacenses La Crónica y La Revista Extremeña . Sea lo que fuere en las fechas, la condena es clara e indubitable. Poco tiempo después, el 1 o el 28 de enero de 1884 condena el periódico pacense Diario de Badajoz, afín a la masonería . No conocemos su difusión. Pero ya es significativo que en el Badajoz de entonces hubiera tantas publicaciones que tuvieran que ser condenadas por el obispo.
Pecellín Lancharro ha contribuido a aclarar no poco la cuestión. El Magisterio Extremeño, "el órgano de prensa que más contribuyó en Extremadura a difundir ese "krausismo difuso" , dirigido por Manuel Pimentel y Donaire y en el que tuvo activa participación su mujer, Walda Lucenqui, comenzó a publicarse en julio de 1873. Era un semanario que, con alguna modificación temporal en su título, vivió muchos años . Según Pecellín, (¿Magisterio Español o Extremeño?) la condena sufrida el 15 de julio de 1881 no pareció afectarle demasiado pues subsistía más de una década después. Los motivos de la condena, según transcribe el autor que venimos citando, son los siguientes: "Siendo como es notorio que así el periódico, que se publica en esa (¿no debería ser esta?) capital, titulado El Autonomista Extremeño, como la revista, que se dice pedagógico-administrativa, y también se da a luz en esta localidad con el título El Magisterio Extremeño, cual si obedecieran a una misma consigna, vienen conspirando a destruir en nuestro pueblo toda idea y todo sentimiento de religión, no solo defendiendo paladinamente el indiferentismo religioso, o sea la falsedad de toda religión positiva, sino procurando con más empeño excitar el odio contra el catolicismo, al cual calumnian a despecho de la Historia y contra toda razón, creímos necesario instruir los respectivos expedientes canónicos de censura..." .
Con lo que, no sabemos como se llamaba la revista -aunque nos inclinamos por el calificativo de Extremeño y parece, además, que en 1882 el problema no estaba tan resuelto como pensaba el obispo y no era cierto que, como decía La Cruz, hubiera desaparecido la revista. López Casimiro confirma que en julio de 1881 fueron condenados por el obispo El Magisterio Extremeño y El Autonomista Extremeño .
La Crónica de Badajoz, "uno de nuestros grandes periódicos decimonónicos", duró desde 1864 hasta 1892. Pecellín transcribe la condena del obispo de este periódico y de La Revista Extremeña por "blasfemar claramente contra nuestra santa fe, e insultar a cuantos tienen la inestimable dicha de profesarla" . Tampoco parece que a la Crónica le afectara mucho la condena pues prosiguió en su línea habitual . Dicha condena se produjo un mes después de la anterior . Y parece que insistió al año siguiente en el Boletín Oficial de la Diócesis del 30 de abril de 1882 . Asimismo, días antes, no sabemos si de la condena de 1881 o de la de 1882, había Ramírez Vázquez denunciado a La Crónica ante el tribunal de imprenta de Cáceres por dos artículos contra el clero. Por ello el periódico fue condenado a un año de suspensión .
También transcribe Pecellín el edicto del obispo condenando el Diario de Badajoz (28-I-1884), órgano de expresión de los republicanos federales , por sus ataques contra la religión y que, por esos días, venía sosteniendo por la pluma de aquel pintoresco personaje que fue Tomás Romero de Castilla, la compatibilidad de la masonería con el catolicismo .
Tampoco caigamos en el error de considerar que una publicación periódica significaba un masivo apoyo social. Aquellos días no eran estos. Hubo periódicos carlistas, integristas, pidalinos, canovistas, sagastinos, republicanos... que se mal mantenían, o sacaban dos o tres números, con escasísimos lectores. Pero, sin duda, poco o mucho, algo había tras ellos en el Badajoz de finales de siglo.
El Diario y El Avisador, periódico católico, se enzarzarán después en una de esas polémicas sobre una cuestión que hoy parece incomprensible pero que en aquellos años encendían los ánimos de unos y otros. Me refiero al entierro en sagrado y a los excluidos de él, cuestión que fue candente en no pocos obispados de la época. Y en la polémica intervendrá el obispo con todo el peso de su autoridad. Entierran a un suicida en el cementerio católico y el gobernador, a instancias del obispo, ordena exhumar el cadáver y trasladarlo fuera del cementerio católico. El alcalde aduce no hallar en el pueblo quien hiciera tal trabajo y recurre al Ministerio de la Gobernación. El gobernador retira la orden de exhumación mientras que el obispo había declarado el cementerio del pueblo en entredicho, debiendo hacerse los entierros en Pallarés, pedanía de Montemolín situada a 11 kilómetros del pueblo. Allí vendrían enterrándose los muertos de Montemolín hasta que la familia de uno de ellos, católico el difunto y los familiares, parece que decidió ahorrarse el incómodo viaje con el cadáver a cuestas y, previa autorización del alcalde, lo enterraron en el cementerio que estaba en entredicho con lo que se desató un escándalo mayúsculo y alguna excomunión de Ramírez Vázquez. Qué más quería el Diario para calificar de "chacales" a los católicos. Y qué más quería el obispo para condenar el periódico porque en sus columnas venían reproduciéndose todos los días "las blasfemias más impías y escandalosas y las calumnias más torpes que se propalan en otras publicaciones infernales; para desmoralizar y corromper al pueblo fiel, mientras se procura infundirle todo el odio de Luzbel contra la Iglesia de Dios y sus ministros" .
Fue, sin embargo, benévolo el obispo con los textos del entonces catedrático del Instituto de su capital, Anselmo Arenas. Por medio de su provisor consiguió de aquel masón, también lo era Pimentel, no sin notable resistencia del autor, algunas correcciones. Otros obispos fueron menos condescendientes con él pero eso ocurrió en otras diócesis por lo que no lo consignaremos aquí..
No debemos tampoco omitir la mención de las polémicas que el canónigo Fernández Valbuena sostuvo con los que él consideraba, no sin motivo, enemigos de la religión: Romero de Castilla, Arenas... Ramiro Fernández Valbuena terminó sus días como obispo auxiliar de Santiago de Compostela y fue una de las primeras figuras de la apologética de aquellos tiempos pero no cabe ahora extendernos más sobre su carrera eclesiástica. Sin embargo, debemos hacer mención de que la obra del canónigo no hubiera sido posible contra la voluntad del prelado. Más bien creemos que debió sostenerle y animarle.
De fines de 1882 (12 de noviembre) es un documento episcopal contra la secularización de los cementerios, más confuso por la expresión que por el fondo, en el que continúa manteniendo el prelado su línea tradicionalista de siempre .
En 1884 debió adherirse, con su metropolitano y demás sufragáneos, a la defensa que el arzobispo de Santiago de Cuba, Martín de Herrera, hizo en el Senado de los derechos del Papa sobre los Estados Pontificios. La firma el arzobispo de Sevilla, fray Ceferino González, autorizado por los obispos de su provincia eclesiástica .
Este mismo año de 1884, ante la amenaza del cólera, que una vez más angustiaba a esta zona geográfica, el obispo mandó construir cincuenta camas, "con destino al hospital de coléricos. Caso de que el cólera no se presentase allí, las camas con sus jergones, colchones, etc. serán colocadas en el hospital de San Sebastián de Badajoz" .
Firmará también la protesta colectiva del metropolitano y sufragáneos de Sevilla con motivo de la jurisprudencia establecida por el Tribunal Supremo absolviendo un artículo en el que se llamaba oblea a la Sagrada Forma, idiotas y salvajes a los que creen en ese sagrado misterio y embaucadores a los que lo predican . También firmará la protesta colectiva del episcopado español contra los desafueros de que es objeto el Papa (4 u 8-XII-1886) y la felicitación a León XIII de los mismos con motivo de sus próximas bodas de oro sacerdotales (4 u 8-XII-1887) . Suscribirá asimismo el homenaje de nuestro episcopado al Pontífice por la encíclica Libertas, con todas las protestas de rigor . Le veremos de nuevo suscribiendo la protesta de los obispos de España por la estatua a Giordano Bruno (25-VII-1889), escrito en el que nuestros prelados repetirán, una vez más, las reclamaciones de costumbre contra la situación del pontificado .
Como obispo, y en ese supremo ejercicio de su potestad ministerial de consagrar a hermanos en el episcopado, no actuó nunca. Sólo como asistente participó en Sevilla, el 14 de mayo de 1876, en la consagración del obispo titular de Zela, González Sánchez, creemos que por razones de proximidad geográfica .
Rubio y Cárcel no tienen muy claro el día de su muerte pues en un lugar dicen que falleció el 4 y en otro el 14 de noviembre de 1890. Guitarte dice que el 14 de ese mes y año . Según Vico, Joaquín Rodríguez Fernández tuvo que "cargar con el gobierno de la diócesis casi exclusivamente en los últimos años de la vida del prelado" , sin duda porque la edad o la enfermedad le tendrían prácticamente imposibilitado. La medida tan criticada, desde los ambientes tradicionalistas, de Pablo VI pidiendo la dimisión a los obispos al cumplir los setenta y cinco años no era tan descabellada. No entramos ahora en juzgar si la medida se propuso entonces más apartar a obispos conservadores que evitar que ancianos incapaces estuvieran al frente de las diócesis. Ni tampoco avalar los setenta y cinco años como la edad idónea para presentar la renuncia. Pueden ser esos años o cinco más. Y además el Papa se reserva el prorrogar a un obispo su pontificado si lo considera oportuno. Y lo hace en no pocas ocasiones. Pero lo que nos parece evidente es el que, a partir de una cierta edad, variable según los casos, el obispo está incapacitado para el gobierno ordinario de su diócesis. Y no nos referimos aquí a merecidos descansos o a poder aprovechar los últimos años útiles de una vida en disfrutes personales. El buen sacerdote o el buen obispo no se jubilan nunca y, hasta que Dios les llama al descanso eterno o una enfermedad les incapacita para toda actividad racional, siguen prestando servicio a la Iglesia, algunos tal vez sólo rezando pues ya es lo único que pueden hacer. Qué ciertamente no es poco. Pero también es indubitable que la edad no perdona y puede hacer que una persona ya no pueda desempeñar esa tremenda carga que es el gobierno de una diócesis.
Dedicó gran atención a la formación del clero y a él se debe la creación del seminario menor de Villanueva de la Serena . Tuvo gran interés en que los jesuitas llegaran a su diócesis y García Iglesias nos da un verosímil relato de su venida: “Ignoramos como y cuando comenzó el obispo pacense, D. Fernando Ramírez y Vázquez, a interesarse por la colaboración directa de la Compañía de Jesús en las difíciles tareas apostólicas y de gestión de la diócesis que le había correspondido pastorear; es posible que todo empezara con una Santa Misión. Por descontado que el Prelado sabía de sus numerosos hermanos en el episcopado que buscaban dentro de España el modo de introducir como fuera comunidades jesuíticas en sus jurisdicciones, que lo habían hecho antes de la Gloriosa de 1868 y que lo seguían procurando en pleno período revolucionario. Pero hay un hecho significativo que podría hacernos pensar que fue en Roma y en el ambiente conciliar –allí brillaron personalidades de la Compañía; allí se comentarían al respecto de ésta no sólo opiniones del entorno papal sino experiencias de Iglesias diferentes de la española- donde el prelado pacense dio en acariciar la idea de pedir colaboración a los hijos de San Ignacio: me refiero a la visita que mons. Ramírez hizo al escolasticado de Poyanne el 4 de agosto de 1870 , cuando regresaba a su diócesis desde el Concilio (...) Aquella casa jesuítica del exilio, tan emblemática por pluralidad de conceptos, no le quedaba al obispo viajero lo que se dice a mano en su camino de Roma a Badajoz. Pocos meses más tarde entrarán los jesuitas en la ciudad bajoextremeña con la intención de establecer en ella una residencia permanente” . En marzo de 1871, consiguió que vinieran dos padres, que tuvieron algunas dificultades con el obispo protector por su excesivo protagonismo en marcarles las directrices de sus ministerios . Creemos que la fecha que da Rubio, al decir que habían llegado en 1869, es una más de tantas equivocaciones de las que hemos dejado constancia en estas páginas. Creemos que en este punto el jesuita Revuelta, que está continuando la magna obra de Astrain y Frías, sabrá más del tema que el historiador local cuyo fuerte no parecen las fechas. El testimonio de García Iglesias, por otra parte, viene en apoyo del historiador jesuita.
Sobre las dificultades experimentadas por los padres de la Compañía nos vamos a extender en el relato de García Iglesias no tanto por la importancia de las mismas sino por creer que reflejan el carácter del prelado. “Vivían (los jesuitas) en el Seminario, acogidos a la hospitalidad de mons. Ramírez, que llevaba un lustro al frente de la diócesis y en cuya balanza pesaban más las dificultades ambientales y la buena voluntad que sus dotes pastorales y de gobierno. Acosado por la antirreligión y la masonería, auxiliado además por un clero dividido y de poca altura, tuvo este prelado en mucha estima la colaboración de aquel mínimo grupo de jesuitas. Tanto confiaba en ellos y tanto de ellos pretendía que de ahí vinieron los problemas que abocaron al cierre de la minúscula residencia a la vuelta de unos pocos años. La pastoral de la Compañía requiere libertad de movimientos para los ministerios que les son propios, y eso es precisamente lo que no alcanzaba a comprender Mons. Ramírez. Todos los afanes del ordinario de la diócesis iban por tener a los jesuitas a su servicio, dicho de gráfica manera, encadenados. Quienes necesitaban libertad de cualquier atadura para asumir predicaciones, plantear viajes misioneros o dirigir congregaciones u otras asociaciones piadosas, estaban comprometidos en burocracias estables y en menesteres parroquiales escasamente apostólicos y creativos” .
No dudamos que los jesuitas se sentían incómodos con trabajos ajenos a su carisma apostólico. Y quizá el autor recargue las tintas en el carácter del obispo. Más bien pensamos que, habiendo encontrado a dos sacerdotes preparados y entregados, que le descargaban, y a su total satisfacción, de múltiples ocupaciones y preocupaciones, los empleaba a fondo en lo que creía el mejor servicio a su diócesis. Que, para él, era lo más importante. Y tampoco se le podía pedir, ajeno como era a la Compañía, a la que se acababa de encontrar, supiera más de las características ministeriales de los hijos de San Ignacio.
García Iglesias relata pormenorizadamente los desencuentros, con alusiones a “la escasísima delicadeza de monseñor” , que se limitaba a darles comida y alojamiento en el Seminario mientras pagaba generosamente a dos paúles que se había traído para dirigir a los ordenandos en una casa próxima al seminario . Y de las cartas de los jesuitas que estaban en Badajoz resulta el carácter del obispo: quejumbroso, meticuloso, entrometido hasta en las más pequeñas menudencias, testarudo... En 1877 los jesuitas abandonan Badajoz, “pueblo tan trabajado por la impiedad y la masonería” . Sin embargo, y pese al disgusto del obispo, les conservó siempre afecto y les recibió en diversas ocasiones para predicaciones o misiones esporádicas
El obispo contó además con la colaboración de otras congregaciones religiosas: las trinitarias regresan en 1876; las religiosas del Santo Angel de la Guarda, dedicadas a la enseñanza, llegan en 1888; en 1881 se establecen en Zafra los hijos del Corazón de María ; en 1880 se inauguraba la casa de Badajoz de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados que contaron, desde el primer momento, con la decidida protección del obispo , que se indignará con la pretensión francesa del abbé Le Pailleur y sus religiosas de absorber a las españolas ; poco después, las hijas de Santa Teresa Jornet abrirán también las casas de Llerena (8/11/83) y Jerez de los Caballeros (3/12/1885) ; en 1881 se hacen cargo las Siervas de María del hospital de Fregenal de la Sierra ; las Hermanas de la Cruz, admirable congregación que lleva más de cien años derrochando caridad con los desvalidos, llegaron a Villafranca de los Barros, el 8 de junio de 1890 . Eran ya los últimos días del obispo que tal vez ni se enterara de la llegada a la diócesis de aquellos ángeles. Y, seguramente, algunas congregaciones más. Era una auténtica eclosión de los institutos religiosos la que se estaba produciendo en España a finales del siglo XIX. Y no podríamos asegurar si esa impresionante expansión de religiosas y religiosos que entonces ocurría en nuestra patria, estaba animada por los obispos o si estos se encontraban con ese premio gordo de la lotería de numerosos institutos que pedían establecerse en sus diócesis. Hubo sin duda de todo pero creemos que más de lo segundo que de lo primero. Respecto del clero secular, más próximo al obispo, señalaremos que celebró concursos a parroquias en 1879 y 1889 .
Tuvo correspondencia con la fundadora de las jesuitinas, la hoy beata Juana Josefa Cipitria Barriola y una sobrina del obispo, Luisa Vázquez, entró religiosa en esa congregación .
Su actitud ante el primer Congreso Católico, el de Madrid (1889) fue fría. No nombró a nadie en la diócesis como interlocutor de la Junta Central ni acudió al Congreso . Pero no hay que olvidar que era un anciano de 82 años que estaba a las puertas de la muerte y, como nos dijo Vico, prácticamente imposibilitado. El segundo Congreso Católico (Zaragoza, 1890) naturalmente tampoco contó con su asistencia. Ramírez Vázquez moriría a los pocos días de su celebración. Sin embargo, el cardenal Benavides firmó, "autorizado", en nombre de los obispos ausentes que hubieran enviado algún tipo de adhesión, las Reglas prácticas para la actuación de los católicos que tenían un notable sentido antinocedalista . ¿Qué peso tenía esa firma en el caso de que Ramírez se hubiera adherido al Congreso? Creemos que ninguno. Y ello nos llevaría a considerar el de las adhesiones colectivas que no estén rubricadas por los adherentes. Los vivos, que pudieron protestar y no lo hicieron, sin duda otorgaron, al menos en el sentido de que quien calla otorga. Si bien sería mucho más lógico inferir que quien calla no dice nada. De los moribundos no cabe decir lo mismo respecto al otorgar. Porque, lo más probable, es que no se hubieran enterado de nada de lo que estaba ocurriendo. Y la adhesión, en no pocos casos, sería más oficiosidad de un secretario que quería dejar bien y por activo a su superior. Si el estado del obispo lo permitía lo comentaría con él y, si no, pensaría que lo dejaba en muy buen lugar enviando por él la adhesión al evento. Naturalmente estamos conjeturando y no afirmando que esto ocurriera en los últimos días de Ramírez Vázquez
De lo que en cambio no nos cabe ninguna duda es que fue, ciertamente, un obispo de los que dejan huella positiva en una diócesis.




9.-Francisco Sáenz de Urturi Crespo OFM (1891-1894)



No tenemos muchas noticias de este obispo. Nació en Arlucea, pueblo situado al sudeste de Vitoria, muy próximo al condado de Treviño (Burgos), a la Rioja y a Navarra, el 3 de enero de 1842 . Si bien La Cruz dice que era hijo de Cantabria . Ingresó en la Orden franciscana y el 1 de junio de 1891, fue preconizado obispo de Badajoz. Rubio, en esta ocasión, se limita a decirnos el año . Fue consagrado el 20 de septiembre de 1891 en la catedral de Vitoria por el nuncio di Pietro, asistido por los obispos de Vitoria y Lugo, Fernández de Piérola y Aguirre . La asistencia del lucense se entiende porque era franciscano como él.
Rubio, Cuenca y Ruiz Fidalgo coinciden en que en 1894 fue trasladado a la archidiócesis de Santiago de Cuba, en vísperas de la independencia isleña. Tanto Cuenca como Ruiz Fidalgo en los textos que venimos citando, no precisan nunca día ni mes pero sí lo hace habitualmente Rubio por lo que debemos concluir que, del franciscano, desconoce esas precisiones. Es Echeverría quien nos dice el día del traslado a las Antillas, promovido a arzobispo: el 21 de mayo de ese año, fecha que confirma Catholic-Hierarchy . Recolons concluye el episcopologio de aquella archidiócesis en Martín de Herrera por lo que no podríamos concretar más sobre cuanto duró su arzobispado. Echeverría dice que el 31 de mayo de 1899 fue nombrado arzobispo titular de Bostra por lo que parece que cayó con la dominación española sobre la isla antillana. Catholic-Hierarchy nos dice que renunció a su arzobispado el 27 de abril de 1899, siendo nombrado arzobispo titular de Nazianzus. Como ambas sedes in partibus existen no podemos asegurar cual fue la suya. Aunque, por lo que luego diremos, nos inclinamos a pensar que su título fue el de Bostra.
Son verdaderamente lamentables las carencias de este Diccionario que bien podemos calificar de decepcionante. Abrigábamos esperanzas de que la magna obra emprendida por la Biblioteca de Autores Cristianos historiando las diócesis españolas viniera a corregir tanta imprecisión, tanta ausencia e incluso tanto error. Por lo que hemos visto hasta el momento, dados los volúmenes ya aparecidos, es mucho peor. Hemos publicado recensiones de los dos volúmenes correspondientes a las diócesis gallegas y debe estar a punto de aparecer el correspondiente a las diócesis castellanas de Palencia, Valladolid y Segovia. Y la palabra lamentable nos parece un eufemismo al respecto.
Ante la ausencia de datos sobre su pontificado en Badajoz creemos poder afirmar que su paso por la diócesis pacense, por otra parte muy breve, no debió ser especialmente significativo.
Debemos contarle entre los obispos que no hacían ascos a emprender un viaje con lo que entonces estos suponían de tiempo y de molestias, aunque ya el ferrocarril había aproximado mucho a las diversas ciudades de España. Fue uno de los obispos asistentes al Congreso Católico de Sevilla , cosa muy comprensible pues era su metropolitana y el viaje no era largo, pero también le encontramos presente en el Congreso Eucarístico de Valencia celebrado en 1893 , que abrió en la ciudad del Santo Cáliz la serie de los congresos de este tipo. Como concurrente, firmó, con los demás hermanos reunidos en la ciudad levantina, el mensaje de adhesión a la Reina Regente, María Cristina de Habsburgo .
Debió ser uno de los 24 firmantes de la Carta pastoral conjunta de los obispos asistentes a la peregrinación obrera a Roma de 1894, de contenido antiintegrista . Firmaría también la breve felicitación de nuestro episcopado a León XIII por sus bodas de oro episcopales (19-I-1893) . Y el mensaje de los obispos senadores a León XIII pidiéndole su intervención concordataria en defensa de los religiosos (9-XI-1901) . Lamentablemente en este volumen de la BAC, tan importante para nuestra historia eclesiástica, se omiten los nombres de los obispos firmantes. Pero Andrés-Gallego nos dice que lo firmó como arzobispo titular de Bostra , con lo que parece se dirimen las dudas sobre su título in partibus.
Había sido, antes de ser preconizado, "Comisario general apostólico" para toda la Orden de España , si bien La Cruz le llama Vicecomisario en 1884 y Comisario en 1886 . Como tal Comisario visitó a la famosa Sor Patrocinio en vísperas de su muerte, a fines de 1890 y viajó a Marruecos en 1886 . Cuenca nos dice que fue misionero en Bolivia y Comisario apostólico de España en Tierra Santa .
En 1888 es recibido por León XIII con motivo del jubileo sacerdotal del Papa , llevando los correspondientes regalos y donativos. Como Comisario de los franciscanos fue uno de los principales artífices de la unificación de la Orden, que al fin se logra en 1897 con la unión de observantes, reformados, recoletos y alcantarinos, “a la que se oponían el apego a las tradiciones de muchos franciscanos y las suspicacias del Gobierno español” . Fue uno de los últimos coletazos del regalismo ya agonizante pero que se empeñaba en reivindicar lo que ya estaba, gracias a Dios, definitivamente muerto. El pacense no fue apuntado, sin embargo, entre los enemigos de la Corona, como lo fue el salmantino Cámara por haber apoyado lo mismo respecto de los agustinos. Aunque no sabemos bien si su promoción arzobispal en las postrimerías del dominio español sobre Cuba fue un premio o un castigo. Y también fue posible que ante una negativa generalizada a aceptar aquella promoción, se olvidaran rencillas pasadas y enviaran a Santiago de Cuba a quien estaba dispuesto a aceptar aquella mitra. De lo que era entonces tal ascenso puede darnos idea el telegrama de adhesión que envió Sáenz de Urturi al Congreso Eucarístico de Lugo y que fecha en Madrid, a donde suponemos había regresado temporalmente por algún motivo pues no creemos que a un año largo de su nombramiento aun no hubiera marchado a su diócesis: Sintiendo no poder asistir Congreso Eucarístico, asisto con todo el corazón, adhiriéndome resoluciones; pido oraciones por mi pobre diócesis. Arzobispo de Cuba” . Nunca habíamos visto, o por lo menos no lo recordamos, un telegrama de adhesión que concluyera solicitando oraciones por el propio obispado, al que, además, se califica de pobre. Nos parece concluyente sobre el estado de la diócesis que recibía Sáenz de Urturi y a la que apenas le quedaban dos años de ser obispado español.
Cuando el arzobispo de Granada condenó los textos del que entonces era catedrático del Instituto de aquella capital y antes lo había sido de Badajoz, Anselmo Arenas, Sáenz de Urturi respalda la sanción el 13 de enero de 1894 . De la condena, que Pecellín transcribe íntegra, se comprueba que aún eran utilizados sus libros en el Instituto de Badajoz y que, según el obispo, estaban plagados "de errores contrarios al dogma católico y opuestos a la sana moral, por cuanto que contienen multitud de proposiciones heréticas, cismáticas, escandalosas y ofensivas a la Iglesia católica, al Pontificado y al clero". Estamos seguros de que los libros del hermano Munda no eran precisamente favorables a la religión pero, si estaban tan llenos de peligros para la juventud se hace incomprensible lo tardío de la condena.
Como obispo de Badajoz debió asistir al Concilio provincial de Sevilla . En 1891, no sabemos si antes o después del nombramiento del franciscano como obispo de Badajoz, la Obra de las Escuelas Dominicales, que tanto bien estaban haciendo por toda España, llegaron a Valencia del Ventoso . Suponemos que si se instalaron en aquel pueblo que entonces tendría unos cinco mil habitantes, otros de la diócesis de más importancia quizá las vieran en sus localidades. Pero no hemos encontrado datos al respecto.
En su breve pontificado los jesuitas inauguraron el colegio de Villafranca de los Barros (1893), al que tanto deben las clases medias y altas de la provincia, y aun de Extremadura y otras regiones aledañas, cuyos hijos recibieron en aquel centro una magnífica educación, como era tradicional en los hijos de Loyola . García Iglesias nos deja un interesante relato de tan importante acontecimiento. Aventura que Sáenz de Urturi los hubiera preferido en Badajoz pero, al no ser posible, buena era Villafranca, sobre todo ante la insistencia con que también eran reclamados por las diócesis de Coria y Plasencia . La carta al P. Granero (4-XI-1892) es suficientemente expresiva: “Alégrame sobremanera la idea de tener a Vds. en mi diócesis (...) Cuenta V. Con mi aprobación, con mi bendición y con todo cuanto de mí dependa. Ya que a V. Le ofrecen algo en Villafranca, acepte V. cuanto crea conveniente, si para ello en su día se presentasen inconvenientes insuperables, tal vez entonces podría yo ofrecer alguna otra cosa” . No se resignaba a no tenerles en Badajoz. Y pide, además del colegio, dos padres que se instalaran permanentemente en la capital de la diócesis . Obispo tan predispuesto a la Compañía no podía faltar el 15 de septiembre de 1893 en la inauguración del colegio, presidiendo la apertura y dirigiendo “cálidas palabras a los asistentes” .
No cabe duda de la extraordinaria acogida que tuvieron los jesuitas en aquel religioso de otro hábito. Y eran aquellos, días de escasas simpatías recíprocas entre los miembros de distintas órdenes religiosas. Citaremos, simplemente a título de ejemplo, los desencuentros jesuíticos con el agustino Cámara, obispo de Salamanca, o con el dominico Martínez Vigil, obispo de Oviedo. García Iglesias lo atribuye a su nacimiento en las Vascongadas, tan devotas a Loyola: “Podría resultar extraño que un hombre de espiritualidad franciscana llegara a manifestarse tan rendido admirador de la Compañía de Jesús. Pero, aunque de la Ribera, era vasco” . No despreciamos el apunte pero más bien creemos que era la entrega apostólica de los jesuitas de entonces lo que hacía que fueran un regalo para cualquier diócesis. Y el obispo franciscano había dejado de ser franciscano para ser obispo. O, mejor dicho, ya era más obispo que franciscano.
Recién llegado a su diócesis pide misioneros jesuitas para la Cuaresma del año siguiente. Y le mandan nada menos que al Padre Tarín que era lo mejor que tenía la Compañía como misionero popular. Pero, de tal talla, que la comparación no desmerece con un Padre Calatayud, con el beato Diego José de Cádiz o con, el después santo, Antonio María Claret, seguramente las cumbres de la predicación en aquellas misiones que conseguían cambiar a los pueblos. No me resisto a insertar aquí el verso de un hombre absolutamente frío ante la religión, y hasta enemigo de la misma, pero que refleja, creo que exactísimamente, lo que eran tales misiones cuando las predicaba alguien como el santo capuchino de Cádiz:
“Yo vi aquel fervoroso capuchino,
timbre de Cádiz, que con voz sonora,
al blasfemo, al ladrón, al asesino,
fulminaba sentencia aterradora.
Vi en sus miradas resplandor divino,
con que angustiaba el alma pecadora,
y diez mil compungidos penitentes
estallaron en lágrimas ardientes.
Le vi clamar perdón al trono augusto,
gritando humilde: “No lo merecemos”.
Y temblaban, cual leve flor de arbusto,
ladrones, asesinos y blasfemos;
y no reinaban más que horror y susto
de la anchurosa plaza en los extremos,
y en la escena que fue de impuro gozo
sólo se oía un trémulo sollozo” .
Pues José Joaquín de Mora, al recordar la impresión que un día le hiciera el P. Cádiz, podía estar reflejando perfectamente las misiones del Padre Tarín. Y él fue a quien enviaron a misionar Badajoz ante “las tremendas dificultades de cualquier intento de siembra espiritual en la capital bajoextremeña” . “El desolador panorama de la grey pacense no dejaba de preocupar al nuevo prelado. Todo le parecía poco, a la hora de intentar caldear el ambiente o de mantener, al menos, el rescoldo de lo ya conseguido” . Pero “no bastaba la mejor voluntad y el derroche de fuerzas para conseguir gran cosecha donde faltaba la buena tierra” . Hemos preferido recoger un testimonio extremeño para reflejar el estado de la diócesis y, sobre todo, de su capital. ¿Algo exagerado? Tal vez. Y ciertamente no muy distinto del de alguna diócesis andaluza por aquellos días. No hemos encontrado en las biografías del P. Tarín que hemos consultado que sus misiones en Badajoz fueran un fracaso. Tampoco son reseñadas entre las más memorables del eximio predicador. Cabe pues pensar que darían buenos frutos si bien no fueran tan espectaculares como en otras localidades. El P. Risco sólo nos dice que “de las misiones de 1892 apenas tenemos noticias. Sabemos que de Adra subió a Badajoz el 3 de enero y estuvo por los pueblos de las provincias de Extremadura hasta fines de abril” . Y tampoco nos dice más de su misión en Badajoz del año siguiente . En Javierre no encontramos mayores precisiones salvo alguna rectificación en las fechas. En 1892 no llegaría a Extremadura hasta el mes de abril, misionando en Badajoz, Villafranca de los Barros y Trujillo . Para volver a Badajoz en marzo de 1893 y febrero de 1894 . Por todo ello cabe colegir el interés del obispo en tales misiones y en que fuera el P. Tarín el misionero. Y que algún fruto deberían dar pues, en otro caso, no se entiende tanta insistencia y tanta repetición. Que cubre todo el episcopado de Sáenz de Urturi, excepto el primer año. Es en García Iglesias donde encontramos la versión más pesimista de tales actos. “La misión cuaresmal del 93 se hizo, cual ya era tradición y los Padres se temían, con mejor voluntad que fruto. Badajoz era una espina lacerante para el P. Tarín” . Y parece que tampoco fue un éxito la de 1894, a la que Sáenz de Urturi asistió personalmente en la catedral. “Por carta del P. Melián sabemos que “apenas llegó a removerse la superficie, comulgaron unas cuatrocientas personas, de las cuales no llegaron a veinte los hombres” . Ciertamente no eran esos los resultados a los que estaba acostumbrado el misionero jesuita. Sin embargo, Callahan, al recoger los testimonios que nos dejó el P. Tarín de sus peores recuerdos: Linares, Torredonjimeno, Loja, El Coronil, Las Cabezas de San Juan, no cita a Badajoz .
Fueron cortos los años que el obispo permaneció sin diócesis pues falleció el 13 de diciembre de 1903 en su tierra natal, las Vascongadas. Concretamente en el convento de Zarauz donde pasó sus últimos días viviendo como un “humilde fraile” y a donde había llegado, perdida para España su diócesis, “arruinado física y espiritualmente” .
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