Acontecimiento del Espíritu

En los últimos años unos y otros acuden a textos del Concilio para justificar posiciones opuestas. Admitiendo que caben distintas interpretaciones acentuando uno u otro matriz, los dogmatismos vengan de donde vengan siempre son excluyentes y a nada bueno conducen. Por eso debemos preguntarnos: ¿dónde y cómo podemos encontrar el espíritu del Concilio en el que todos podamos caminar juntos?

En los documentos conciliares, precisamente porque de algún modo, reflejan las dos tendencias -los que se preocupan de mantener el pasado, y los que ven la necesidad de abrirse a lo nuevo- hay frases y textos que, si los sacamos de su contexto, pueden ser manipulados según el gusto del consumidor. Pero lo más significativo es el Concilio como acontecimiento del Espíritu. Ese acontecimiento es más que los documentos conciliares. Lo podemos vislumbrar en los discursos de Juan XXIII y de Pablo VI que de algún modo abren el horizonte y el camino a seguir: que la Iglesia, tratando de plasmar en su semblante la conducta de Jesucristo, se abra con amor al mundo y discierna en sus características los signos del Espíritu; que la Iglesia sea pueblo de Dios donde todos sus miembros sean sujetos activos y responsables. Fuera de estas coordenadas no encontraremos “el espíritu del Concilio”.

Un espíritu que fue cundiendo cada vez más en los debates conciliares, y en las demandas que lanzaron muchas intervenciones que no están recogidas en los documentos aprobados. Si pasamos por alto lo que supuso la asamblea donde se reunieron 2500 obispos, llevando cada uno los anhelos de las iglesias particulares que manifestaron en las distintas comisiones o en el aula conciliar, dejamos de lado la fuente que nos permite conocer el espíritu del concilio: una Iglesia en ebullición que desea ser contemporánea de la humanidad para transmitir el evangelio, pero que se ve ahogada por mañas, estructuras y formas del pasado que le impiden el diálogo necesario y saludable con el mundo en continuo y alborotado proceso de cambio.
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