El espíritu del Concilio

El Vaticano II se inició con Juan XXIII. A su fallecimiento en 1963, continuó y fue clausurado por Pablo VI. Dos psicologías y dos talantes, pero en los dos sucesores de Pedro la misma preocupación: que la Iglesia se deje interpelar por el mundo y sea fiel y creíble testigo del evangelio.

Cuando Juan XXIII convocó el concilio, no tenía una idea fija sobre cómo debía proceder, pero sí tenía clara la urgencia pastoral: era necesario actualizar el mensaje. A diferencia de otros concilios que centraban su atención en combatir errores o reformular una verdad, aquí la intención era clara, pero el programa estaba sin diseñar. En su discurso inaugural el papa Juan manifestaba su orientación: ante un mundo nuevo, sobran los profetas de calamidades que sólo ven males en la el mundo actual, y necesitamos nueva mirada para descubrir en la realidad histórica los signos del Espíritu; dejemos a un lado condenas y ofrezcamos la medicina de la misericordia; manteniendo el patrimonio sagrado, consideremos las nuevas condiciones y formas introducidas en el mundo moderno.

Al morir Juan XXIII, el concilio aún no estaba encauzado, y se temía todo lo peor. Pero los cardenales eligieron como obispo de Roma y nuevo sucesor de Pedro, al cardenal Montini, que había trabajado muy de cerca con Pio XII y que ya en la primera sesión del concilio era una de las figuras más relevantes. Este hombre del mundo y hombre de la Iglesia hizo posible que el concilio aterrizara. Con el mismo espíritu de su predecesor, Pablo VI planteó con toda claridad el tema central: “Iglesia ¿qué dices de ti misma”. Y apuntó dos referencias: cuando la Iglesia quiere definirse, debe mirar a Jesucristo y debe mirar al mundo. Preocupado por mantener la fidelidad a la tradición tuvo intervenciones autoritarias puntuales. Pero en su perspectiva era ineludible la necesidad de abrirse al mundo moderno, escuchar sus justos anhelos y discernir desde el evangelio. En 1964 publicó una encíclica -“Ecclesiam suam"- donde señaló por donde debe ir el concilio: “la Iglesia se hace diálogo”.

Ver cómo la Iglesia puede ser contemporánea del mundo para transmitir de modo creíble la propuesta de Jesucristo. En esa preocupación, común a Juan XXIII y a Pablo VI podemos cifrar el espíritu del concilio que nos permitirá interpretar adecuadamente sus documentos.
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