Con el Dios del infierno mejor guardar distancias

luz

    1. Invitación a la oración.

    La primera lectura (Génesis - Abrahan) y el evangelio que acabamos de escuchar son una invitación a orar.

    Jesús oraba siempre. A lo largo de su vida, le podemos ver frecuentemente orando, confrontaba sus cosas, su vida, sus problemas y los ponía en manos de Dios Padre.

    Los discípulos no le piden que les enseñe un “catón” o una serie de oraciones para repetirlas miméticamente. Esas oraciones se las sabían de memoria desde niños.

    Los discípulos -la iglesia naciente- sienten la necesidad de aprender unas formas de oración que dieran solida identidad al grupo (la iglesia) que se estaba constituyendo. Le piden que les enseñe a orar como Él, del mismo modo que Juan enseñó a los suyos.

    Y Jesús le enseña a orar.

    A pesar de los maestros de espiritualidad y de los muchos métodos de oración, que van surgiendo hoy en día para orar, la oración es algo más sencillo: métete en tu habitación, cierra la puerta y ponte en brazos de Dios Padre. Guarda silencio y escucha a Dios Padre: Padre nuestro…

    Con gran respeto para otras religiones y formas de oración, nuestra oración es ponernos en brazos e Dios Padre.

    1. La oración supone niveles más bien altos de consciencia.

    En la vida desplegamos diversas actividades: trabajamos, pensamos, tenemos vida familiar, relación con los amigos, relación social, en otros momentos, leemos, también tenemos un sentido celebrativo, deportivo, etc.

    La oración supone un nivel de consciencia y lucidez más bien alto, sencillo, pero profundo. (La oración de Jesús no es sofisticada ni requiere grandes métodos). La oración  es un momento personal ante Dios y también en la asamblea eclesial.

    La oración supone un abrirse a la ultimidad de Dios. Orar es la actitud del ser humano que se abre a Dios y se pone en sus manos En la oración vemos y ponemos nuestra vida, nuestros criterios, nuestros caminos, nuestros problemas y nuestras esperanzas desde la luz de Dios.

    En las diversas circunstancias de la vida: en la enfermedad, en el sufrimiento, en los peligros de la vida, en el trabajo, en un nacimiento en la familia, ante  la muerte, etc. una persona creyente ora, es decir, ve esas realidades desde Dios y ante Dios.

    La oración es un acto de confianza en Dios Padre.

    La vida y la fe pueden ser oradas, que no significa organizar vísperas o una Misa en la catedral, (otra cosa es que hayamos de tener fórmulas comunes), sino que la vida y la fe,  las vivimos ante y desde Dios.

    • o Ante un nacimiento no es igual la visión que tiene el médico que ha ayudado a dar a luz, que la familia que agradece a Dios esa vida que se hace presente entre ellos.
    • o Ante la creación no es lo mismo la estupidez capitalista que te quiere vender un viaje turístico a unas islas maravillosas, que quien agradece a Dios la belleza y bondad de la naturaleza. Con el salmo 8, por ejemplo.
    • o Ante determinadas encrucijadas de la vida: es muy distinto confrontar la vida ante Dios o ante el dinero que me van a pagar por tal trabajo, o el éxito que me va a reportar la sumisión a tal partido o el servilismo eclesiástico.

    En la oración abrimos nuestra vida y la ponemos en manos de Dios.

    1. ¿Confrontar la vida ante qué tipo de Dios? Padre.

    Naturalmente que es muy distinto confrontar la vida ante un tipo de Dios u otro.

    Si he de presentarme ante un Dios del Derecho Canónico o ante el Dios del Santo Oficio o del juicio final de Miguel Ángel de la capilla Sixtina “es mejor morirse”. Ante un Dios -o una persona- judicial y justiciero uno no puede orar. Con un Dios que se parece a Hacienda o a la Inquisición, es mejor no hablar.

    En nuestra experiencia cotidiana esto lo vivimos continuamente. Hay personas que tienen siempre una actitud de prepotencia y juicio: en el orden familiar, laboral, en la vida normal, en el campo episcopal: sistemáticamente su actitud es de juicio, de culpabilización. (Una existencia en medio de culpabilidades y condenas no puede orar).

    La experiencia que Jesús tiene de Dios y lo que nos ha dicho es que Dios es Padre.

    Es muy distinto orar, charlar y confrontar la vida con un amigo, a tener que tener que rendir cuentas a un Dios justiciero de cierta moral o del derecho canónico, o del mundo episcopal.

    Uno puede charlar y pedirle consejo, dejarse iluminar por su Padre. Con el Dios y Padre de Jesús se puede tratar y charlar, orar. Con el Dios de ciertos entramados e instituciones católicas, no es posible orar.

    1. 04. Conclusión. No somos extraños para Dios.
    • o Tal vez, la lección más importante del evangelio de hoy acerca de la oración es que: no somos extraños para Dios, somos hijos de Dios, familia de Dios.
    • o Desde la visión católica: todos estamos imputados y culpabilizados ante Dios. Luego veremos quién se salva.
    • o Es todo lo contrario de Jesús: Dios es Padre. Con el Dios de Jesús, Padre, se puede tratar: es bueno hablar y tratar. Con el Dios de la moral, de muchos confesores católicos, con el Dios del juicio final y del infierno, mejor guardar distancias.

    Jesús nos dice: No eres un extraño para Dios: somos sus hijos. Dios es mi, nuestra- familia. Por eso, cuando os dirijáis a Dios decidle:

    Padre nuestro.

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