Mejor no hablar y así no pecamos

La expresión “mejor no hablar y así no pecamos” suele emplearse, normalmente con delicadeza y caridad, para cortar una conversación que corre el riesgo de terminar siendo una crítica a determinas personas o situaciones.


Esta razón para no hablar da que pensar. Efectivamente, hay que ser prudentes a la hora de juzgar. Pero hay casos en los que es necesario hablar, precisamente para no pecar. Hay pecados de omisión, hay silencios que son resultado de la cobardía. A veces uno no habla porque tiene miedo. El miedo paraliza. A veces uno no habla porque no quiere complicarse la vida, o peor aún, porque no quiere enfrentarse a los poderosos. Este silencio es comprensible, pero cuando puede interpretarse como una aprobación de la injusticia, entonces es pecado. El no hablar podría ser complicidad con la injusticia.


Eso vale a todos los niveles (políticos, religiosos, sociales) donde se encuentra un grupo más o menos numeroso y organizado. No es menos cierto que hay silencios más elocuentes que las palabras. Si no se habla es porque, se diga lo que se diga, nadie quedará contento. O porque el asunto del que se trata es complejo y deben resolverlo otros. En algunos casos es mejor “no meterse” a redentor, porque como se dice vulgarmente, se puede acabar crucificado.


Cierto, los relatos evangélicos ponen en boca de Jesús esta palabra: “no juzguéis” (Mt 7,1). Esto no significa perder el sentido de los valores, sino no transformar el amor en acusador. El juicio del que habla Jesús equivale a condenar. Y condenamos cuando solo vemos las cosas malas del prójimo, cuando somos incapaces de ver sus cosas buenas, cuando actuamos sin misericordia, cuando tenemos las decisiones tomadas antes de escuchar. Todas aquellas palabras que conducen a condenar al prójimo son “juicio”. En el fondo, las palabras de condena retratan al que las pronuncia: “Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas” (Mt 12,35).

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