Entrevista con el obispo de Puerto Maldonado Monseñor David Martínez de Aguirre: “El Sínodo nos va a dejar una puerta abierta para la audacia, para soñar sin miedo”

El Sínodo “puede repensar una Iglesia no tanto desde un centralismo romano sino desde la realidad de los pueblos”

"El Papa está muy empeñado en la sinodalidad, creo que al Papa Francisco se le va a estudiar mucho en la historia, porque están siendo muchos aspectos, muchos cambios"

La visita del Papa fue “una ilusión grande… poder decir al Papa, mira éstas son tus misiones, estos son tus pueblos, era tremendo”

“A veces se les da voz a los pueblos indígenas, pero en tanto en cuanto no salgan de su espacio, en tanto en cuanto sus opiniones no afecten a la vida del resto”

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La visita del Papa Francisco a Puerto Maldonado colocó en el mapa eclesial a esta ciudad de la Amazonía peruana y supuso para su obispo, Monseñor David Martínez de Aguirre Guinea, “una alegría tremenda”, claramente reflejada en su rostro en ese 19 de enero de 2018.

El Papa Francisco pudo descubrir las problemáticas de la Amazonía y de sus pueblos, una región que “se sigue considerando que es tierra de nadie, tierra a conquistar y colonizar, donde uno puede llegar, coger y nadie tiene por qué prohibírmelo”, afirma el obispo dominico, que es misionero en el Vicariato desde 2002. Entre los indígenas ha descubierto otra forma de entender la vida, que debería ser más tenida en cuenta en la sociedad occidental, gente que “sólo acumula relaciones humanas”.

Como miembro del Consejo Presinodal del Sínodo para la Amazonía, ve este momento como una oportunidad histórica, que puede sentar precedentes, un espacio que “nos va a dejar una puerta abierta para la audacia, para decir vamos a soñar, vamos a ver qué Iglesia queremos, tomar conciencia de que tenemos que despertar de este pequeño letargo que tenemos y soñar, soñar sin miedo”.

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¿Qué significó para el Vicariato de Puerto Maldonado la visita del Papa Francisco?

Imagínate, tantos años viviendo aquí, en estos rincones de la Amazonía, a veces sintiéndote sólo, o gritando en un desierto donde no logras que te escuchen, al menos quien crees que tiene que escuchar, acompañando a estas comunidades. De repente, el sentir que se va a visibilizar toda una lucha, un trabajo, unas dificultades con las que nos encontramos todos los días.

Para mí era una alegría tremenda, el poder mostrarle al Papa la ilusión que uno tiene, los pueblos indígenas y la realidad con la que vivimos. Cuando uno tiene algo con lo que disfruta mucho y lo puede enseñar, por ejemplo, cuando ha venido mi hermano, llevarle a que conociera, es una ilusión grande. Eso hacerlo al Papa, poder decir al Papa, mira éstas son tus misiones, estos son tus pueblos, era tremendo. Eso un poquito a nivel personal.

Para el Vicariato ha sido un revulsivo, un incentivo, porque el Vicariato en estos momentos está pasando por situaciones difíciles. Están los inicios del Vicariato, que fueron muy duros, muy complicados, con una situación similar a la de ahora, era la época del caucho, donde había un montón de gente que venía aquí a explotar, se aprovechaban de los pueblos indígenas para esa explotación, no eran tenidos en cuenta. Al final, era un esquema similar al de ahora, con algunos cambios, pero un esquema muy similar.

Eran unos inicios muy difíciles, porque vino Monseñor Zubieta con otros dos, en un territorio de ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados eran tres personas, lo que es una locura. De ahí se empezó a organizar, empezaron a venir sistemáticamente misioneros dominicos, enviados desde la provincia de España, y las misioneras dominicas, cambio sustancialmente. Imagínense este Vicariato en los años ochenta, que fue el momento culmen, podríamos calcular que habría entre 70 y 80 misioneros dominicos y un grupo importante de dominicas, por lo menos unas 50, otros 150 misioneros seglares, distribuidos en las misiones. Era todo un ejército tremendo, con proyectos de salud, con proyectos educativos, toda una aurea evangelizadora tremenda.

Ahora estamos en una situación en la que de aquellos 70 u 80 misioneros quedan 8 o 9, de aquellas misioneras quedan otras tantas, hay nuevas generaciones de misioneros y misioneras dominicas con una visión totalmente diferente, una relación diferentes con los pueblos amazónicos, que son otros también, son otras realidades, con muchas menos fuerzas, aquel movimiento laical se fue también desactivando. Estamos con muchas menos fuerzas, con una realidad muy fuerte, y eso genera cierto desánimo en los misioneros.

La visita del Papa ha sido un ánimo, porque ha habido también situaciones fuertes, como la carretera interoceánica en Madre de Dios o la industrialización de la zona del Urubamba por el petróleo y el gas. Eso ha supuesto unos cambios sociales muy fuertes que han afectado de lleno a las comunidades y a la vida pastoral del Vicariato, se nos ha desarticulado. Ésta debilidad de misioneros y misioneras, ésta desarticulación del trabajo que nos había hecho entrar, aunque la gente seguía muy activa, muy ilusionada, pero colectivamente había una cierta tristeza de ver cómo se van apagando las cosas.

De repente, la visita del Papa Francisco ha sido un incentivo, una ilusión, sobre todo ver cómo han respondido los pueblos indígenas a todo esto, cómo ha respondido la población, porque han captado perfectamente la oportunidad de ser visibilizados en sus problemas, en sus luchas, de poder llegar a través del Papa al mundo entero.

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El Papa Francisco, en su discurso a los pueblos indígenas en Puerto Maldonado, dijo que nunca los pueblos originarios estuvieron en una situación tan difícil como ahora. ¿Cuáles son las problemáticas que sufren los pueblos indígenas en la región del Vicariato de Puerto Maldonado?

Una es el paradigma que el Papa Francisco ha dicho con mucha fuerza, hay que romper el paradigma que concibe la Amazonía como una despensa de la que uno saca, de la que los estados sacan para los momentos de crisis, sin importarse con los que viven ahí y lo que ocurre con el medio ambiente. Es una despensa de la que uno saca madera, caucho, oro, gas, petróleo, agua, saca lo que sea y saca lucro de ciertos discursos que se manejan. La Amazonía como un lugar donde uno puede lucrarse, y ese paradigma el Papa dice que hay que romperlo.

Quizás es lo más fuerte a lo que hay que vencer, se sigue considerando que es tierra de nadie, tierra a conquistar y colonizar, donde uno puede llegar, coger y nadie tiene por qué prohibírmelo. Por otro lado, nuestro mundo occidental es incapaz de comprender que hay otras formas de vida, diferentes a las de la ciudad, a las de su mundo. No se logra entender que estas sociedades indígenas son sociedades del bosque, sociedades que viven en el bosque y necesitan el bosque para vivir y que cuando nos cargamos el bosque, nos cargamos a las personas que ahí viven. Pensamos que estos pueblos indígenas van a poder vivir en la cultura del cemento, y no es así.

Son sociedades que en su cosmovisión, en sus estructuras, en su espiritualidad están interrelacionados y son uno con el bosque, y si matamos el bosque les matamos a ellos. Este es un punto importante, es otra amenaza fuerte, porque llega el andino, o el discurso de Alan García hace unos años, que decía que es el perro del hortelano, que ni come, ni deja comer, porqué los pueblos indígenas con tantas extensiones de bosque, para un grupo de mil indígenas, que son en esa comunidad. La concepción en la ciudad es que una familia tiene 250 metros cuadrados para vivir y luego tiene otra parcela de mil metros cuadrados para cultivar, y ese esquema se intenta trasladar a la Amazonía, y es incapaz de darse cuenta que la vida de las comunidades nativas depende del bosque como está, por las interacciones que se generan, por la cadena genética que por ahí corre.

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Cuando se quiere dejar una parcelita de bosque aislada para una comunidad indígena, eso rompe todo el sistema. Como el bosque no está talado, está de pie, en su estado natural, nos parece que nadie lo está usando, nos parece inconcebible pensar que hay unos pueblos que están viviendo de ese bosque tal cual está, que están interactuando y que de ese bosque se sirven, que forman parte de ese mundo natural. Eso me parece que es uno de los principios fuertes.

A nadie le sorprendería que el Perú reaccionase si viene un grupo a malograr el sistema de funcionamiento en Lima, los carros, los mercados, o empieza a destruir casas, o a contaminar las fuentes de donde bebe Lima. Nos parecería normal que fuese prioridad nacional el emprender una batalla de defensa contra eso, hasta con el ejército, porque cómo van a afectar la vida de Lima. Nos cuesta comprender que lo mismo ocurre en nuestros bosques, que hay poblaciones que se ven tremendamente afectadas cuando se intervienen en estas realidades.

Otro reto importante es que el mundo entienda que estos pueblos tienen una propuesta de vida. Tenemos que reconocer y aceptar lo que el Papa Francisco está denunciando, que nuestro sistema se cae, no funciona, es un sistema que revienta el Planeta y que deja descartada a la mayor parte de la humanidad. Esto no funciona, esto no puede ser, hay posibilidades de ensayar otros mundos posibles, no estamos en la única alternativa de vida, no estamos abocados a un fatum de desgracia y de destrucción. Yo creo que el Espíritu Santo nos está haciendo abrir un poquito las entendederas para descubrir que hay otras realidades, hay algo que escuchar en nuestro mundo, tenemos una riqueza cultural que nos puede ayudar al mundo a pensar otras formas de vida sostenibles y más felices, que nos hagan realizarnos más como personas.

El gran reto de los pueblos indígenas, a mí me parece que es, ser aceptados en la mesa de negociación del mundo, en la mesa de diálogo sobre el Planeta. Qué humanidad queremos, qué mundo queremos, pero no aceptar a los pueblos indígenas para que opinen cómo tienen que vivir ellos, sino como tenemos que vivir todos. A veces se les da voz a los pueblos indígenas, pero en tanto en cuanto no salgan de su espacio, en tanto en cuanto sus opiniones no afecten a la vida del resto. Ellos que opinen para su grupo, pero no opinar ellos en algo que nos pueda afectar al resto del Planeta.

Me parece que ese es uno de los grandes retos, y no voy a hacer aquí una defensa a ultranza de las culturas indígenas, como un estado paradisiaco, como la bondad absoluta. Yo he vivido en las comunidades nativas, estoy viviendo con ellos en el día a día, todos somos de carne y hueso. También estas culturas tienen cosas que recibir de occidente, hay valores, y ellos lo reconocen y los buscan, y entran en diálogo con ellos y los aceptan. Lo que hace falta es que nosotros reconozcamos que estas culturas tienen mucho que enseñar a occidente, el diálogo intercultural.

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Después de más de diez años viviendo con las comunidades indígenas, ¿qué es lo que aprendió, qué es lo que ellos pueden enseñar a occidente?

Me lo he preguntado muchas veces. Hay una expresión que no es mía, que se la escuché al biólogo Pepe Álvarez, él decía que los indígenas lo único que acumulan es relaciones humanas, esa es mi experiencia. El amazónico no es avaro, no necesita acumular cosas, dinero, necesita acumular vida, relaciones humanas, experiencia, contactos, amistades. Yo hablo del mundo del pueblo matsiguenka, que es con el que yo me he relacionado, asháninca y kakinte, y mi experiencia, también lo voy intuyendo aquí en los harakbut, en otros pueblos, mi experiencia es que ellos buscan las relaciones y nunca cierran puertas. Puede haber una distensión, puede haber una dificultad, pero no se cierra la puerta, siempre hay que dejar la puerta abierta al diálogo, a la comprensión.

Todo esto tiene una traducción en la vida, no necesita el indígena destruir el bosque, la naturaleza, dialoga con ella, interactúa con ella, está ahí metido, forma parte de la propia naturaleza, de la propia vida. Tienen valores importantes, como es el valor de la familia, el disfrute de la vida y de la familia, de los suyos. Yo lo he visto y he disfrutado con ellos. Cuando salíamos al río, que era el momento en el que me permitía estar y meterme en la vida con ellos, han sido los momentos más bonitos, más importantes. Ahí te metes en su dinámica y te sientes también indefenso, dependiente de ellos, y ahí aprendes como ellos interactúan con el medio y entre sí.

Ellos, en ese acumular relaciones y en ese interactuar con el otro, están abiertos al aprendizaje, y esa es su grandeza. Ante nuestra cultura ellos se posicionan abiertos, receptivos, no son tontos, son bien audaces, bien hábiles, y saben captar al otro, tienen un escáner incorporado que leen perfectamente al otro, cómo se relaciona con ellos y quién es. Captan lo que les interesa y lo que no les interesa también lo captan y lo dejan de lado. Están abiertos al diálogo intercultural, es otra de las cosas que a mí me llama de ellos. Me parece que es una riqueza la de estos pueblos.

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El Papa Francisco usa el concepto de sobriedad feliz. ¿Podemos decir que está inspirado, no sé si intencionalmente o no, en esta forma de vida de los pueblos indígenas?

Al menos lo define bien la sobriedad feliz. Yo no sé si está inspirado en la vida de los pueblos indígenas, pero lo que yo veo es que sí que puede definirlo. Yo sólo he visto en una comunidad, por una serie de factores, por el aislamiento en el que vivían entre ellos, y a veces afectado desde fuera, desde nuestras luchas religiosas y nuestras psicopatías, sólo en una comunidad he visto dificultades. Pero el resto, he visto comunidades que hacían el fuego con dos palitos, y no he visto pobres. He visto gente con dificultades, desnutrición, pero no he visto miseria. He visto gente rica, y ellos se consideraban a sí mismos ricos.

Eso sí, con dificultades, por supuesto, para la salud, a veces veías en las comunidades niños con el pelo blanquito, y eso significa desnutrición. No porque falten alimentos, hablo de lugares apartados, de cabeceras de los ríos, por la parasitosis tan grande que hay, que afecta a niños y adultos. Si he visto ese tipo de situaciones, pero he visto una vida feliz, con todas las dificultades que hay.

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La Iglesia universal y especialmente la Iglesia de la Amazonía, está viviendo el proceso del Sínodo, que en verdad fue iniciado en Puerto Maldonado, donde el Papa dijo que ese día comenzaba el Sínodo para la Amazonía y donde hubo las primeras reuniones. Usted también forma parte del consejo presinodal, ¿cuál es la reacción, la expectativa que le despierta el Sínodo para la Amazonía?

En esto de los documentos no tengo mucha esperanza, ayudan mucho, anda que no nos ha ayudado la Laudato Sí y la Evangelii Gaudium, pero sí me gusta mucho cuando el Papa habla de procesos. Esto que está despertando, esto son procesos que son como prender una chispa que sabes que va a provocar un incendio, no sabes muy bien para donde va a ir, pero sabes que se va a prender. Yo creo que se ha prendido, el Sínodo con Laudato Sí, la Evangelii Gaudium, que el Papa lo dice, este es un texto programático en la Iglesia, me gustaría que fuese. Yo no desconecto la Laudato Sí de la Evangelii Gaudium, y el Sínodo me parece un todo.

Esto ha despertado un proceso en el interior de las iglesias, un proceso lento, porque puede haber un grupo que estamos más implicados, que estamos bien ilusionados. Hace poco estuve en un colegio y les decía, ¿han escuchado hablar del Sínodo de la Amazonía?, y me decían que no. Ahí nuestro reto va a ser el intentar hacer llegar a tanta gente lo que este proceso está despertando. Que sí está en algunos sitios en las bases, dependiendo de lugares y de parroquias, más o menos activas, sí está a nivel de presbíteros, de religiosas, religiosos, de agentes de pastoral más cualificados, sí está.

Va a despertar el proceso de decir tenemos que abrir nuevos caminos, lo que nos va a hacer es dejar una puerta abierta para la audacia, para decir vamos a soñar, vamos a ver qué Iglesia queremos, tomar conciencia de que tenemos que despertar de este pequeño letargo que tenemos y soñar, soñar sin miedo, ser audaces, y tenemos una oportunidad en que la Iglesia universal nos está diciendo queremos dejarnos tocar. Sueñen ustedes y vamos a ver si nos dejan contagiarnos a nosotros de su sueño. Para mí es el proceso que se va a abrir, dicen que de Roma viene lo que a Roma va. Creo que lo que seamos capaces de pensar y de mandar a Roma, volverá, y luego lo que nosotros nos dejemos tocar el corazón, volverá otra vez a Roma. Desde las bases es desde donde vamos a hacer los procesos, no creo tanto en los procesos de arriba, aunque es importante que haya un apoyo y un incentivo, pero creo que se hace más desde abajo, desde las bases se construye más hacia arriba.

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De hecho, el Papa Francisco siempre insiste mucho en esos procesos de abajo, y este Sínodo para la Amazonía es un claro ejemplo de eso, sobre todo a partir del proceso de escucha que se ha dado. ¿Podríamos decir que eso puede instaurar una nueva forma de ser Iglesia, una Iglesia que escucha, que está atenta a la realidad, que intenta evangelizar a partir de realidades concretas, que inclusive en la Pan Amazonía son tan diferentes en el ámbito social, eclesial e incluso ambiental?

Creo que quizá esa es la fuerza. Cuando hemos estado en un foro en el Vaticano, el Cardenal Hummes decía que estamos en un momento histórico y que este Sínodo Pan Amazónico puede sentar precedentes para la Iglesia. De aquí se puede repensar una Iglesia no tanto desde un centralismo romano sino desde la realidad de los pueblos. Es un Sínodo para una región, es una Iglesia encarnada, y yo no sé si ha habido sínodos para una región, así en la historia de la Iglesia. La Iglesia está reconociendo que esta región tiene una forma de mirarse a sí misma, de entenderse, y unas consecuencias. Se está entendiendo que algo pasa, y el pensar esto para la Amazonía es despertar la liebre para otras regiones de la Iglesia también.

Aquí en América, lo que significó el CELAM después del Concilio Vaticano II, toda la Iglesia latinoamericana con toda la fuerza. Eso fue fuerte después del Concilio Vaticano II, todo el pensamiento latinoamericano y la influencia que ha tenido para el resto de la Iglesia universal. Ahora viene a ser como un segundo proceso, desde la Amazonía, y que se puede replicar en otros lugares. El Papa está muy empeñado en la sinodalidad, creo que al Papa Francisco se le va a estudiar mucho en la historia, porque están siendo muchos aspectos, muchos cambios, como que estaban ahí retenidos y de repente están viniendo todos. Dices, Dios mío, ¿pero también está trabajando esto? Son un montón de aspectos simultáneos que se están trabajando a la vez en este pontificado del Papa Francisco. El tema de la sinodalidad es uno de los puntos clave y sí me parece que pueda acabar siendo un referente para otros momentos en el futuro de la Iglesia.

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Antes hablaba de que hubo un tiempo en que aquí había un gran número de misioneros y misioneras, hoy los números son mucho menores, también hablaba de audacia. Centrándonos en el Vicarito de Puerto Maldonado, ¿cómo podrían concretarse, de aquí a cinco, diez, quince años, que en principio va a continuar siendo obispo de aquí, esos nuevos caminos para la Iglesia?

El sueño es sencillo, comunidades cristianas en torno a Jesús, comunidades de vida que están atentas a la realidad y que intentan dar una respuesta y hacer un análisis de la realidad a partir del Evangelio, intentan vivir el Evangelio y ser fermento en la sociedad, constructores del Reino, pequeñas comunidades dispersas, organizadas entre sí y vivas, con unas celebraciones, una liturgia que les llene de vida. Una población indígena, quien quiera, habrá quienes continúen con su espiritualidad del bosque y no encuentren en el cristianismo algo que les enriquezca, como habrá pueblos indígenas que sí encontraran en el cristianismo aquello que les fortalece y les dinamiza en su cultura, en el sentido de lanzarlos a algo más grande, de potenciarlos.

Una Iglesia indígena amazónica, no paralela, pero sí comunidades indígenas que asumen que son parte de la Iglesia, que ellos son Iglesia y que aportan a la Iglesia. Que dejan de ver a la Iglesia como una entidad amigable de fuera, sino que ellos se sienten empoderados y propietarios de alguna manera de la Iglesia, se sienten Iglesia. Eso es a lo que me gustaría llegar, a esas comunidades, ribereñas, urbanas, indígenas, que se sienten Iglesia. Leen su realidad, su cultura, su cosmovisión y la animan a la luz del Evangelio. Que entran en diálogo con otras espiritualidades presentes y con ellas construyen el Reino de Dios, que en cada comunidad cristiana tenga su pastor o su pastora, tenga su ministro o ministra que la anime en la fe, que no sea necesario el misionero o la misionera. Siempre lo va a haber, porque ese compartir es rico, pero que cada comunidad tenga su propia estructura, que esté organizada sin tener dependencias de otros.

Una Iglesia autónoma, que es capaz, desde su pobreza, de auto sostenerse, sin tener que estar soñando, mendigando ayudas de otras Iglesias, no sin una solidaridad de hermanos, de ayudarnos unos a otros en nuestras necesidades, como está en el Evangelio. Ese es un poquito el sueño, que me parece sencillo, creo que no son objetivos muy grandilocuentes, son sencillos, complicados de llegar, pero son un poquito los pasos que queremos ir dando. Una Iglesia sencillita, en contacto con este medio, una Iglesia que disfruta, que se siente empoderada en sí misma y hermana de otras espiritualidades y de todos los pueblos que construyen el Reino de Dios.

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La ecología integral, la defensa de los pueblos, está creando cierto malestar en algunos gobiernos, especialmente en Brasil, donde ya lo han expresado claramente, diciendo que incomoda el Sínodo. ¿Podríamos decir que la Iglesia latinoamericana todavía tiene una fuerza profética que ha perdido en otros lugares?

Creo que sí, que la Iglesia sigue teniendo una fuerza profética, una palabra. De hecho en Brasil se la considera una amenaza. En Estados Unidos también el actual presidente consideraba el discurso y opiniones del Papa como amenazantes a sus proyectos. De alguna manera se sigue manteniendo la dimensión profética. Es la realidad y el contacto, en América Latina todavía hay bastantes sectores de la Iglesia que son pueblo, o el pueblo todavía es Iglesia. Eso hace siempre que se sea profético. En otras latitudes veo con pena que eclesiásticos dicen, es que la gente está tan alejada de la Iglesia, sin darnos cuenta que es la Iglesia la que se ha alejado del mundo.

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¿Cómo el Sínodo para la Amazonía puede influir en otras realidades eclesiales, como en la Iglesia europea, que poco a poco ha ido perdiendo fuerza?

El Sínodo esperemos que nos sirva un poquito para tomar conciencia a partir de la realidad de los más pobres, de los más desfavorecidos, y del Planeta también, como una realidad que afecta a los más desfavorecidos. Sí que hay iglesias que están dejándose cuestionar, cómo pueden participar en este Sínodo, cómo pueden abrir una mirada a la Amazonía. No me extrañaría nada, no lo he pedido comprobar, que muchas iglesias, en muchos sectores más atentos a la realidad en el Iglesia europea, que estén empezando a despertar a la realidad de lo que supone la Amazonía, como un órgano vital para nuestro planeta. Es probable que en muchas parroquias se estén dando charlas de formación, sobre lo que significa la Amazonía, la vida de los pueblos, y eso quieras que no, esperemos que acabe sensibilizando y que ablande los corazones.

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