Agustín, el buscador incansable de la verdad

Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena Verdad.
Más tarde se traslada a Milán donde es profesor de retórica. Después renuncia a su cátedra, empieza a escuchar con gusto los sermones de San Ambrosio, lee las cartas de San Pablo, se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo y se retira con su madre, que siempre le siguió, y unos compañeros cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación.
Así se expresa al pensar en estos momentos de su vida: “Invitado por mis lecturas a retornar sobre mi mismo, entré en el fondo de mi corazón, guiado por ti. Entré, y vi una luz inmutable, una luz que lo llenaba todo con su inmensidad”. Era la luz que tantos años había buscado, era la luz de la Verdad.
El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo de esta ciudad. Ya bautizado, regresa a África. Antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia. Una vez en África se instala en Tagaste donde con algunos compañeros vive una vida monacal hasta que en 395 le nombran obispo de Hipona y en esta ciudad morirá el 28 de agosto de 430.
Entre sus innumerables escritos tenemos las “Confesiones” en el que encontramos su famosa frase: “Dios nos hizo para Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descansa en Él”.Texto: Hna. María Nuria Gaza.