Contemplar la creación

La alabanza es un grito que surge espontáneo del corazón de todos los que aman al Señor con corazón sincero. Primero este salmo alaba a Dios, Señor de cielo y tierra: “Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto” (V. 1) y como se siente pobre, invita a los ángeles y todos los que se encuentran junto a Dios a alabar su grandeza (Cfr. V. 2).
Invita a alabar a los astros del cielo. Nada es comparable a la belleza de una salida o puesta de sol. Este astro majestuoso resplandeciente, que al amanecer se levanta radiante y se acuesta al atardecer con su tenue luz. ¡Qué maravilla! Pero más maravilloso será contemplar al Creador. La luna, las estrellas lucientes con su silencio aclaman a su Hacedor (Cfr. V. 4 y 5).
El autor pasa luego a invitar a los seres vivientes que pueblan la tierra a entonar un himno al Señor de cielo y tierra que les dio una ley que obedecen puntualmente.
Finalmente invita al hombre, rey de la creación, a unirse al coro que entona un cántico de alabanza. Nadie queda excluido en este coro, ni los viejos, ni los niños, ni los jóvenes, ni los príncipes. Todos por igual son hijos de Dios, por consiguiente todos están llamados a loar el único nombre sublime (Cfr. V. 11- 13). Texto: Hna. María Nuria Gaza.