Los apóstoles después del Viernes Santo, se encerraron por miedo. Sí, miedo de que a ellos, discípulos de Jesús, les ocurriera como al Maestro. Así que decidieron quedar encerrados con las puertas bien cerradas. ¿Cuáles debieron ser sus conversaciones durante su encierro? Seguro que lamentarse del fin trágico de Jesús. Tiempo de angustia, desconcierto, tristeza. ¿Quién sabe si no se reprochaban su cobardía, de no haber sido capaces de defender a aquel que habían seguido con entusiasmo? ¿Estaría Juan con ellos o éste estaba en su casa con María la madre de Jesús que a él se la había confiado su hijo antes de expirar?
En todo caso al atardecer del día, el primero de la semana, se encontraban todos juntos excepto Tomás. Se les apareció Jesús y les dijo: “Paz a vosotros”. Nada mejor podía decir a aquellos hombres acobardados. Lo primero que necesitaban era serenarse y por esta razón el Maestro tuvo que repetirles: “Paz a vosotros”. Ya serenados, sus corazones se llenaron de alegría. Y es que no hay cosa que paralice más que el miedo. Por esta razón en la Escritura cuando Dios habla dice con frecuencia a sus interlocutores: “No tengáis miedo”.
Luego con los corazones pacificados Jesús exhaló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos”. Encontramos aquí el poder de perdonar los pecados conferido a los apóstoles y después de ellos a todos sus sucesores. Así si que podemos repetir la frase que canta el pregón Pascual: “Oh feliz culpa que nos ha merecido un tal Redentor”. Es por la muerte y resurrección de Jesús que se nos perdonan los pecados en el sacramento de la reconciliación.
Como Tomás no estaba allí en este momento, cuando le dijeron que habían visto al Señor, no los quiso creer. ¿Sería que el miedo les había hecho ver visiones?
Pero no, al cabo de ocho días Jesús se presenta de nuevo estando las puertas cerradas, y Tomás junto a los otros apóstoles y les dice: “La paz con vosotros”. Misericordia de Jesús que no quiere que Tomás se quede con la duda y gracia para nosotros que recibimos la bienaventuranza: “Dichosos los que creen sin haber visto” (Cfr. Jn 20, 19 -31). Texto: Hna. María Nuria Gaza.