Hablar de la María, la Virgen María, parece repetitivo, pero no lo es. Se pueden decir tantas cosas de Ella que la lista nunca se acaba.
Ahí estuvo para decir “Sí” a lo que Dios le pedía, aceptando el mensaje del ángel. Cuidó con ternura a su hijo pequeño, discreta, siempre y en todo momento. Le siguió cuando dio a conocer el mensaje del Padre, en los milagros y en las fiestas, como en Caná, dolorosa y con dignidad le acompañó en su Pasión,
gozó con su Resurrección, vivió con los discípulos Pentecostés y podríamos continuar resiguiendo su vida, porque Ella, la Virgen Madre, ahí estuvo y aquí está, cerca, muy cerquita de nosotros.
Nos acompaña, nos cuida, nos protege, siempre discreta, pero activa, nos escucha.Por eso, en cualquier circunstancia de nuestra vida, con confianza,
siguiendo a San Bernardo, podemos decir: “Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén”.
Texto: Hna. María Josefa Cases.