Cuando pases por delante de una cárcel derrama la bendición sobre sus habitantes, sobre su inocencia y su libertad, sobre su bondad, sobre su perdón incondicional. Porque
sólo se puede ser prisionero de la imagen que uno tiene de sí mismo, y un hombre libre puede andar sin cadenas en el patio de una prisión, lo mismo que los ciudadanos de un país libre pueden ser reclusos cuando el miedo se acurruca en su pensamiento.
Imposible bendecir y juzgar al mismo tiempo. Mantengamos en nosotras ese deseo de bendecir como una incesante resonancia interior y como una plegaria silenciosa, porque de este modo engendraremos la paz donde quiera que vivamos y con quien quiera que nos relacionemos.
Texto: Hna. María Aguadé.