Ser felices

Después de hacer y hacer muchas cosas, de llenarte de todo lo que en un momento te gusta o convence, después de luchar contra toda tempestad… después de todo esto, se llega uno a plantear dónde está la alegría en la propia vida. A veces se da mucha importancia a cosas que para nosotros son de gran valía o estima, pero lo que es verdaderamente grande… es la persona misma. Somos nosotros los que tenemos que cuidarnos y mimarnos, hemos de poder llegar a decir que: ¡somos felices!.

Llegar a este punto es experimentar el gran gozo de Dios en nuestra vida; es la vida misma y por tanto la entrega generosa y sin condiciones. Sólo así podremos ser felices, es decir, si damos todo lo que somos y si buscamos hasta el final, hasta lo más hondo y prescindiendo de los condicionamientos llegaremos a la Verdad que buscamos.

San Agustín decía: “… porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti”. Nuestra vida es un continuo caminar, una búsqueda incesante de la plenitud. Tal vez no seamos capaces de ver más allá de los grandes acontecimientos, pero si vamos con cautela descubriremos en lo pequeño de nuestra vida la felicidad que sólo Dios puede dar. La escucha al que lo necesita, el apoyo al desconsolado, la sonrisa al triste, el acompañamiento… en definitiva. Las bienaventuranzas del Reino se cumplen cada día en nosotros cuando somos capaces de dar, dar de nuestro ser; así nuestro corazón podrá encontrar esa alegría procedente de “Aquel que nos amó primero” y que sólo Él puede dar. Texto: Hna. Conchi García.
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