La llama del Espíritu

Pero los apóstoles necesitaban todavía más la fuerza del Espíritu para salir de su rincón y atreverse a predicar la Buena Nueva del Resucitado. Por ello cincuenta días después, estando reunidos en oración, les llega un viento impetuoso y se posa encima de cada uno como una llama de fuego, ésta es símbolo del Espíritu Santo que los empuja a salir a predicar con valentía. Se acabaron los temeros y los miedos a los judíos. El Espíritu de Jesús inflama sus corazones.
Cierto que la llama es frágil y peligra de apagarse, pero cuando sucede esto viene Jesús a reanimarla y si se apaga Jesús puede volverla a encender. Por este motivo conviene orar con insistencia al Espíritu Santo que venga, que permanezca en nosotros, que nos aliente en nuestros desánimos, que nos ilumine en nuestras dudas, que nos fortalezca en nuestras debilidades.
Como reza la secuencia del día de Pentecostés: “Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía el que tuerce el sendero. Salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno”.Texto: Hna. María Nuria Gaza.