¿Una madre puede olvidarse del fruto de sus entrañas?
"¿Una madre puede olvidarse del fruto de sus entrañas?" En ocasiones me repito esta cita del capítulo 49 de Isaías cuando pienso que la situación de Irak no mejora en absoluto. La gente tiene que luchar para sobrevivir en medio del horror y esto un día y otro día, un mes y otro mes, un año y otro.
Una hermana desde Irak me contaba hace pocos días: “Hoy peor que ayer, es horrible. La realidad es más dura que lo que comentan los medios de comunicación”. Y entonces yo me digo: “¿Señor es que una madre puede olvidarse del fruto de sus entrañas?”.
Sé que es el misterio de dolor y muerte; sé, por que tú lo has dicho que hay que tomar tu cruz y seguirte, sé que tú das la fuerza para seguir el camino hacia el calvario, pero es que este camino es ya demasiado largo. Tanta gente muere, tanta gente sufre, tanto esperar sin ver un rayo de luz, ¿no se apagará la esperanza de este pueblo? Muchos iraquíes cristianos o musulmanes se preguntan: ¿Qué pecado tan grande habremos cometido para estar en esta inacabable situación? Como el profeta Jeremías (14,17-21), pueden repetir: “Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; tanto el sacerdote como el profeta vagan sin sentido por el país”.
Es cierto Señor, y con todo tú das a las hermanas el coraje para continuar luchando, no bajan la guardia porque las necesidades son apremiantes, no tienen tiempo de pensar en ellas, no pueden abandonar las personas que acuden a ellas especialmente en el hospital San Rafael de Bagdad, donde la gente llega de día y noche; las pequeñas huérfanas de la “Casa de Familia”; consolar a tanta gente que llora sus muertos; los niños que acuden a los parvularios de Bagdad y Basora donde ellas intentan por todos los medios que vivan una vida “normal” en medio de tanto llanto.
Existe además otro problema, ¿de dónde sacar los medicamentos para curar en el hospital?, porque éstos se terminan, el mercado negro funciona pero hay la duda de que sean adulterados además de los precios son exorbitantes. Hacerlos llegar del exterior hasta allí es una odisea. Estamos intentando hacer una nueva expedición con los riesgos que implica. Hay que arriesgar y buscar quien nos ayude para adquirirlos y para hacerlos llegar a su destino.
La vida es muy cara y cada día hay que alimentar a las pequeñas del orfanato que están en edad de crecimiento. Había una señora de Barcelona que me entregaba dinero para estas niñas pudieran tener fruta en su dieta diaria,¡hace un mes que murió!
El cántico de Jeremías que he citado continua unas líneas más adelante: “Se espera la paz y, no hay bienestar, al tiempo de la cura sucede la turbación”. Pero termina con unas palabras de suplica confiada: “No nos rechaces por tu nombre”. Sí, Dios de bondad, tú no te olvidas de los hijos de tus entrañas, por el profeta dices “que aunque una madre se olvidara del fruto de sus entrañas, yo no te olvidaré. Mira te tengo gravada en la palma de la mano”. Continua dando fuerzas a mis hermanas de Irak, continua sosteniendo su esperanza y que llegue pronto la paz. Esta paz tan deseada y tantas veces malograda por el hombre.
Príncipe de la Paz, concede la paz a los pueblos que andan en tinieblas y convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne capaces de latir al ritmo de tu corazón.
Una hermana desde Irak me contaba hace pocos días: “Hoy peor que ayer, es horrible. La realidad es más dura que lo que comentan los medios de comunicación”. Y entonces yo me digo: “¿Señor es que una madre puede olvidarse del fruto de sus entrañas?”.
Sé que es el misterio de dolor y muerte; sé, por que tú lo has dicho que hay que tomar tu cruz y seguirte, sé que tú das la fuerza para seguir el camino hacia el calvario, pero es que este camino es ya demasiado largo. Tanta gente muere, tanta gente sufre, tanto esperar sin ver un rayo de luz, ¿no se apagará la esperanza de este pueblo? Muchos iraquíes cristianos o musulmanes se preguntan: ¿Qué pecado tan grande habremos cometido para estar en esta inacabable situación? Como el profeta Jeremías (14,17-21), pueden repetir: “Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; tanto el sacerdote como el profeta vagan sin sentido por el país”.
Es cierto Señor, y con todo tú das a las hermanas el coraje para continuar luchando, no bajan la guardia porque las necesidades son apremiantes, no tienen tiempo de pensar en ellas, no pueden abandonar las personas que acuden a ellas especialmente en el hospital San Rafael de Bagdad, donde la gente llega de día y noche; las pequeñas huérfanas de la “Casa de Familia”; consolar a tanta gente que llora sus muertos; los niños que acuden a los parvularios de Bagdad y Basora donde ellas intentan por todos los medios que vivan una vida “normal” en medio de tanto llanto.
Existe además otro problema, ¿de dónde sacar los medicamentos para curar en el hospital?, porque éstos se terminan, el mercado negro funciona pero hay la duda de que sean adulterados además de los precios son exorbitantes. Hacerlos llegar del exterior hasta allí es una odisea. Estamos intentando hacer una nueva expedición con los riesgos que implica. Hay que arriesgar y buscar quien nos ayude para adquirirlos y para hacerlos llegar a su destino.
La vida es muy cara y cada día hay que alimentar a las pequeñas del orfanato que están en edad de crecimiento. Había una señora de Barcelona que me entregaba dinero para estas niñas pudieran tener fruta en su dieta diaria,¡hace un mes que murió!
El cántico de Jeremías que he citado continua unas líneas más adelante: “Se espera la paz y, no hay bienestar, al tiempo de la cura sucede la turbación”. Pero termina con unas palabras de suplica confiada: “No nos rechaces por tu nombre”. Sí, Dios de bondad, tú no te olvidas de los hijos de tus entrañas, por el profeta dices “que aunque una madre se olvidara del fruto de sus entrañas, yo no te olvidaré. Mira te tengo gravada en la palma de la mano”. Continua dando fuerzas a mis hermanas de Irak, continua sosteniendo su esperanza y que llegue pronto la paz. Esta paz tan deseada y tantas veces malograda por el hombre.
Príncipe de la Paz, concede la paz a los pueblos que andan en tinieblas y convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne capaces de latir al ritmo de tu corazón.
¡Paz y bien para todos en esta Navidad!Texto: Hna. María Nuria Gaza.