En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu

Mano-y-Espiga
“En tus manos encomiendo mi espíritu” es una de las frases del salmo 30. Un fragmento de este salmo se reza los miércoles de todas las semanas, en la última oración de la jornada que la Iglesia pone en labios de sus fieles.

Estas fueron las últimas palabras que Lucas pone en boca de Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Dicho esto murió” (Luc 23,44). Es muy posible que nuestro Redentor recitara todo el salmo ya que de salmos se componía la oración de todo buen judío y él fue el mejor de todos los judíos.

Son también las palabras de San Esteban mientras lo lapidaban. San Policarpo, San Basilio, San Bernardo, San Luís, rey de Francia, Lutero, Savonarola, y otros muchos han usado este salmo como testamento espiritual.

Es un canto de confianza en medio de la prueba:

“A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven de prisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mí espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás”.

Es un salmo bastante extenso, en sus 24 versículos el salmista desgrana una seria de situaciones difíciles: “La tristeza acaba con mis fuerzas”. “Soy el hazmerreír de mis enemigos”. “Me han olvidado por completo”. “Hay terror en todas partes”. Pero ante toda esta seria de desgracias, él reacciona con una confianza inquebrantable: “Pero yo, Señor, confío en ti”. Y exclama: “Bendito el Señor que con su amor hizo grandes cosas por mí en momentos de angustia”.

Cuando el dolor y prueba personal llaman a nuestra puerta, es una magnifica oración. Y también cuando sabemos de los que se lo están pasando mal.

Es una buena oración para el momento en que nos disponemos a descansar. No sabemos si el Señor nos llamará en la noche. Si así fuera, nada mejor que poner nuestra vida en las manos misericordiosas de nuestro Padre para que él en su bondad nos perdone nuestro desamor por la muerte de su Hijo, que desde la cruz justo antes de expirar, puso su vida en sus manos de Padre. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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