“Me sedujiste, Señor y me dejé seducir” (cf. Jer 20, 7 ss). Esta es la queja que presenta el profeta Jeremías a Yahvé, ya que seducir comporta engaño con arte y maña, pero al mismo tiempo reconoce que se dejó llevar a la seducción.
Dios era más fuerte y le pudo. Desde aquel momento el pobre Jeremías se convirtió en el hazme reír del pueblo,
su camino no fue nada fácil. Le comportó anunciar al pueblo de Israel calamidades, destierros, muertes, porque no era fiel a las promesas. Y con sus profecías se hizo mal ver de sus conciudadanos que lo tildaban de pájaro del mal agüero. Sufrió toda clase de desprecios y vejaciones.
En nuestra vida puede ocurrir que veamos personas con un comportamiento incorrecto y nuestra conciencia nos pida denunciar tales hechos. Una solución fácil sería hacer la vista gorda y callar; pero esta actitud no es admisible para un cristiano. Hay que
intentar llevar al buen camino al que va errado con peligro de que no sea aceptada nuestra reflexión y a partir de este momento esta persona se convierta en un enemigo feroz que nos haga la vida imposible.
Para
tener la valentía de denunciar un mal comportamiento, necesitamos una gracia especial de seducción por parte de Dios. Y que Él nos diga como dijo al profeta Jeremías: “No les tengas miedo porque sino seré yo que te haré temblar”.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.