Somos templo de Dios

El Señor confía en nosotros, y por supuesto cuando nos equivocamos estamos viviendo una nueva oportunidad para mejorar, cambiar y girar hacia otra dirección. No hablamos de perfección, porque si así fuese, jamás forjaríamos nuestro propio camino con la satisfacción de seguir creciendo.
En el libro del Levítico, el Señor dice que “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”. Nos comienza a hablar de santidad y, sin duda, el nivel de exigencia no es fácil, pero estamos llamados a esa santidad. No es necesario que busquemos grandes logros, al contrario, lo que nos está pidiendo es lo pequeño de cada día, la relación cercana de tú a tú con el otro, el situarnos con las manos abiertas ante nuestro prójimo y el no juzgar simplemente porque quiero hacerlo. Nuestra santidad se va haciendo realidad cada vez que sabemos amar con sinceridad a nuestro prójimo. Y por otro lado, además de decirnos que estamos llamados a ser santos, también nos asegura que nosotros somos templo de Dios. Será en la primera carta a los Corintios que afirme: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. El Señor nos quiere infinitamente y espera lo mejor de cada uno. Ser templo como acogida de Aquel que nos ha amado desde siempre, y por lo tanto, serlo también de aquellos que esperan de nosotros una palabra y un apoyo. Pienso que con todo ello, lo que en realidad nos está pidiendo el Señor es que amemos a nuestros hermanos, al menos que lo intentemos desde lo que somos, y Él, hará el resto. Texto: Hna. Conchi García.