Carta a D. Josep Antoni Durán i Lleida

Mi querido Sr. Durán: durante mucho tiempo me había parecido Ud. el político del “seny” y últimamente tengo la sensación de que está convirtiéndose en el político de la “rauxa”. Le pongo como único ejemplo su reacción destemplada ante la publicación de los haberes de la clase política: todo el mundo ha visto en ello un acto de ejemplaridad y de transparencia y Ud. lo califica de acto chafardero, más irresponsable porque acontece en momentos de crisis económica.

En seguida volvemos a esto. Antes déjeme señalar una pequeña coincidencia: en el mismo día en que sucedía todo lo anterior, en plena crisis económica también, el Parlament de Catalunya otorgaba su medalla de oro a Pep Guardiola. Siento un inmenso respeto por el Pep, por su calidad futbolística y sus cualidades humanas; he sido además futbolero fanático y aún disfruto viendo partidos, aunque cada vez con más mala conciencia desde que los clubs están convirtiéndose en asociaciones de proxenetas.

Mi crítica aquí no se dirige al Pep, sino al Parlament, y mucho más si actuó movido por CiU. Le aseguro que hay en Catalunya grupos de jóvenes anónimos que, por ejemplo, dedican parte o todas sus vacaciones a trabajar como cooperantes en África, o Caritas parroquiales desbordadas por dar de comer a ciudadanos catalanes, y ésos sí que se merecen una medalla de oro del Parlament porque hacen más por Catalunya que las seis copas del Pep. Esa medalla me parece una estupidez como la del marquesado de Del Bosque o el título de “sir” a A. Fergusson. Digamos que no ha habido aquí mucho “rasgo diferencial” sino la misma ridícula pasta humana que nos constituye a todos. En todo caso, de haberle dado la medalla a Guardiola yo se la habría dado porque, según dicen, es un gran lector (amén de que sea también un gran futbolista).

Todo esto pone de relieve la inversión de valores que ha ido produciéndose en todo nuestro mundo y con la que todos estamos cooperando, al menos materialmente. Y esta inversión de valores me lleva al segundo punto de la declaración de patrimonios.

Ud. y yo somos cristianos. Pues bien: la moral cristiana de la propiedad no es la del derecho romano ni la de ese “individualismo posesivo” de Locke, hoy tan de moda. Para el cristianismo, el derecho primario es que los bienes de la tierra están destinados a todos los seres humanos. Y la propiedad privada no es más que un derecho secundario, positivo, que sólo vige como medio de realización del anterior y en la medida en que ayude a cumplir ese destino universal; y que desaparece como derecho cuando impide el fin primario de los bienes de la tierra. De ahí se ha seguido siempre que todo aquel que posee claramente más de lo que necesita está poseyendo algo que no es suyo y está obligado a devolverlo.

De ahí la conocida frase de los Padres de la Iglesia: “quien es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón”, y su enseñanza de que la limosna no es un acto de caridad sino de restitución: sólo hay caridad cuando se da no de lo que a uno le sobra sino de lo que podemos necesitar.

En este contexto, si establecemos un límite que exprese suficientemente lo que puede cubrir de sobra las necesidades de uno, tenemos derecho a proclamar que algunos de nuestros políticos están apropiándose de algo que no les pertenece. Si, personalmente, pongo yo ese límite en medio millón de euros (pero subrayo que eso es opción mía y que la cifra debería venir dictada por el consenso de los moralistas y por el magisterio de la Iglesia tan atento a colar el mosquito del preservativo y tragarse el camello de la injusticia)…, pues bien: si el límite fuera ése tendríamos derecho los ciudadanos creyentes a decirle por ejemplo al Sr. Bono, y al Sr. Fraga: “estás obligado a restituir”. Como también tendríamos obligación de escuchar si otros nos dicen eso con razón y con cifras exactas.

Le aseguro a Ud. que eso es pura moral cristiana. Es cierto que la Iglesia se la calla, no sé por qué. Pero estoy seguro que no habrá un solo moralista u obispo que pueda desautorizar esa moral. Y si no, a ver cómo concilia su postura con la del Vaticano II: “la propiedad no es un derecho último y absoluto, sino un derecho secundario, subordinado al cumplimiento del destino universal de los bienes. Las demás enseñanzas derivan de este principio fundamental” (GS 56).

Por eso creo que la publicación (¡por fin!) de los patrimonios de nuestros políticos no es un acto de curiosidad indiscreta sino de transparencia democrática. Y que esta vez, no sé por qué, su “seny” se ha travestido en “rauxa” (quiera Dios que no sea porque está preparando una alianza con el sr. Rauxoy…). Y de veras; quisiera haberle dicho todo esto como hermano en la fe. Ojalá Dios me lo haya concedido.
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