"Me resulta difícil de comprender su actitud respecto a las declaraciones de Francisco sobre los homosexuales" Carta de Faus al cardenal Müller: "A nadie se le puede imponer un celibato contra su voluntad"

Müller
Müller

"Me resulta raro que usted, que tan solidario ha sido con los maltratados en el campo socioeconómico, no intente serlo también con los maltratados en el campo sexual"

"Idolatramos la ciencia y luego abusamos de ella como antes abusábamos de Dios cuando creíamos en Dios"

"En Occidente hemos caído en una identificación entre amor y placer que resulta demasiado simplista cuando no secretamente interesada"

"Se os dijo ‘No matarás’ y quien mate será reo del tribunal; pero yo os digo que quien llame a su hermano maricón será reo de la gehena"

el fin de la ley civil no es hacer a los hombres buenos sino buscar el bien común; y además ningún hombre será bueno si su bondad daña al bien común

Hermano en Cristo:

Quiero comenzar agradeciendo muy de veras su apoyo a Gustavo Gutiérrez y su contribución al reconocimiento de la teología de la liberación. La Iglesia entera tiene con usted una gran deuda en este campo.

Precisamente por eso me resulta más difícil de comprender su actitud respecto a las declaraciones de Francisco sobre los homosexuales: “soy fiel al papa pero no por encima de la palabra de Dios”. Yo también firmo ese principio pero me pregunto dónde está y qué dice la palabra de Dios en este campo. Y me resulta raro que usted, que tan solidario ha sido con los maltratados en el campo socioeconómico, no intente serlo también con los maltratados en el campo sexual.

Pero vamos a ir despacio; y mejor será comenzar por lo que los antiguos llamaban delimitar cuál es exactamente “el estado de la cuestión”.

Presupuestos

Cuando me he puesto a pensar sobre este tema he recordado un sabio consejo de los antiguos escolásticos en sus discusiones: el de “distinguir” significados en las palabras. Muy pocos conceptos nuestros son totalmente unívocos. Y, en este sentido, me parece encontrar tres tipos diversos de homosexualidad:

a) Hay unas prácticas homosexuales que brotan del cansancio o insatisfacción por el abuso desordenado de la heterosexualidad: al final la cosa ya no da más de sí, la sexualidad no ha cumplido su promesa de absoluto y se recurre a buscar “variantes” a ver si se encuentra allí el cielo buscado. Surge entonces el recurso a prácticas homófilas, pedófilas, sadomasoquistas, violaciones y demás. Si usted ha leído al marqués de Sade, quizá recuerde aquella máxima tan suya: “para que una imagen sexual resulte atractiva es preciso asociarla a una idea libertina”. Y si no, le evocaré una novela moderna (Miedo a volar de Erica Jong), donde la protagonista, insatisfecha pese a su vida promiscua, decide buscar una experiencia homosexual. Y me hizo gracia su primer comentario a esa experiencia: “la vagina huele mal”. ¡Vaya! Como a estas cosas les va bien un poco de sorna que las pone en su sitio, me entraron ganas de decir a la protagonista: “si hubieses practicado esa postura del yoga de tocarse las rodillas con la cabeza, a lo mejor habrías descubierto eso en ti misma, sin necesidad de recurrir a inmoralidades”…

Protesta de los gays en Uganda
Protesta de los gays en Uganda

Pero bueno: dejando la broma hay que decir que ese tipo de sexualidad es el que condena la Biblia con tanta radicalidad. Creo que el contexto de la carta a los romanos deja eso bastante claro. Pero aunque así no fuera, hay una obligación exegética de tomar siempre las condenas en su sentido más restringido.

b) Conozco algunos casos de homosexualidad que parecen haber brotado de causas solo psicológicas: una pobre muchacha, luchando contra abusos o intentos por parte de su padre viudo, quiso primero hacerse religiosa, pero se descubrió lesbiana. Hoy vive en pareja con otra mujer. Y conozco otros casos de madres absorbentes hasta la crueldad, que tienen un hijo homosexual, fruto probable de un rechazo global a todo lo femenino. Esos casos, con causa solo psicológica, es posible que puedan ser reversibles con un tratamiento psicológico. Por eso me resulta también cruel la dura crítica de todo el lobby LGTB contra esos intentos.

c) Finalmente, hoy es ya evidente que hay casos de homosexualidad que voy a llamar genética. Por lo que he leído parece ser que el cerebro, que habitualmente funciona en armonía prestablecida con nuestros otros órganos corporales, algunas veces pierde esa armonía y no funciona así. Y este es un problema al que la medicina hace bien en intentar poner remedio cuando se puede, y que la sociedad debe saber afrontar también.

Pues bien: estos otros dos casos, sobre todo el tercero, son los que entran en juego cuando afrontamos el problema de la homosexualidad desde la ética social. Juzgar estos dos casos con los criterios del primero es confundir la gimnasia con la magnesia como decimos en castellano (en alemán no sé si cabría decir: die Birne con die Dirne) o la moralidad con la barbaridad.

Dios y los homosexuales
Dios y los homosexuales Agustín de la Torre

A la hora de afrontar este problema social hay que tener en cuenta un párrafo famoso de F. Engels (este sí que lo conocerá usted) donde decía que todas las grandes causas prometedoras que aparecen en la historia, tienen el peligro de estropearse por quienes se aprovechan de ellas y las defienden mal en beneficio propio. Engels decía que eso ya le había pasado al cristianismo primitivo. Y lo que no sospechaba es que eso le iba a pasar también al comunismo.

Pero los humanos somos así: hoy se apela por todas partes a la ciencia, como razón suprema: ahí está lo ocurrido, por ejemplo, con la covid19. Pero lo que no se nos dice es que esas apelaciones son con frecuencia falsas: porque solo merece el nombre de ciencia aquello que es aceptado universalmente por la comunidad científica; y sin embargo se dan como científicas tesis que no todos los científicos aceptan. Pasa lo mismo que con algunos independentismos: que apelan como absolutos a unos derechos que no son universalmente reconocidos por la comunidad jurídica (nacional o internacional) y que sin embargo ellos dan como definitivos y evidentes. Con lo cual, en vez de trabajar por el estudio y la fundamentación de esos supuestos derechos, se dedican a actuar como si tuvieran toda la razón del mundo, cuando ni siquiera tienen toda la razón de su pequeño país. Es la pasta humana, mi querido cardenal: idolatramos la ciencia y luego abusamos de ella como antes abusábamos de Dios cuando creíamos en Dios.

Añadamos a esas manipulaciones nuestros simplismos argumentativos. Resulta que, cuando hablamos de homosexualidad, nunca se habla para nada de sexo sino solo de amor. Por mucho que celebremos centenarios de Freud, parece que no hemos aprendido nada de él. El amor es lo más grande que hay: tan grande y tan absoluto que puede incluso relativizar al sexo. Pero en Occidente hemos caído en una identificación entre amor y placer que resulta demasiado simplista cuando no secretamente interesada. Cuando yo era chaval, leía unos versos de un poeta español (Gabriel y Galán) que, recuerdo, no acababan de dejarme cómodo. Decían así: “y me enseñaron a amar, - y como amar es sufrir – también aprendí a llorar”. Yo me decía que algo de verdad había ahí, pero no toda: pues el amor es sobre todo dicha. Y lo que me sorprende es el giro de 180 grados que han hoy dado aquellas palabras del poeta: porque creo que hoy Gabriel y Galán tendría que escribir: “y me enseñaron a amar – y como amar es gozar – también aprendí a follar”.

Derechos humanos
Derechos humanos

Y bien: lo digo provocativamente para dar una pequeña sacudida. Pero creo que esa identificación implícita entre amor y placer sexual no debería funcionar bajo mano cuando tratamos el problema de la homosexualidad. Lo cual de ningún modo pretende negar ni la fuerza ni la importancia que la relación sexual tiene en toda vida humana, como luego diré. Pero al menos a usted puedo citarle aquella máxima de los clásicos: “delectatio propter operationem”: el placer lo sentimos para poder actuar (no para ser). La naturaleza es tuciorista y procura garantizar que nos alimentemos, que no nos disequemos, que nos reproduzcamos y que nuestro cuerpo se desarrolle. Y para eso están la comida, la bebida, el sexo y el deporte… Aunque luego nosotros, con nuestra habilidad para desfigurarlo todo, abusamos de ese recurso y acabamos cayendo en la obesidad, en la borrachera, la violación y la futbolatría…

Desde estos presupuestos, demasiado largos quizá pero necesarios para evitar falsificaciones y (al menos entre usted y yo), desde el dogma cristiano de la fraternidad universal, es como creo que podemos comenzar ahora a tratar nuestro tema.

Homosexualidad y cristianismo
Homosexualidad y cristianismo

Argumentos

 Lo primero de todo es que los homosexuales a que antes me refería están ahí. Que nos guste o no es lo de menos. Están ahí y son hermanos nuestros.

En segundo lugar algunos de ellos soportan o han soportado un sufrimiento enorme: he conocido confesiones de chavales que empezaban a descubrirse homosexuales, no querían aquello, lloraban amargamente ante mí y me hacían sentir como lo que cuenta el Génesis de José: que sentía ganas de llorar ante sus hermanos y necesitaba salir fuera para limpiarse las lágrimas. A ese dolor, en el momento de cuajar como personas, se ha añadido en muchísimos casos el desprecio y la burla social, a veces de parte de compañeros cristianos, que me ha hecho lamentar el que nuestra pastoral no hubiese sido capaz de leer así el evangelio de Mateo: “se os dijo ‘No matarás’ y quien mate será reo del tribunal; pero yo os digo que quien llame a su hermano maricón será reo de la gehena”. Si hoy nos puede parecer a veces que los GLBT exageran en algún caso, tengamos en cuenta toda esta historia previa y la necesidad de recuperar una aceptación plena que nunca tuvieron. Este horror que, en Occidente va siendo superado, es aún mayor en países de Asia y África, por razones socioculturales que podremos entender pero de ningún modo justificar. Por eso creo también que esos son los primeros homosexuales a quienes hay que ayudar, aunque sea a costa de cierta paciencia en otras reivindicaciones más propias de los occidentales. Pero en nuestro Occidente los derechos humanos se entienden de tal manera que si yo tengo un resfriado y el otro un infarto, exijo que me traten primero a mí, olvidándome del otro.

En este contexto podemos dar un tercer paso: a nadie se le puede imponer un celibato contra su voluntad. Con frecuencia oímos argumentos en este sentido contra el celibato ministerial, y eso que ahí se trata de una obligación libremente aceptada por la otra parte, y no de una imposición “velis nolis”. Pues bien: aquí es donde creo que debemos situar las palabras de Francisco: “son hijos de Dios, tienen derecho a una familia y a nadie se puede hacer la vida imposible por eso”. Ha habido algún caso de homosexuales muy cristianos que fueron capaces de sublimar su tendencia y eligieron una vida célibe. Pero eso es una opción minoritaria que, como ya dijo Jesús, “no es para todos”. (Y conste que lamento mucho el que esos casos particulares fueran maltratados por los otros, casi con tanta saña como habían sido maltratados estos; pero eso no hace al caso ahora).

A esto se debe añadir, en cuarto lugar, lo que usted y yo sabemos de la teología de santo Tomás sobre las leyes civiles, y que he comentado en otros lugares: el fin de la ley civil no es hacer a los hombres buenos sino buscar el bien común; y además ningún hombre será bueno si su bondad daña al bien común (1ª 2ae, 92 art 1). Por eso el legislador puede no penalizar conductas consideradas inmorales, si esa penalización daña al bien común. Así se justificó antaño la despenalización de la prostitución, que nadie consideraba por eso moralmente lícita. Creo que Francisco no ha hecho más que aplicar este principio. Y creo que en este punto puede ser aceptado por todos: conservadores o progresistas, de India o de Nigeria o de Europa.

Cuestiones pendientes 

Luego pueden quedar mil preguntas pendientes. Pero creo que lo que le he dicho debería servir para alcanzar un consenso mínimo universal que, como antes dije, me parece hoy el objetivo más urgente. Si alguien desea más, que estudie y argumente en vez de solo gritar. Y pongo dos ejemplos de esto para concluir.

1.- La homosexualidad ¿es una simple variante como el tener los ojos azules o negros? Muchos afirman eso, yo personalmente no acabo de verlo aunque conozco alguna gente (no solo cristiana sino religiosa) que comparte esa opinión. Por tanto, la mía es solo una opinión particular.

Aquí puede jugar mucho la sensibilidad.  Hay gente a la que, por ejemplo, la cópula anal le repugna. Y déjeme que le cite aquí a un escritor español, (C. J. Cela) premio Nobel de literatura y de una vida sexual bastante suelta. Este señor luchó por mostrar que esas palabras que nosotros consideramos malsonantes, son en realidad tan inocuas como las demás; y que lo indecoroso que vemos en ellas, no está en las palabras sino que es una proyección nuestra que, aunque sea una proyección colectiva, es falsa como toda proyección. Así se ganó fama de malhablado y, una vez que le preguntaron por la homosexualidad, se limitó a responder con su lenguaje provocador y con una expresión muy hispana: “a mí no me gusta que me den por culo”. Se hizo caso omiso por ser quien era. Pero ahora interesa que lo de “a mí no me gusta”, no puede erigirse en principio universal.

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Y aquí vienen bien otra vez unas palabras de santo Tomás redescubiertas por el dominico Adriano Oliva y divulgadas entre nosotros por Jesús Martínez. Ya las cité otra vez, pero permítame que me repita: el concepto de antinatural no es un concepto simplemente universal sino necesariamente particular. Y, por tanto, cuando la naturaleza ha sufrido una modificación (Tomás dice “una corrupción” pero yo prefiero hablar más a fortiori) entonces cosas que, en pura teoría, serían antinaturales, dejan de serlo para aquel caso particular (1ª 2ae, 31, 7). Aprendamos pues que, ni a favor ni en contra de nada, es bueno hablar desde el simplismo pasional que hoy se ha vuelto natural entre nosotros.

2.- Quedaría otra cuestión con la que termino: a esas uniones civiles, defendidas por Francisco ¿se las puede llamar matrimonio? En mi país sí porque la real academia de la lengua modificó la definición anterior de matrimonio para aplicarla solo a la unión entre dos personas (sin ninguna especificación de sexo). Pero es evidente que no se trata de una cuestión gramatical. Entre cristianos lo que quiere decir esa pregunta es si tal unión puede llegar a ser considerada como sacramento. Hay una teología del matrimonio que ve su carácter sacramental precisamente en el hecho de que se trata de la unión más total precisamente allí donde se da la mayor alteridad: ahí es donde se simboliza de verdad el amor de Dios a lo más distinto de Él que es esta humanidad pecadora. Por eso Pablo habla aquí de “un gran misterio” (Ef 5,32). Personalmente, no puedo negar que ese me parece un argumento bastante sólido. Y aprovecho para repetir de paso algo ya dicho otra vez: la acusación de homofobia es muy importante reservarla solo para el problema sexual: porque, en realidad, el mayor pecado humano es la heterofobia, y eso lo estamos padeciendo hoy en muchos campos.

Pero dejemos la cuestión sin resolver aquí, y quedémonos con otro principio innegable de la más clásica teología que con usted puedo citar en latín: “Deus non tenetur sacramentis”. Dios no está atado a sus sacramentos que son signos eficaces solo para nosotros. La absoluta libertad de su amor puede hacer que resulten mucho más eficaces otros gestos que no tienen ese carácter de signo comunitario.

Aquí debo terminar, querido cardenal Müller: si he conseguido decir algo que tenga algún valor, le agradecería mucho si usted repasa la aplicación de aquellas palabras suyas que dieron lugar a este mamotreto: “soy fiel al papa pero no por encima de la palabra de Dios”. Creo que yo también quiero eso. Pero, a pesar de todo, difiero de la aplicación que usted hace de esas palabras. Warum denn?

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