¿Refundar el capitalismo?

Refundar o refundir: “this is the question”. Porque los grupos del 15M pueden haber cometido errores y generado desviaciones; pero todos esos fallos no nos autorizan para ignorar la enorme dosis de razón que tenían, al denunciar que los gestores de la cosa pública están aprovechando la crisis para poner en práctica aquella máxima de El Gatopardo: “cambiar todo lo que haga falta para que no cambie nada”. Y así cambiaron las palabras y siguieron tan contentos: el aristócrata Sarkozy ha sido en este caso un auténtico marqués de Lampedusa.

Si alguien quiere entenderlo mejor le recomiendo un libro de Luis González-Carvajal (El hombre roto por los demonios de la economía) que es de lo mejor que he leído sobre nuestra situación crítica. Y conste que no percibo ninguna dicotomía por este consejo.

El autor es una de las mejores voces del momento en ética social cristiana. Lo más irritante de él es que su lenguaje no es nada profético ni indignado sino tranquilamente gris: me recuerda a Francisco de Vitoria que, hablando siempre desde su despacho y sin los acentos atronadores de Bartolomé de Las Casas, llegó prácticamente a las mismas conclusiones que éste, y fue “padre del derecho de gentes”. O aquellos versos de M. Machado sobre Berceo: su prosa “es dulce y grave, monótonas hileras – de chopos invernales en donde nada brilla”.

Y sin brillo, pero con diafanidad cegadora, como si estuviera hablando de cosas intrascendentes como botones o cromos, llega a unas conclusiones que suenan a obviedades elementales. Pero esas obviedades queman tanto que nadie se atreverá a recibirlas en sus manos…

Allí se nos habla de ética y economía, de la moral cristiana sobre la propiedad, del mercado y de la globalización. Y resulta que el capitalismo es inmoral precisamente por su máxima eficiencia: porque esa finalidad del máximo beneficio se consigue aceptando que el fin justifica todos los medios. Y resulta también que la visión cristiana de la propiedad está más cerca del desplante de Proudhon (“la propiedad es un robo”) que de la doctrina neoliberal: porque la propiedad no es un derecho natural; el derecho natural es el destino común de los bienes de la tierra. Y la propiedad privada es un derecho positivo que sólo tiene vigencia en la medida en que sirve para realizar ese destino común de los bienes. Y el mercado necesita ser regulado “atacando audazmente los ídolos del liberalismo” porque “la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre” (ambas frases de Pío XI).

Carvajal recuerda oportunamente que ya Marx subrayó que él no atacaba a los empresarios como personas, sino como personificaciones o hechuras de un sistema cruel porque está supeditado a la necesidad del máximo beneficio y a la competencia feroz para obtenerlo.

Cierto que, mientras existió el pánico a la amenaza comunista, el sistema se disfrazó como el lobo de caperucita, y aceptó reformas muy radicales como la de los impuestos progresivos. En tiempos de Nixon, las grandes fortunas norteamericanas llegaban a pagar un 70 % de impuestos. En los años de la caída del Este comunista y el ascenso de R. Reagan llegaron a bajar hasta un 28 %. Se nos explica que, al bajarles los impuestos, las grandes fortunas tienen más capital para invertir y así crean puestos de trabajo. No hace muchos años nos cansamos de oír esas razones en boca del entonces ministro Acebes, con una sensibilidad tan poco cristiana como económicamente falsa: porque, al bajarles los impuestos, lo que hacen las grandes fortunas es prestar a los gobiernos que necesitan dinero, o invertir en ingenierías financieras que resultan más rentables, sacando así más beneficios de un dinero que moralmente no era suyo.

Si todo esto molesta, suavicémoslo con dos textos papales citados por el autor: “la Iglesia no pretende sostener pura y simplemente el actual estado de cosas, como si en ello viera la expresión de la voluntad divina, ni puede proteger por principio al rico y al poderoso contra el pobre y el desposeído. ¡Todo lo contrario!” (Pío XII). “Las necesidades de los pobres deben tener preferencia sobre los deseos de los ricos, los derechos de los trabajadores sobre el incremento de los beneficios; la defensa del ambiente sobre la expansión industrial incontrolada; una producción que responda a exigencia sociales sobre una producción con objetivos militares” (Juan Pablo II).

Hasta papas conservadores decían esas cosas que suenan tan de izquierdas. Otra cosa es que los católicos les hayan hecho caso. Bastante faena tienen con eso del preservativo ¿verdad?.
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