Con el cardenal Tarancón, la Iglesia decidió dejar de ser el “alma religiosa” del franquismo El largo viaje de la Iglesia española desde la cruzada bajo palio a la democracia abrazada
"Durante la Guerra Civil, buena parte de la jerarquía leyó el conflicto en clave de “cruzada” contra el ateísmo y el marxismo, subrayando —con razón— la brutal persecución religiosa"
"La tentación de confundir altar y poder fue, quizá, uno de los mayores pecados históricos de la Iglesia española. Un pecado por el que los obispos nunca pidieron perdón, aunque los curas españoles sí lo propusieron en su asamblea conjunta de 1971"
"En la transición, la Iglesia acompañó —con contradicciones— el paso de la dictadura a la democracia, ayudando a que el catolicismo dejara de ser religión de Estado para convertirse en propuesta libre en una sociedad plural"
"En la transición, la Iglesia acompañó —con contradicciones— el paso de la dictadura a la democracia, ayudando a que el catolicismo dejara de ser religión de Estado para convertirse en propuesta libre en una sociedad plural"
La Iglesia española ha recorrido en menos de un siglo un camino vertiginoso: de “bendecir la cruzada” y confundirse con el régimen de Franco, a presentarse hoy —como recordó monseñor Luis Argüello ante la Plenaria episcopal— como defensora de la democracia, los derechos humanos y la reconciliación. Ese giro, lleno de luces y sombras, no se entiende sin pasar por la guerra, el nacionalcatolicismo, los primeros choques con el franquismo, Pablo VI, Añoveros, Tarancón y la Transición.
1. Guerra, mártires y cruzada
Durante la Guerra Civil, buena parte de la jerarquía leyó el conflicto en clave de “cruzada” contra el ateísmo y el marxismo, subrayando —con razón— la brutal persecución religiosa y los miles de sacerdotes y religiosos asesinados (se estima que un total de 6.832 miembros del clero y religiosos), pero cerrando los ojos al sufrimiento del “otro bando”.
Muchos obispos firmaron la célebre Carta Colectiva de 1937, que bendecía de facto el levantamiento y el golpe de Estado. Aquella lectura unilateral sembró una alianza peligrosísima: la fe se vistió de uniforme, y el Evangelio quedó atrapado bajo el águila imperial fascista, dándole cobertura y justificación religiosa.
2. Nacionalcatolicismo
Con la victoria franquista, se instala en España el nacionalcatolicismo: Iglesia y Estado de la mano, privilegios eclesiales a cambio de legitimación religiosa del régimen. Crucifijos en las aulas, obispos en los actos oficiales, censura moral, política con sello “católico” y Franco bajo palio. La jerarquía, beneficiaria del sistema, tardó demasiado en ver que ese maridaje ensuciaba el testimonio cristiano y dejaba fuera de foco a otros perseguidos, exiliados y fusilados. La tentación de confundir altar y poder fue, quizá, uno de los mayores pecados históricos de la Iglesia española. Un pecado por el que los obispos nunca pidieron perdón, aunque los curas españoles sí lo propusieron en su asamblea conjunta de 1971.
3. Primeros desencuentros: el Concilio
El Concilio Vaticano II rompió el guión. Gaudium et spes, Dignitatis humanae, la libertad religiosa, la apertura al mundo… empezaron a chocar de frente con los pilares ideológicos del régimen. Mientras algunos obispos seguían anclados en la “España una, grande y libre”, otros empezaban a hablar de derechos humanos, pluralismo y justicia social. Los movimientos apostólicos obreros (HOAC, JOC) y ciertos sectores de la vida religiosa, inspirados por el Concilio, fueron el germen de una oposición eclesial al franquismo desde dentro.
4. Pablo VI, monseñor Añoveros y los sindicatos en la Iglesia
Pablo VI no tragaba con la confusión entre trono y altar. El “caso Añoveros” fue un misil directo al corazón del nacionalcatolicismo: el obispo de Bilbao defendiendo derechos culturales y políticos vascos desde el púlpito, el régimen intentando expulsarle, y Roma plantándose. Tanto es así que el cardenal Tarancón, entonces presidente del episcopado, llegó a confesar que llevaba la excomunión de Franco en el bolsillo, si el régimen llega a exiliar a Añoveros.
Al mismo tiempo, las parroquias se llenaban de curas (García Salve, Mariano Gamo) que eran multados por sus ‘homilías subversivas’ o curas que apoyaban sindicatos clandestinos, comunidades cristianas promoviendo asambleas obreras, y una Iglesia de base que ya no hablaba el lenguaje oficial del régimen, sino el de las bienaventuranzas. El Evangelio empezaba a bajar de los palacios a las fábricas, de los desfiles a los barrios.
Y surgen los movimientos especializados de Acción Católica, especialmente la HOAC y la JOC. Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC, solía decir: “El cristiano es un especialista en Cristo. El mejor cristiano es el que más sabe de teoría y práctica de Jesús”. Rovirosa siempre se opuso al matrimonio entre la Iglesia y el franquismo, porque desvirtuaba el Evangelio y, además, alejada a la Iglesia de la clase obrera.
5. Marcelo y Tarancón
La historia de la relación Iglesia–Franco no se entiende sin Marcelo González y Vicente Enrique Tarancón. Marcelo, entonces arzobispo de Toledo, en el funeral de Franco, habló de “espada y cruz” como símbolos del medio siglo de historia; Tarancón, en la coronación de Juan Carlos, marcó un antes y un después: “La Iglesia no apadrina ni legitima ningún sistema político; pide libertad para anunciar el Evangelio a todos”. Aquella homilía encarnó el paso “de la adhesión a Franco al distanciamiento crítico” que Argüello recordó ante la Plenaria: la Iglesia empezaba, por fin, a desmarcarse del poder y a reclamar autonomía evangélica.
6. Transición y democracia
En la Transición, muchos obispos, curas y laicos se jugaron el tipo apostando por la reconciliación, la amnistía, los derechos humanos y la Constitución. La CEE del 73 ya había marcado la línea: no hay nostalgias legítimas del franquismo en clave cristiana. La Iglesia acompañó —con contradicciones— el paso de la dictadura a la democracia, ayudando a que el catolicismo dejara de ser religión de Estado para convertirse en propuesta libre en una sociedad plural. Tarancón fue insultado en las calles por los nostálgicos del régimen (“Tarancón, al paredón”), pero la historia le ha dado la razón: sin esa ruptura con el nacionalcatolicismo, hoy la Iglesia tendría aún menos credibilidad.
El repaso que hizo Argüello el pasado martes —y que hoy podemos completar sin anestesia— muestra una verdad incómoda: la Iglesia española bendijo una cruzada, se dejó seducir por el nacionalcatolicismo y tardó demasiado en ver el rostro de Cristo también en las víctimas del otro lado, a las que sigue sin pedir perdón.
Pero también es cierto que, cuando llegó la hora, supo apostar por la democracia, la reconciliación y los derechos de todos. El reto ahora no es blanquear el pasado ni usarlo como arma arrojadiza, sino aprender de él: nunca más Evangelio mezclado con nostalgia de dictadura, nunca más cruz al servicio de la espada. Si la Iglesia quiere ser creíble hoy, solo le queda un camino: ponerse sin ambigüedades del lado de la dignidad humana, de todas las víctimas, asumir la memoria histórica herida, y dejar bien claro que su única bandera es el Evangelio.
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