Lectura y vivencia del Evangelio desde el cubo de don Sancho El atrapanieblas

Parábola del Buen Samaritano
Parábola del Buen Samaritano

La parábola del buen samaritano: la misericordia, el principio fundamental que configura toda la vida, la misión y destino de Jesús y de la Iglesia

La falta de compasión es una tentación que a veces acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la gente, lucha, trabaja y sufre

La conversión que necesita la Iglesia es acercarnos a las personas con las que nos vamos encontrando en la vida para ofrecerles amistad fraterna y ayuda solidaria. Las demás conversiones son conversiones teóricas de las que es mejor desconfiar si no se traducen en amor práctico al hermano

Las lecturas del domingo XV del tiempo ordinario siguen la temática de los domingos anteriores. Jesús ha emprendido el camino hacia Jerusalén y por el camino va anunciando el reino de Dios por las ciudades y aldeas por las que pasa, instruyendo a sus discípulos cuando camina con ellos por los descampados y señalando las exigencias y actitudes que deben cumplir los que quieran ser sus seguidores.

Hoy les presenta una de las características fundamentales que deben cumplir los que quieran seguir su camino: el amor al prójimo, el principio de la misericordia con todos.

En el evangelio de hoy Jesús, para presentar esta exigencia a sus seguidores recurre al género de las parábolas y en concreto de una de las más conocidas, la parábola del Buen Samaritano que es exclusiva del evangelio de Lucas.

El texto evangélico de este domingo tiene tres partes bien diferenciadas. La primera parte trata de las preguntas de un letrado, maestro de la ley, a Jesús. La segunda es la narración por parte de Jesús de la parábola del Buen Samaritano. La tercera parte es la conclusión y aplicación de la parábola.

El tema del amor al prójimo viene introducido por dos preguntas de un letrado a Jesús sobre qué hacer para heredar la vida eterna y sobre quien es su prójimo. Este maestro de la ley formula a Jesús una pregunta clave: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” La pregunta pide una respuesta concreta para la cuestión más importante que el hombre puede plantearse: su propia salvación. Puesto que su interlocutor es un maestro de la ley, sabe de sobra lo que Moisés establecía al respecto. Por eso, el Señor fundamentará su respuesta a partir de lo escrito en la ley.

Obviamente, el maestro de la ley sabía que el mandamiento más importante de todos era amar a Dios con todo el corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo. Por eso la repuesta a Jesús combina dos textos del A.T.: Deuteronomio 6,5 y Levítico 9,18.

Amor al prójimo

Una vez establecido el fundamento del obrar en el amor de Dios y al prójimo, el maestro de la ley, queriendo justificarse, pregunta a Jesús quien es su prójimo. Tras la excelente respuesta tratará de que el Señor precise los límites del amor que se debe tener hacia los demás. Entre los judíos había discusiones sobre si el amor debía limitarse a los cercanos, los que viven en la misma casa, a los miembros de la familia o ampliarse a los que practicaban la religión judía. Pero todos coincidían en que quien no era su prójimo era el que no practicaba el judaísmo. Jesús no le contesta en el plano teórico en que él se ha colocado, sino con un ejemplo práctico: la comúnmente llamada “parábola del buen samaritano”.

Comienza afirmando que “un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Nada más se dice de quien era esta persona. Para Jesús nada importa quien fuera. Únicamente se indica que estaba en una situación de extrema necesidad pues había sido asaltado mientras iba de camino, malherido y dejado abandonado en la cuneta. Es entonces cuando Jesús alude a los dos personajes que pasaran de largo: un sacerdote y un levita. Son dos personas relacionadas con el culto del Templo de Jerusalén.

Son personas religiosas y por tanto se esperaba de ellos un comportamiento ejemplar pero no va a ser así sino que van a dar un rodeo y van a pasar de largo sin socorrer al hombre herido tirado en la cuneta del camino. Probablemente tenían una buena excusa para no atender al herido. Una de las razones para pasar de largo podría ser evitar el contacto con la sangre, lo cual implicaría incurrir en impureza legal, según la ley judía, inhabilitándose así para el culto.

Después pasó un Samaritano, que si se detendrá y auxiliara al herido. ¿Por qué Jesús elige a un samaritano, como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos ya que no cumplían con la ley judía ni con el culto en el templo de Jerusalén. Se podía esperar lo peor de este hombre pero sin embargo, al ver al herido, se le conmovieron las entrañas, se acercó a él y lo curó. Pero su actuación no se quedó solo ahí sino que va mucho más allá: “montándolo en su cabalgadura lo llevó a una posada y lo cuidó”. Pero fue todavía más allá. El samaritano tiene que emprender su camino pero no se desentiende del hombre herido sino que le entrega dinero al posadero para que cuide de él hasta que vuelva.

Los demás

La parábola del buen samaritano cambia por completo el sentido de la pregunta inicial realizada por el maestro de la ley, ya que en el Señor pone en el foco de atención no en el herido, como prójimo, sino en el samaritano, como quien se ha comportado a modo de verdadero prójimo. Jesús viene a decir al doctor de la ley a nosotros: Eres tú el que has de hacerte prójimo de todo hombre sin distinción alguna, porque toda persona es tu hermano. No hay límites para el mandamiento del amor. Mientras que el doctor de la ley pregunta por el objeto del amor Jesús pregunta por el sujeto del amor. El doctor de la ley piensa a partir de sí mismo cuando pregunta sobre el límite de su deber y Jesús le hace ver que hay que pensar a partir del que padece necesidad, colocarse en su situación y preguntarse qué espera el de ti. Entonces vera que no hay límites para el mandamiento del amor.

Al acabar la parábola del buen samaritano con la pregunta de Jesús y la respuesta del letrado, concluye el Señor: “Anda y haz tu lo mismo”. No se trata tanto de saber, como quiere el doctor de la ley, sino de actuar amando, como señala Jesús una vez que ha demostrado que todo hombre es nuestro prójimo. Amar es, pues, vivir y tener vida. Esa es la ecuación que establece el Señor. Solo el que ama vive de verdad, porque es capaz de salir de sí mismo, de sus propios intereses y exigencias, para ponerse en el lugar del que sufre, pasa necesidad y es frágil o está marginado. Sólo el que ama puede ser hospitalario ya cogedor con todos, aunque no sean simpáticos ni agradables, ni educados, ni humildes, ni dignos, ni razonables.

Jesús nos hace una seria invitación a no caer en la insensibilidad, en la indiferencia, en el pasar por la vida haciéndonos los distraídos. Es la invitación a tener los ojos bien abiertos, sobre todo los ojos del corazón, para saber descubrir quien nos puede necesitar y hacernos prójimos, tendiendo la mano y ayudando al hermano a experimentar a través de la caridad humana el amor de Dios.

La parábola del buen samaritano es un aviso para los que piensan que su piedad y religiosidad les permite poseer a Dios, ser prudentemente egoístas y tener malos modos, frialdad o mal carácter con los demás. Perderíamos el tiempo si buscamos a Dios solamente en el empeño ascético, en las prácticas religiosas y en largas horas de meditación y oración alejadas de la vida de los hermanos.

Indiferencia

La falta de compasión es una tentación que a veces acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la gente, lucha, trabaja y sufre. Cuando a la religión no está centrada en un Dios, Padre de los que sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que aleja de la vida profana, preserva del contacto con el sufrimiento de la gente y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas.

También esta parábola es un aviso para quienes empobrecen y desfiguran la misericordia reduciéndola a un sentimiento de compasión propio de personas sensibles. Para muchos católicos la misericordia consiste en una ayuda paternal que se ofrece a los necesitados para tranquilizar la propia conciencia. Hay quien recuerda las obras de misericordia del catecismo como algo que hay que practicar para ser virtuoso. La misericordia es el principio fundamental de la actuación de Dios y lo que configura toda la vida, la misión y el destino de Jesús. La misericordia es el principio al que se ha de subordinar todo lo demás.

En este año sabático en el que estoy teniendo la gracia de conocer la Iglesia en distintas partes del mundo (España, Perú, Italia), en zonas rurales y urbanas, en el norte centro y sur, en la costa, sierra y selva me doy cuenta de que la Iglesia tiene en todo los sitios el mismo problema: la lejanía de la gente sencilla que no comprende las discusiones doctrinales, el ritualismo litúrgico, la obsesión por las normas un espiritualismo desencarnado, pero tampoco un activismo sin espíritu ni una opción por los pobres ideológica, teórica pero no real. Lo he podido comprobar hablando con diferentes personas estos meses de atrás.

La conversión que necesita la Iglesia es acercarnos a las personas con las que nos vamos encontrando en la vida para ofrecerles amistad fraterna y ayuda solidaria. Las demás conversiones son conversiones teóricas de las que es mejor desconfiar si no se traducen en amor práctico al hermano. No podemos refugiarnos en hermosas teorías (doctrinales, litúrgicas o ideológicas) que son importantes y necesarias. La ortodoxia es importante. Es urgente la acción evangelizadora. Pero ¿en qué se queda todo eso si los hombres y mujeres de hoy no pueden descubrir en la Iglesia el rostro misericordioso de Dios y sentir su cercanía y ayuda Todo eso no sirve de nada si no somos una iglesia samaritana, que reacciona ante el sufrimiento de la gente con misericordia.

Esto es lo primero que se pide hoy a la Iglesia: que tenga entrañas de misericordia, que no discrimine a nadie, que no de rodeos ante los que sufren, que ayude a quienes padecen heridas físicas, morales o espirituales. Si quiere parecerse a la Iglesia que Jesús fundó, la iglesia de hoy tiene que releer la parábola del buen samaritano para descubrir la misericordia como el principio fundamental que configura toda su vida, misión y destino.

No caer en la indiferencia

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