"Belén es un proyecto que nos dota de sentido y significado a lo que hacemos y somos" ¿Nacer de nuevo? Del monte Gólgota al portal de Belén

Belén
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"Creo que los cristianos solemos olvidar que aquel que muere crucificado en el monte Gólgota fue el mismo que nació en Belén"

"Navidad, el misterio de por qué Dios puso sobre la mesa que Él mismo se encarnara, se hiciera uno de nosotros, sin más, y lo llevara a cabo en un pesebre, a las afueras, en la periferia"

"El mundo católico vive de una forma más interiorizada, de gravedad existencial y emocional, la Semana Santa y la pascua de la Resurrección que la Navidad"

"El portal de Belén es el comienzo de una nueva humanidad donde la ayuda y la sanación son los pilares de la vida personal, cultura y social"

Estos días de Adviento ha caído en mis manos el libro de FranciscoCurar el mundo en tiempos de pandemia y a medida que iba avanzando la lectura me invitaba a interiorizar, pensar y reflexionar sobre el significado del misterio de la Navidad. Parecería, a simple vista, que estamos ante acontecimientos diferentes difícil de ligar. Recordemos el fenómeno social de los aplausos de los balcones que apuntaban a una esperanza y era la de transformarnos como personas y sociedad.

No faltaron discursos que preconizaban un mundo diferente, insistiendo en que no podía perderse dicha oportunidad. Un virus invisible tuvo la virtualidad, en un principio, de unir países y culturas diferentes. Las muertes, las Ucis, las mascarillas se convirtieron en el nuevo esperanto, en el lenguaje de la salud y la esperanza de vida frente a lo desconocido. Francisco, siendo consciente en esos meses de lo que estaba en juego, habla en su libro de un principio claro que traspasa toda su argumentación y posición: “De una crisis no se sale igual. O salimos mejores o salimos peores”.

Curar el mundo

La pandemia, afirmaba el Papa, nos obliga a preguntarnos de qué modo podemos ayudar a sanar el mundo de hoy, sus virus, sus enfermedades crónicas como la violencia, la injusticia, la explotación que parece que se han cronificado sin perspectivas de solución alguna.

Ahora bien, si hay un acontecimiento, una realidad y un misterio que asume la posibilidad de transformar el mundo a partir del cambio del corazón y del interior de las personas, la posibilidad de nacer de  nuevo y dejar por el camino lo que nos daña y nos enfrenta, es, sin lugar a dudas, la Navidad, el misterio de por qué Dios puso sobre la mesa que Él mismo se encarnara, se hiciera uno de nosotros, sin más, y lo llevara a cabo en un pesebre, a las afueras, en la periferia, alejado del bullicio y de los vaivenes políticos y del poder. Lo hizo manifestándose de la forma más frágil a partir de un recién nacido, el ser más vulnerable, débil y necesitado de la creación. Así es nuestro Dios, así de irracional, sí, irracional desde una perspectiva racional humana y utilitaria. 

¿Creemos en este misterio? ¿Sabemos lo que realmente significa? Creo que los cristianos solemos olvidar que aquel que muere crucificado en el monte Gólgota fue el mismo que nació en Belén. Y lo olvidamos por dos razones, una sociológica y otra teológica. Seamos sinceros. La Navidad de Jesús nada tiene que ver con la Navidad de El Corte Inglés, del consumo desaforado, que ha borrado la iconografía del nacimiento y todo lo que se deriva de ella. Muchas luces, comidas y cenas interminables, trajes de gala, cotillones, uvas, fiestas, todo menos el valor que hay detrás de esa primigenia Navidad que es la humildad y la pobreza, el temor a ser descubiertos, la huida que representan hoy a todas las personas que escapan de las miserias estructurales de sus países, ya sea a pie o en cayucos, huyendo de la guerra, no sólo la de Ucrania, sino la de todo el orbe humano.

Papa y Navidad

La sociedad va un ritmo despavorido que ha extirpado el silencio y el encuentro con la otra persona, todo se programa con un envoltorio bonito que de inmediato se desecha y se recicla, fin de la historia y vuelta a la rueda. Hace unos días Religión digital, publicaba un magnífico artículo del sacerdote Ángel Aguado Martínez, “La Navidad de Dios en un mundo rural en dura y lenta transición” apuntando a unas de las razones del olvido del significado último de lo que estamos a punto de vivir: “A la vista de los resultados externos, el consumismo aparentemente va creciendo, sometiendo el sentido religioso de la Navidad a una también aparente derrota donde, tanto religión como consumo, aparecen como enemigos irreconciliables… En la Navidad, realmente celebramos algo que chirría en el mundo actual”.

Nada más que añadir. Es la sociedad que nos ha tocado vivir, como a Jesús le tocó bregar con las vicisitudes de su tiempo y sabemos cómo las afrontó y ahí mismo tenemos un camino, una senda que poder transitar en la actualidad. Por otra parte, y desde un sentido teológico, el mundo católico y cristiano, y no lo expreso con un sentido despectivo, sólo a modo de descripción, vive de una forma más interiorizada, de gravedad existencial y emocional, la Semana Santa y la pascua de la Resurrección que la Navidad.

Ésta tiene un carácter más lúdico llegando a olvidar lo que está detrás. Las procesiones de Semana Santa y sus actos litúrgicos son realizados, en general, desde el respeto y el silencio. Es una realidad cultural incrustada en nosotros. Pero no podemos olvidar que la resurrección presupone la encarnación de Jesús en Belén, ya que la Navidad es el comienzo del camio que nos llevará a la Pascua y que será la primera piedra que hará posible el triunfo sobre la muerte. Por ello, la Navidad nos debe ayudar a pensar tres aspectos que definen la vida cristiana.

Nuevas todas las cosas

1.Hacer nuevas todas las cosas

Vivimos en un mundo herido por la violencia y el egoísmo. Jamás llegaríamos a pensar en el 2020 que dos años después tuviésemos encima de la mesa una guerra en el corazón de Europa y un mundo más desigual. Pero la vuelta a la normalidad nos devolvió la certeza que en Jesús está la salvación porque encarna la esperanza de hacer nuevas todas las cosas, de transformarlas. El portal de Belén es el comienzo de una nueva humanidad donde la ayuda y la sanación son los pilares de la vida personal, cultura y social.

Francisco lo expone con claridad en la Laudatio si: “No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología… No puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad”.

Jesús llega a nuestras vidas para impulsar un cambio que tiene que medirse a partir de la responsabilidad. Seguir al niño Dios no implica vivir con un mando a distancia, neutral, alejado de los problemas que nos circundan, sino un compromiso radical para curar las estructuras injustas de nuestro mundo. Si no comprendemos que la Navidad nos lleva a un nuevo comienzo, a la posibilidad de hacer nuevas todas las cosas, a vivir de forma diferente, nuestra fe resulta inmadura e incompleta.

Benedicto XVI lo explica de forma magistral en La infancia de Jesús, lectura esencial para estos días de Adviento y Navidad: “Es la obediencia de María lo que abre la puerta a Dios. Su palabra, su Espíritu, crea en ella al niño. Lo crea a través de su obediencia. Así pues, Jesús es el nuevo Adán, un nuevo comienzo, de la Virgen que está totalmente a disposición de la voluntad de Dios. De este modo se produce una nueva creación”.

Pesebre tradicional.
Pesebre tradicional.

El nacimiento de Jesús se ve envuelto en un misterio que nos define, puesto que Dios está a la espera del sí humano encarnado por María; su obediencia no es una manifestación de esclavitud, sino de servicio absoluto para cambiar, precisamente, el ritmo y la lógica de la historia. Detrás de la Navidad, en cada nacimiento, en cada pesebre que contemplamos, emerge una nueva forma de ser persona, un modo nuevo de vivir, ya que Jesús encarna un nuevo modo de ser persona desde el perdón y la misericordia. Este reto sólo podría ser creíble si traspasa toda frontera y todo límite de la creación, haciéndose universal, para toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.

2.Curación de los males de nuestro tiempo

La Navidad implica poder acoger al niño Dios en nuestro corazón. Lleva a hacerlo efectivo en nuestra historia y en la del mundo. Vivimos tiempos difíciles, complejos, donde la desorientación y la desesperanza mandan. La ansiedad y la depresión se han instalado como estados de ánimos estructurales. La apatía y la indiferencia acampan a sus anchas. Los índices de suicidio se disparan año a año en los países denominados ricos. Mientras tanto en los países pobres la inmigración se convierte en la única salida sin que los gobiernos y la gran política se sienten y afronten de una vez los problemas que afligen y condenan sin remedio a millones de personas.

La Navidad escenifica el recordatorio que esto, a pesar de nuestro bienestar, de nuestras comodidades, existe, que está, que no podemos mirar para otro lado, porque la vida requiere un compromiso desde el servicio y la donación para sanar los diferentes sufrimientos que ahogan a nuestro mundo. Un mundo que Francisco describe a través de lo que llama el síndrome de Babel y es, simplemente, que la persona deja de tener importancia y así la solidaridad deja de estar presente en nuestro horizonte. Es noticia cuando los valores bursátiles se desploman, pero no cuando una persona muere descartada y abandonada.

En El nombre de Dios es misericordia detalla los males de nuestro tiempo que con el nacimiento de Jesús tenemos que posicionarnos y combatirlos: “Estamos ante una humanidad herida, una humanidad que arrastra heridas profundas. No sabe cómo curarlas o cree que no es posible curarlas. Y no se trata sólo de las enfermedades sociales y de las personas heridas por la pobreza y la exclusión. También el relativismo hiere mucho a las personas: todo parece igual, todo parece lo mismo. El drama de nuestra época está en haber extraviado el sentido del pecado. A esto se suma hoy el drama de considerar nuestro mal, nuestro pecado, como incurable, como algo que no puede ser curado y perdonado. La fragilidad de los tiempos en que vivimos es creer que no existe posibilidad alguna de rescate, una mano que te levanta, un abrazo que te salva”. 

Nombre de Dios es misericordia

La Navidad, pues, ataca de raíz, frontalmente los males que Francisco acaba de describir. Hoy todo se permite, nunca pasa nada, porque nada nos extraña y todo deja de sorprendernos. Estamos anestesiados por la indiferencia, el mal más peligroso a ojos del padre Kolbe. La Navidad rompe con esta tendencia de la historia que se concibe casi como inevitable. Los pasajes evangélicos que nos sitúan en el nacimiento de Jesús nos insisten en que estemos en vela, despiertos, como los pastores, para ser conscientes de las miserias de nuestro mundo y que las acojamos, no para dejarlas ahí, sino para asumirlas y transformarlas en condiciones de justicia y mutua colaboración. Francisco está insistiendo en la fuerza del bien común porque coloca en el centro a la persona humana a la hora de construir “una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica”, dice en Curar el mundo, desde la base y la roca del bien común.

De esta forma podremos instaurar el Reino de Dios en la tierra, el sueño de la civilización del amor, una civilización de toda la humanidad, donde todas las personas estén unidas desde una profunda y radical fraternidad. Algunos dirán que esto es un cuento de hadas. Todo lo contrario. Tenemos la obligación de custodiar. El verbo más importante que el Papa repitió en su homilía de entronización recordando a San José, el papá humano de Jesús. Custodiar con la participación de todas las gentes, porque el destino de la humanidad es el nuestro, de ahí la realización y de la concesión de la utopía de la fraternidad.

Francisco ya nos presentó en la Evangeli gaudium la idea de poliedro “que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos”. Este sueño, este proyecto, no lo olvidemos, se inicia en el portal de Belén, ese es el regalo que ese niño que va a nacer trae bajo el brazo y que nosotros tenemos que asumir y custodiar en nuestro regazo. 

Pesebre

3.Pesebre y ternura

En el libro del Apocalipsis se expresa el convencimiento de que el triunfo de Jesús en la historia no vendrá de la mano de la destrucción y la opresión. Más bien estaremos ante una recreación de todo: “He aquí que yo hago nuevas todas las cosas”. El teólogo alemán, Jürgen Moltmann así lo defiende en su libro, La venida de Dios. Todo su planteamiento se sitúa en el momento de la muerte, el paso a la vida eterna y plena.

Sin embargo, esa plenitud ya comienza a encarnarse aquí, en un pesebre, a la intemperie, desnudos de casi todo, porque José y María están unidos en un amor sólido y en una esperanza inquebrantable en Dios. En la homilía de la Nochebuena de 2004, Francisco, como arzobispo de Buenos Aires, hizo toda una teología de la ternura desde la figura del pesebre como el antídoto contra los males del mundo y así poder transformarlo y llevar a cabo algo nuevo y así volver a nacer:

“Dios se enamoró de nuestra pequeñez y se hizo ternura; ternura para toda fragilidad, para todo sufrimiento, para toda angustia, para toda búsqueda, para todo límite. La señal es la ternura de Dios”. Con cada nacimiento se consuma el advenimiento de Dios a nuestra vida. Y lo hace mostrándose débil, como tú y como yo. Siempre será un misterio de por qué Dios eligió este camino. Pero, si lo pensamos, ¿podríamos confiar en un Dios alejado de nosotros, todopoderoso, que nada tiene que ver con nuestra vida? La encarnación del niño Jesús es el alarido de Dios para que nos demos cuenta que somos lo más importante para Él. Por ello la opción por los pobres no es un añadido para los cristianos y para la Iglesia, sino que son la categoría central que fundamenta el sentido de nuestra acción y de nuestra vida, porque el “Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres…Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (Evangeli gaidum, nº 197-198). 

La lección que el Pueblo de Dios debe sacar del Belén, de sus figuras y representaciones es tremenda, desde el Papa a la última persona laica y seglar. La Iglesia tiene que luchar por empoderar a las personas que no lo tienen, no por su poder como institución. Nuestro Rey es un Rey sin poder, así viene al mundo, así lo quiso Dios para construir un mundo mejor del que tenemos. El pesebre representa el espacio del pan, del alimento donde Jesús se ofrece al mundo para comenzar su proyecto de sacrificio radical: “El pesebre es donde los animales encuentran su alimento. Ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana” (La infancia de Jesús, Benedicto XVI).

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Estamos ante un poder que puede cambiar la lógica de la historia de la humanidad. Sólo falta, como hizo María, nuestro sí, sin reservas, con determinación y convencimiento de que el verdadero poder no está ni en los ejércitos ni en las propiedades, sino que se encuentra en la humildad y la sencillez, signo de Dios encarnado en ese niño que ha nacido en Belén. ¿Queremos alimentarnos de eso valores y así volver a nacer dejando por el camino el peso del egoísmo y de la violencia?

Francisco acaba, en el libro sobre la pandemia, invitando a que, inspirados por Dios, viralicemos el amor y globalicemos la esperanza a la luz de la fe. Fe en un niño, fe en una mirada que nunca abandona, fe en alguien que dio la vida por todos nosotros sin darse publicidad ni condenando a aquellos que lo crucificaron y lo persiguieron desde el mismo momento de nacer. Un Belén es algo más que una representación con figuras dulces y hogareñas; se encierra todo un proyecto que nos dota de sentido y significado a lo que hacemos y somos. No a cualquier vida, sino a una vida entendida desde la donación y el servicio. Sólo de esta forma podremos ser dignos de pronunciar estas dos palabras con coherencia y fidelidad: FELIZ NAVIDAD. 

Papa Francisco en Navidad
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