"Es bueno sacar del armario el cálido manto de la fe infantil" "Vayamos, pues, a Belén..." (Lc 2,15)

Navidad
Navidad

El "Mesías" se asocia en la tradición de los profetas de Israel con el amanecer y la consumación de la era "mesiánica". Esta ha de ser un tiempo de justicia y de paz, de verdad y de libertad

La antropología histórica nos enseña que encontramos las peores formas de violencia contra el prójimo en la historia de la humanidad y en nuestros días

El mundo "se está unificando" hasta cierto punto como una república universal, como la que ya lo postuló el teólogo salmantino Francisco de Vitoria en el Siglo XVI

El reino de Dios, el reino del Mesías ya ha amanecido y está actuando en el mundo mediante la acción del amor (Mt 25) y el compromiso de los cristianos (incluso anónimos) y de las personas de buena voluntad

En las cuestiones religioso-existenciales no sólo necesitamos las razones del intelecto, sino también, como bien sabía Blaise Pascal, las razones del corazón, las "raisons du cœur"

Cada año, como los pastores, somos invitados a ir a Belén para ver el acontecimiento que el Señor nos ha anunciado por medio de sus ángeles: "hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). A la vista de este mensaje y de la facticidad de una historia de la humanidad que da pocos motivos para el advenimiento de un mundo mejor –sí, también de una Iglesia que a menudo oscurece esa "buena nueva" con el contra-testimonio de muchos miembros–, quizá nos sintamos tentados de aplicar analógicamente a la historia de la Navidad las palabras del escéptico Arthur Schopenhauer sobre la resurrección de Jesús: "-¿Ya sabes lo último? -No, ¿qué ha pasado? -¡Ha nacido el Salvador del mundo, el Mesías! -¡Qué dices! -¡Sí, nació muy pobre en un establo de Belén y nos librará del poder del mal! -Oh, eso es bastante encantador."

Pues el "Mesías" se asocia en la tradición de los profetas de Israel con el amanecer y la consumación de la era "mesiánica". Esta ha de ser un tiempo de justicia y de paz, de verdad y de libertad, de una "vida en abundancia" (Jn 10,10) o digna para todos, un tiempo en el que se lleve la buena nueva a los pobres, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos (Lc 4,18). Pero el mundo entero parece seguir "en el poder del Maligno" (1 Jn 5:19), incluso más de 2000 años después del nacimiento del "Salvador" o "Mesías".

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La antropología histórica nos enseña que encontramos las peores formas de violencia contra el prójimo en la historia de la humanidad y en nuestros días. El hombre es la única especie que podría extinguirse, por no hablar de la explotación desenfrenada de la naturaleza extrahumana por la autoproclamada "corona de la creación". Por poner sólo un ejemplo relativo a las "naciones cristianas": en 1815, en el Manifiesto de la Santa Alianza, los pueblos de Europa juraron "no considerarse más que miembros de una misma nación de cristianos" y construir una Europa pacífica.

Pero cien años después, se atacaron brutalmente en la Primera Guerra Mundial, y los representantes de las respectivas Iglesias de ambos bandos pronunciaron encendidos sermones belicistas. También hoy estamos presenciando algo similar ante nuestros ojos: Rusia está rompiendo los compromisos básicos de cooperación internacional basada en normas y orientada a los derechos humanos que se acordaron de forma vinculante en Europa con el proceso de la CSCE en Helsinki... y una vez más hay una cruel guerra entre pueblos cristianos que se llaman a sí mismos "naciones hermanas". 

La antropología histórica también registra cosas positivas. Para algunos, la humanidad se encuentra en un proceso de civilización (¿quién no soñó con la "educación del género humano" antes y después de los escritos de Lessing?) que conducirá a la domesticación o control de la naturaleza animal del hombre y alumbrará el tiempo de la "paz eterna".

Ucrania
Ucrania

Pero la historia no discurre como una línea ascendente hacia el reino mesiánico de la paz. Más bien se asemeja a una espiral de regresiones y progresiones. A veces retrocedemos y tenemos que volver a ser conscientes del potencial de nuestra capacidad autodestructiva para tomar la renovada decisión de crear un nuevo orden mundial pacífico basado en la justicia y el derecho.

Los progresos realizados en las últimas generaciones no pueden pasarse por alto: ha aumentado la conciencia de la unidad de la "familia humana", sobre todo gracias al impacto de la idea bíblica de la imagen de Dios en todos los seres humanos; han surgido foros internacionales para debatir y resolver juntos los problemas del mundo; la solidaridad mundial se hace sentir rápidamente cuando se producen catástrofes; los viajes y los medios de comunicación nos enseñan a diario que todo el que sufre, por muy lejos que esté, puede convertirse en nuestro prójimo, más allá de las fronteras de religión, clase y nación.

Ciertamente, la pandemia de COVID o la situación de las personas que huyen de las guerras o de la miseria nos demuestran que aún no somos capaces de dominar globalmente las catástrofes humanitarias en su totalidad..., pero en comparación con épocas anteriores, probablemente pueda decirse que el mundo puede ser considerado hasta cierto punto una república o comunidad de derecho universal, como ya lo postuló el teólogo salmantino Francisco de Vitoria en el Siglo XVI.

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Los escépticos, por su parte, concluyen que de la historia no se desprende un proceso civilizador, sino únicamente el perfeccionamiento de las armas o de la maquinaria bélica. A pesar de la encarnación, la crucifixión y la resurrección de Jesús como Hijo eterno e imagen visible de su Padre, el mundo no parece estar aún "salvado".

Ante esta situación, la teología ha desarrollado modelos de pensamiento como el "ya-sí-pero-todavía-no": El reino de Dios, el reino del Mesías ya ha comenzado y está presente en el mundo mediante el amor "por los más pequeños" (Mt 25) y el compromiso de los cristianos (incluso anónimos) y de las personas de buena voluntad para que todos puedan tener una vida digna.

Y aunque este reino no llegue a consumarse aquí, porque la "dura batalla contra el poder de las tinieblas, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final" (según el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes 37), debemos esforzarnos constantemente "para acatar el bien", así como por mantener viva la esperanza contrafáctica de que en la dramática lucha de la historia el Cordero será finalmente más fuerte que el dragón.

Si queremos contrarrestar el escepticismo de Schopenhauer, necesitamos, a la vista del relato navideño, la cálida y pasmosa fe infantil, la fe de los pastores y de los tres Magos, que no dudaron en rendir homenaje al niño del pesebre, al Mesías "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29), porque veían en él una esperanza para Israel y para toda la humanidad.

Reyes Magos

A los estudiantes de teología siempre les digo: cuando visitamos a alguien en invierno, nos quitamos el abrigo. Análogamente, cuando entramos en la casa de la teología, debemos colgar en el perchero el manto de fe infantil que nos calienta, la fe de la primera ingenuidad. Porque el estudio de la teología tiene que ver con el "esfuerzo del concepto" (Karl Rahner), con el cuestionamiento de todas las cosas evidentes, con el fuego de la crítica, que no debemos dejar a los críticos de la religión o a los escépticos, sino que debemos practicar nosotros mismos.

Pero si, al final de sus estudios, los alumnos olvidan el manto de la fe infantil en el guardarropa, como si ya no lo necesitaran en este "tiempo invernal" de la modernidad tras la pérdida de la "primera ingenuidad", habrán sacado conclusiones equivocadas. Porque en las cuestiones religioso-existenciales no sólo necesitamos las razones del intelecto, sino también, como bien sabía Blaise Pascal, las razones del corazón, las "raisons du cœur". Con todo el esfuerzo del concepto, nuestro conocer aquí seguirá siendo siempre limitado y, a veces, conducirá a más preguntas que respuestas: "Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios" (1 Cor 13:12). 

Por eso es bueno sacar del armario el cálido manto de la fe infantil y guardar en el corazón la historia del niño en el pesebre como "Salvador del mundo"... La diferencia entre los creyentes y los escépticos es que los primeros marchan por el desierto de la vida con una botella de agua. Sí, a pesar de todo escepticismo, cada año se nos invita de nuevo a ir a Belén y llenar esa botella de "esperanza contra toda esperanza".

*Mariano Delgado es catedrático de Historia de la Iglesia en la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la Clase VII en la Academia Europea de las Ciencias y las Artes (Salzburgo)

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