"En un lugar no tocado por el cristianismo, ¿para qué sirve la misión cristiana?" La religión en la 'Utopía' de Tomás Moro

"La obra “Utopía” (1516) del humanista y hombre de Estado Tomás Moro marcó la tradición posterior de la elaboración filosófico-literaria de modelos estatales ficticios y se convirtió en el nombre genérico de las ficciones políticas"
"El descubrimiento del Nuevo Mundo vino acompañado de una fiebre misionera. No solo se buscaba oro o especies, sino también almas piadosas para la Iglesia o el Reino de los Cielos"
"Para muchos, el libro es más bien un 'experimentum rationis', es decir, un juego intelectual e irónico"
"Pero la descripción que hace Moro de la 'religión' contiene entre líneas no solo críticas a la Iglesia de la época, sino también algunas sugerencias innovadoras y que suenan 'razonables', en el sentido de una 'religión dentro de los límites de la pura razón'"
"Para muchos, el libro es más bien un 'experimentum rationis', es decir, un juego intelectual e irónico"
"Pero la descripción que hace Moro de la 'religión' contiene entre líneas no solo críticas a la Iglesia de la época, sino también algunas sugerencias innovadoras y que suenan 'razonables', en el sentido de una 'religión dentro de los límites de la pura razón'"
| Mariano Delgado*
La obra “Utopía”(1516) del humanista y hombre de Estado Tomás Moro, cuyo título completo es “Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía”, marcó la tradición posterior de la elaboración filosófico-literaria de modelos estatales ficticios. El nombre propio que Moro dio a esa isla (Utopía = un lugar ideal o un sitio inexistente) se convirtió en el nombre genérico de las ficciones políticas.
"La descripción de la vida, religión y formas de gobierno en la isla 'Utopía' le sirve como espejo para poder criticar la Europa de su tiempo"
El descubrimiento del Nuevo Mundo vino acompañado de una fiebre misionera. No solo se buscaba oro o especies, sino también almas piadosas para la Iglesia o el Reino de los Cielos. A esto alude Moro en el prólogo a su amigo Petrus Aegidius, cuando habla de un piadoso teólogo “que arde en deseos de visitar Utopía, no por simple curiosidad sensacionalista, sino para cultivar y difundir allí los felices comienzos de nuestra religión. Y para proceder de manera totalmente correcta, ha decidido obtener primero un encargo misionero del Papa, e incluso dejarse elegir obispo de los utópicos, sin que le moleste en absoluto la objeción de que primero tendría que conseguir este cargo mediante una candidatura. Por supuesto, considera que esta vanidosa pretensión es sagrada, ya que no obedece a motivos de honor o dinero, sino a motivos religiosos”. El tono irónico, incluso satírico, de Moro es inconfundible y marca toda la obra. La descripción de la vida, religión y formas de gobierno en la isla “Utopía” le sirve como espejo para poder criticar la Europa de su tiempo.
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En el primer libro, que constituye el marco de la narración propiamente dicha de “Utopía”, se critica de forma detallada y directa la situación política y social de Inglaterra y Europa en aquella época. En una mezcla entre tratado filosófico-político, conversación entre eruditos y relato de viajes, se denuncian las condiciones sociales de la Inglaterra de la época, pero también las ansias expansionistas de los galos. En este primer libro no falta una crítica de aire erasmiano a la vida monástica. Así, uno de los participantes en la conversación propone, como solución a la mendicidad y la pobreza, que se promulgue una ley “para distribuir a todos estos mendigos entre los monasterios benedictinos y convertirlos en hermanos legos; a las mujeres, ordeno, que se hagan monjas”. A los monjes los llama “los mayores holgazanes».

En otro pasaje, Moro señala la contradicción entre las costumbres de los cristianos y las enseñanzas de Cristo y reprocha a los predicadores que adapten sus enseñanzas a las costumbres existentes, “como si aquellas fueran una regla flexible y maleable para adaptarla a la vida”.
El segundo libro, en cambio, narra la historia de la isla “Utopía”. Esta parte describe en particular la organización del Estado y las condiciones de vida de sus habitantes, incluida la religión. Además, sugiere ser un proyecto de un orden de vida que garantice la paz y la felicidad para todos. Asegurar la “pax” y contribuir a la “felicitas terrena” o al «bienestar” de los ciudadanos eran considerados en la filosofía y teología políticas los fines esenciales del Estado en el sentido secular. La constitución de este Estado ideal, tan anhelado por muchos en el Renacimiento y en la actualidad, está concebida de forma estrictamente racional.
Para muchos, el libro es más bien un “experimentum rationis”, es decir, un juego intelectual e irónico. La isla “Utopía” no ofrece una solución definitiva, y mucho menos una solución seria para los males mencionados en el primer libro en la Inglaterra y la Europa del Renacimiento. Pero la descripción que hace Moro de la “religión” contiene entre líneas no solo críticas a la Iglesia de la época, sino también algunas sugerencias innovadoras y que suenan “razonables”, en el sentido de una “religión dentro de los límites de la pura razón”.
Los habitantes de “Utopía” no tienen una sola creencia, sino muchas, aunque la mayoría tiende hacia un “monoteísmo” cuasi cristiano, es decir, hacia el reconocimiento de un ser divino, desconocido, eterno, infinito e incomprensible al que llaman “Padre”. Como la mayoría de los hombres del Renacimiento, Moro ve la cuestión religiosa a través de los ojos de Cicerón. Este había escrito en su obra sobre “la naturaleza de los dioses” (De natura Deorum) que no hay tribu salvaje o dócil entre los hombres “que no sepa que es necesario tener un Dios, aunque viva en la ignorancia de qué Dios conviene tener”. Y por religión, se entendía un culto público a Dios con ministros y lugares de culto o templos claramente identificables. Así, los utópicos son, por supuesto, religiosos y tienen templos y sacerdotes. La influencia de Cicerón es inconfundible en este punto: “Por supuesto, en esto todos los demás coinciden con estos adoradores de Dios, a pesar de todas sus diferencias de creencias, es decir, en que aceptan un ser supremo al que debemos atribuir la creación del universo y la providencia, y a esta deidad la llaman todos en la lengua del país Mitra”.

Veamos las características de la religión de los utópicos:
-Tendencia al monoteísmo con una gran disposición a aceptar el cristianismo (praeparatio evangelica), “porque el cristianismo les parecía muy cercano a la doctrina pagana”. Por ello, no fueron pocos los que se convirtieron a nuestra religión “y fueron bautizados con agua bendita”.
-Tolerancia, libertad de culto y de religión, crítica del proselitismo y del fanatismo religioso (sin violencia ni insultos en asuntos religiosos): “Solo uno de nuestra comunidad cristiana fue arrestado durante mi estancia. Era un recién bautizado que, en contra de nuestro consejo, predicaba en público sobre la veneración de Cristo con más fervor que sensatez; se encendió tanto que pronto elevó nuestra profesión de fe por encima de todas las demás, condenándolas además a todas juntas, llamándolas impías y calificando a sus profesos de blasfemos impíos, dignos del fuego del infierno”. Fue arrestado y condenado al destierro “no por violación de la libertad religiosa, sino por agitar al pueblo”.
-¿La diversidad religiosa es quizá voluntad de Dios (en referencia a Nicolás de Cusa)?: La tolerancia es necesaria, entre otras cosas, porque Utopus, el fundador de “Utopía” no sabía “si quizá Dios mismo deseaba una forma múltiple y diversa de adoración y, por eso, concedió a unos esta inspiración y a otros aquella”.
-Los límites de la tolerancia vienen dados por el consenso de la época, según el cual no se puede negar la inmortalidad del alma ni la acción de la providencia divina en el mundo.
-No hay miedo a la muerte, sino una compasión cuasi epicúrea por aquellos que se ven arrancados de la vida “con miedo y renuencia”.
-Venerar a los antepasados en el sentido de que “los muertos deambulan entre los vivos como espectadores y oyentes de sus palabras y acciones”.
-Distancia crítica con las artes adivinatorias y todas las formas de superstición, que por lo demás estaban muy extendidas en el Renacimiento.
-Crítica de la ociosidadpor motivos religiosos y del desprecio por la ciencia, promoviendo la utilidad social de la religión (cuidado de los enfermos, trabajo por el bien común, etc.).
-Clero célibe y casado (o dos formas o sectas de virtuosos de la religión): “Una es la secta de los célibes, que renuncian por completo al amor carnal, pero también a cualquier placer carnal, algunos incluso a los alimentos de origen animal”. Los otros, sin embargo, prefieren “casarse, ya que el matrimonio les parece digno y porque creen que deben a la naturaleza su tributo y a la patria sus hijos... Los utópicos consideran a los seguidores de esta corriente como más inteligentes, pero a los otros como más piadosos”. Pero no se pueden dar “razones racionales” para preferir el celibato sin hacer reír a los utópicos. Sin embargo, “como alegan motivos religiosos, se les trata con respeto y veneración”.
-Pocos sacerdotes (no más de trece), pero de extraordinaria piedad y elegidos por el pueblo: “Son elegidos por el pueblo, siguiendo el mismo procedimiento que las demás autoridades, en votación secreta, para eliminar influencias privadas. Los elegidos son consagrados por el colegio sacerdotal. Estos dirigen el culto, velan por la vida religiosa y son una especie de jueces morales”.
-Las mujeres también pueden acceder al sacerdocio, “pues el sexo femenino no está excluido de este estado, aunque es bastante raro que se elija a una mujer, y solo si es viuda y de edad avanzada”.
-Los sacerdotes gozan del más alto respeto y no están sujetos “a ningún tribunal público”, solo a Dios y a sí mismos.
-Los cultos públicos de todas las religiones se celebran en el mismo templo, mientras que los servicios religiosos especiales de cada comunidad de culto son competencia de cada individuo “dentro de las cuatro paredes de su casa”.
-La confesión se realiza en casa, donde los miembros de una familia (las esposas a sus maridos, los hijos a sus padres) se arrodillan ante los pies de los demás y confiesan “los pecados que han cometido”.
-El culto público del domingo es digno y reverente, y en él cada utópico da gracias sobre todo “por haber nacido, por la bondad de Dios, en el más feliz de los Estados y por poder participar en la religión que, como espera, posee la mayor parte de la verdad”.

En las últimas páginas, Moro describe la isla “Utopía” como el único Estado “que puede reclamar con derecho el nombre de ‘comunidad’”. En ella “no existe la propiedad privada, ni la distribución injusta de los bienes, ni los pobres ni los mendigos, y aunque nadie posee nada, todos son ricos”. Además, se hace justicia, no hay negocios con dinero y, al no existir la codicia, se vive “en comunidad” en una “concordia interior” indestructible, “el fundamento más feliz” de “Utopía”. Así pues, en la constitución de los utópicos hay muchas cosas que a Moro “le gustaría ver introducidas en nuestros Estados. Por supuesto, es más un deseo que una esperanza”.
"Al no existir la codicia, se vive 'en comunidad' en una 'concordia interior' indestructible, 'el fundamento más feliz' de 'Utopía'"
La descripción de “Utopía” como un Estado sin pobres, sin codicia y con una concordia perpetuamuestra que Moro escribió su obra sobre todo bajo la impresión de los primeros relatos de los descubridores y misioneros sobre el Nuevo Mundo (al principio menciona expresamente a Amerigo Vespucci). En los pueblos recién descubiertos encontraron muchas “necedades”, pero también no pocas cosas “que podrían servir de ejemplo a nuestras ciudades, naciones, pueblos y soberanos para mejorar nuestros propios defectos”.
En “Utopía”, Moro da a entender que nosotros también estaríamos tan avanzados como los utópicos si no fuera por una “serpiente infernal”, “la cabeza y el origen de todos los males”, es decir, “la soberbia”, que se arrastra y se agita sin cesar y que “no mide su felicidad por su propio beneficio, sino por la desgracia ajena”: “Y por eso me alegro aún más de que al menos haya logrado formar a los utópicos en esta forma de gobierno, que es la que más desearía para todos los pueblos”.
Ahora bien, volviendo a la pregunta inicial: ¿habla Moro en serio o su obra sobre los utópicos dignos de imitar en la isla recién descubierta es más bien una sátira alegre e irónica del entusiasmo de su época por el “Nuevo Mundo”? Me inclino más por lo segundo. Que Moro escribió una obra claramente irónica y amena para los otros humanistas de su época se desprende, entre otras cosas, del juicio del humanista español Juan Luis Vives, amigo de Moro, en su obra De concordia et discordia in humano genere (1529) sobre los relatos sobre los pueblos del Nuevo Mundo: “Cuentan nuestros navegantes que en la India existen algunos pueblos que, entre los bienes de esta vida, ponen la concordia con carácter exclusivo y que en el caso de que entre dos estalle la enemistad, por tan honrado se tiene al que primero insinúa proporciones de paz, como entre nosotros ese mismo se considera vilipendiado y menguado, ¡Cuánto más sabios son ellos, adoctrinados por sólo el magisterio de la Naturaleza, que nosotros, ahitados y regoldando letras y. libros y haciendo aplicación abusiva y sacrílega al mal de la filosofía bajada del cielo! ¿Será que a aquellos indios los hizo la Naturaleza más semejantes a Dios que a nosotros la formación cristiana?”
En otras palabras, lo que Moro y otros humanistas como Vives dejan en el aire es esta cuestión: si el poder del mal parece estar menos presente en la isla “Utopía”, que no ha sido tocada por el cristianismo, que en la antigua Europa saturada de iglesias: ¿para qué sirve entonces la misión cristiana?
*Mariano Delgado es Catedrático emérito de Historia de la Iglesia en la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la Clase VII (Religiones) en la Academia Europea de las Ciencias y las Artes (Salzburgo)

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