Reflexión de agosto del Foro Krisare El silencio que también condena

El silencio que también condena
El silencio que también condena Foto de Kristina Flour en Unsplash

"La Iglesia tiene una red inmensa. Está presente en casi todos los municipios de Europa. Tiene púlpitos, micrófonos, colegios, centros de acogida, y sobre todo, personas comprometidas. No se le puede exigir que lo haga todo, pero sí se le puede —y debe— pedir que no se desentienda"

"En muchos rincones de Europa, ante el ascenso del racismo, la xenofobia y los discursos excluyentes, lo que impera no es el compromiso, sino el silencio. Y ese silencio pesa"

En tiempos donde la crispación política y social va en aumento, las personas cristianas —y particularmente las instituciones que se dicen herederas del mensaje evangélico— están llamadas a dar testimonio. No cualquier testimonio, sino uno que sea claro, valiente y encarnado en la realidad. Sin embargo, en muchos rincones de Europa, ante el ascenso del racismo, la xenofobia y los discursos excluyentes, lo que impera no es el compromiso, sino el silencio. Y ese silencio pesa.

Una Europa tentada por el miedo

La Europa del siglo XXI —que tantas veces se ha proclamado como bastión de los derechos humanos— está dejando grietas abiertas por las que se cuela, cada vez con más fuerza, un discurso de odio que se alimenta de la frustración y la precariedad. No es un fenómeno nuevo, pero sí se ha intensificado con una velocidad preocupante. Y lo que resulta más alarmante es que este discurso ya no es patrimonio exclusivo de partidos marginales: ha sido normalizado, blanqueado y traducido en leyes, restricciones y campañas que apuntan directa o indirectamente contra las personas que, por uno u otro motivo, se encuentran en situación de vulnerabilidad, en especial las migrantes.

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La política institucional, desgastada y a menudo más ocupada en la aritmética electoral que en la construcción del bien común, ha sido incapaz de generar respuestas sostenidas. En ese vacío, crecen los populismos de ultraderecha, que convierten el miedo en programa de gobierno. Su avance no habría sido posible sin la pasividad —cuando no la complicidad— de muchos actores políticos, mediáticos y sociales. Y entre estos actores, hay que decirlo con serenidad pero con firmeza, se encuentra también la Iglesia Católica.

Jóvenes  en el barrio de San Antonio, de Torre Pacheco
Jóvenes en el barrio de San Antonio, de Torre Pacheco EFE

Silencios en lugares donde más duele

En diversas localidades del sur de Europa, donde la población migrante constituye una parte fundamental del tejido económico y social —en especial en sectores como la agricultura o el cuidado de personas—, han tenido lugar recientemente concentraciones marcadas por tensiones, protestas agresivas y expresiones abiertas de odio. Lo más preocupante no ha sido solo la aparición de esos focos de violencia verbal o simbólica, sino la frialdad con la que se ha respondido desde instancias institucionales y eclesiales.

Es en esos contextos concretos, donde la dignidad humana se ve vulnerada en la vida cotidiana, donde se esperaría una palabra clara, una homilía que consuele y denuncie, una parroquia que acompañe, un obispo que tome postura. Pero, en demasiados casos, lo que ha prevalecido ha sido la neutralidad o “algo peor” la indiferencia disfrazada de prudencia.

El rencor nuestro de cada día
El rencor nuestro de cada día

¿Dónde está la “opción preferencial por los pobres”?

Desde el Concilio Vaticano II, y especialmente con la irrupción de la teología de la liberación, la Iglesia ha repetido que la opción preferencial por los pobres es una exigencia del Evangelio. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han insistido en ello, aunque con tonos y acentos distintos. Pero si esa opción no se traduce hoy en una defensa clara de las personas cuando migramos —que son algunas de las situaciones de mayor empobrecimiento, persecución y desprotección de nuestro tiempo—, ¿dónde queda su coherencia?

El Evangelio no habla de tolerancia tibia, sino de hospitalidad radical: “Fui forastero, y me recibisteis” (Mt 25,35). La acogida no es una opción decorativa, sino una dimensión esencial del seguimiento de Jesús. Y esto debería tener consecuencias visibles en la vida de las comunidades cristianas, en sus posicionamientos, en sus intervenciones públicas.

Francisco y León
Francisco y León

La voz ausente

Durante el pontificado del papa Francisco, hubo momentos en los que Roma habló claro. “No se trata solo de migrantes”, decía el lema de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2019, una campaña cargada de profundidad teológica y política. Francisco señaló una y otra vez que el problema de fondo es la insensibilidad que nace del egoísmo, la idolatría del mercado, la indiferencia frente al sufrimiento ajeno. Pero esos gestos proféticos han perdido fuerza en los últimos tiempos.

El nuevo Papa —más reservado, más institucional, menos inclinado a los gestos audaces— no ha asumido hasta ahora una posición clara y sostenida sobre este tema. Su lenguaje es más diplomático, menos confrontativo. La preocupación por la unidad eclesial y la prudencia pastoral parecen haber eclipsado la denuncia profética. Y así, mientras comunidades migrantes son atacadas, mientras se multiplican los discursos que los presentan como amenaza, mientras se cierran puertas y se levantan muros —reales y simbólicos—, la Iglesia calla.

Els refugiats menyspreats per Europa
Els refugiats menyspreats per Europa

Una red con capacidad para transformar

La Iglesia tiene una red inmensa. Está presente en casi todos los municipios de Europa. Tiene púlpitos, micrófonos, colegios, centros de acogida, y sobre todo, personas comprometidas. No se le puede exigir que lo haga todo, pero sí se le puede —y debe— pedir que no se desentienda. Porque cuando el mensaje que llega desde muchas parroquias es la neutralidad, o incluso el miedo al “otro”, se traiciona al Evangelio y también a la vocación humanista que ha forjado lo mejor de la cultura europea.

No se trata de hacer política partidista. Se trata de defender principios evangélicos y humanos: la dignidad, la justicia, la fraternidad universal. Los valores del Reino de Dios, en definitiva.

Verano, tiempo de definiciones

Quizá el verano no sea el momento más propicio para grandes debates, pero sí puede ser el tiempo del examen de conciencia. ¿Qué Iglesia queremos ser? ¿Una que acompaña el malestar del pueblo desde una mirada de esperanza y solidaridad, o una que deja pasar el odio disfrazado de preocupación social?

Desde el Foro KRISARE, creemos que aún estamos a tiempo. Pero para ello, la Iglesia —toda ella: jerarquía, clero, laicado— debe romper el silencio y levantar la voz. No por estrategia, sino por fidelidad. No por moda, sino por fe.

Os deseamos un buen verano…

Equipo Foro Krisare Foroa de Vitoria-Gasteiz

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