Un destello de ternura en la noche

Percibían todavía las vibraciones que alfombraban el sendero, junto a los fogonazos que lo iluminaban y oscurecían intermitentes, en una densa noche sin luna.
El miedo como una segunda túnica era mucho más poderoso que el cansancio producido por horas de marcha ininterrumpida, e impedía volver la vista atrás. Rasul caminaba al frente de su amplia familia, animando, exigiendo, suponiendo el destino. Años de silencio, de esfuerzos, de sangre y dolor surcaban sus rostros. Y sus corazones.
Unos breves minutos de descanso. Zaró se aleja varios metros y se sienta sobre una roca para dar de mamar a la más pequeña del clan. Así acalla el llanto por hambre, el llanto impotente, el llanto eterno y sordo de los invisibles.
Después de una noche sin fin, con interminables subidas y bajadas por montañas inundadas de nieve, llegan empapados, gélidos, sin fuerzas, a la frontera. Lo primero que divisan es una inmensa muchedumbre de refugiados que, al igual que ellos, pretenden traspasar el muro de golpes y negativas para reemprender una nueva vida.
Sahira está profundamente dormida después de tomar el alimento. Una sonrisa quedó impresa en su rostro. Así lo advierten, mientras aguardan temerosos en la fila, su padre y su madre. Una mirada y una lágrima anuncian la madrugada de nieve, sin palabras.
El amor a la vida, la más pura supervivencia es lo que anima a Zaró, a Rasul, a su familia. Tanta muerte, tanta angustia no ha impedido esa ráfaga de ternura. Una leve mota, un grano de arena, una gota de esperanza en el océano del olvido...
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