Flotar con la gaviota


Dueña del aire, las nubes y el mar, la gaviota se ha tomado una pausa. Se diría que toda su vida es pausa, porque, a diferencia de los humanos, que se torturan con pensamientos, que muchas veces les producen penas sobre el devenir, sentimiento de culpa por el pasado o angustia vital, este ave, vive, como el resto de la naturaleza, simplemente en su “ser ave”.
Su elasticidad flexible, su instinto volador, su indiferencia ante los deseos, su fusión con el azul del cielo y el mar la convierten en un símbolo de un estilo espontáneo y libre de pasar por el mundo cumpliendo sencillamente su misión en el ecosistema.
Eso sí, la gaviota está limitada por no trascender esa misión, no ser consciente de ella. Como nosotros, la gaviota es un pensamiento de Dios, una pincelada de su maravillosa paleta universal. Pero nosotros nos diferenciamos de ella en que tenemos La capacidad de saltar por encima de los condicionamientos de espacio y el tiempo y volar más allá de donde puede volar la gaviota, hacia nuestra participación en el ser infinito, un aire más limpio, un cielo más azul, un más allá inefable.
¿Por qué no lo hacemos? Porque el pensamiento es un cuchillo de doble filo. Puede servir para atarse a lo contingente, lo más pequeño, material y mezquino de nuestra existencia, o volar a nuestro sentido último, nuestra índole mística, la unión divina. Solo que para ello ha de dejar de elucubrar y simplemente contemplar.
Somos pues mucho más que la gaviota. Ahora bien, ella, como toda la creación, nos enseña, aunque no se dé cuenta, del gran secreto de la vida: ser uno mismo en brazos de misterio, pues todos formamos parte de un plan que nos arropa y supera.
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