De colores



Dicen algunos que la primavera es cursi. Dicen que la primavera es fugaz, como sus amores, y como los alegres años de la juventud. O que últimamente es poco más que un invento de los grandes almacenes para adelantar la venta de la última moda, porque en la ciudad apenas vemos el florecer del campo.
Pero hay gente que todo el año tiene cara de primavera; o de otoño, o de invierno, o de ardiente verano. Porque la verdadera primavera es un florecer de dentro a fuera. “De colores”, era el famoso eslogan y la copla de los cursillistas de cristiandad. Y Gustavo Adolfo Bécquer exclamaba enardecido: “Mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía!”
También podría escribirse al revés: Mientras haya en el mundo poesía, habrá primavera.
Paradójicamente, a veces para saber contemplar los colores y escuchar a los pájaros, hay que cerrar los ojos. Entonces es posible que incluso surja la primavera del erial mismo de nuestra vida, de la pobreza, la soledad, la vejez, la amargura y hasta la muerte o la guerra, “que en la hermosa estación de los amores / todo es amor en la creación entera”.
En cualquier caso su florecer no es gratuito. Procede de la renuncia del invierno y no termina en sus bellos colores, pues ha de producir frutos.
¿Cómo salir de ese ciclo de las estaciones, de la cárcel del paso del tiempo? Solo el salto místico lo hace posible, cuando la noche, el día, el tiempo y el espacio; el vacío, la oscuridad y los colores se funden en una única presencia, la Luz a la que vamos y en la que vivimos y somos.

(Foto: © PMLamet)
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